El Estado y la democracia somos yo… y mi mujer
«Lo importante no es que Milei llamase corrupta a Begoña Gómez, sino que Sánchez haya ordenado que el Gobierno asuma la defensa de su esposa»
Si la dimensión del drama fuera proporcional a la del ego, Sánchez ya habría ganado varios Oscars. Domina la puesta en escena de la hiperventilación impostada como nadie, hasta el punto de convertir sus cuitas personales en una cuestión de Estado sin que el principal partido de lo que debería ser la oposición se llegue a dar cuenta de por dónde le sopla el aire.
Y esto sí que es lo verdaderamente dramático, porque miren, del teatrillo montado este fin de semana a cuenta de la visita del presidente argentino a España, lo importante no es que Milei llamase corrupta a Begoña Gómez en un acto de Vox, sino que Pedro Sánchez haya ordenado que el Gobierno asuma la representación y defensa mediática de su esposa, una ciudadana que no ostenta cargo o responsabilidad pública alguna, utilizando la portavocía del Ministerio de Exteriores y la del propio Gobierno de España para convertir una cuestión que sólo atañe a su pareja en un ataque contra las instituciones y la democracia.
Tal es su egolatría que ha escalado una trifulca personal a conflicto diplomático, llamando a consultas a la embajadora española en Argentina y exigiendo a Milei una rectificación pública bajo la amenaza de adoptar otras medidas, amén de acusar a Abascal de violencia política y exigir al PP y a Vox que lo apoyen sin fisuras. Eso sí, en ningún momento se ha mostrado dispuesto a predicar con el ejemplo, ofreciéndose tanto él como sus ministros a pedir perdón al argentino por los numerosos improperios que le vienen prodigando desde sus tiempos de candidato: drogadicto, fascista, negacionista, extrema derecha… Sin que por parte del Gobierno de Milei se haya abierto ningún incidente diplomático, por cierto.
Pero es que en el PSOE están tan acostumbrados a que los destinatarios de sus constantes difamaciones y calumnias en el Partido Popular las asuman sin prácticamente rechistar ni emprender acción alguna que el hecho de que alguien les haya pagado con la misma moneda les ha pillado por sorpresa. Y se lo han tomado francamente mal.
Que los populares vivan instalados en una suerte de síndrome de la mujer maltratada les lleva a confundir la moderación con la inanidad y a perder de vista lo mollar: que España es gobernada por un señor que ha difuminado las líneas entre lo público y lo privado, hasta el punto de que es capaz de identificarse a sí mismo y a su mujer con el Estado y con la democracia española: ni separación de poderes, ni separación entre el Estado y las personas que ocupan sus cargos. Éste y no otro es el auténtico drama.
«Milei es libertario y, como tal, predica la primacía del individuo por encima de la del Estado»
El viernes asistí a la presentación del libro de Javier Milei en Madrid y, amén de hacernos conscientes de la enormidad del desastre económico y social provocado por décadas de socialismo en Argentina -los datos de pobreza, desempleo, inflación, déficit o deuda producen escalofríos-, contó una anécdota que es extrapolable a nuestro país: cuando el kirchnerismo impuso la limitación de los precios, mandó a los sindicatos a emplear la violencia para hacer cumplir la ley a los tenderos que se negaban a vender en pérdidas. La derecha argentina, en la oposición, lo rechazó, pero no por el hecho en sí, sino porque consideraba que quien tenía que violentar a los vendedores era la policía, institucionalizando así la atrocidad.
A mí me retrotrajo a la pandemia, cuando el Gobierno imponía a los ciudadanos todo tipo de restricciones arbitrarias de derechos que rechazaban los tribunales y al PP no se le ocurrió otra cosa que proponer una Ley de Pandemias para que pudieran adoptarse sin necesidad de aval judicial. Para que vean hasta qué punto somos naciones hermanas.
Mención aparte merecen los medios de comunicación que la izquierda coloca en el espectro de la ultraderecha. Sus editoriales de este lunes comprando de cabo a rabo el relato sanchista del ataque a España no sólo provocan sonrojo, sino que evidencian que han renunciado al análisis de la realidad y se han subido al carro del eslogan socialista. Porque todos parten de que Milei es un ultraderechista o incluso fascista, lo que demuestra que ni tan siquiera se han molestado en escucharlo.
Milei es libertario y, como tal, predica la primacía del individuo por encima de la del Estado, algo incompatible con ese autoritarismo que le imputan y que se sustenta en la omnipresencia estatal y su uso como aparato represivo. Con este panorama, no nos queda más que asumir que España tiene que tocar fondo para que sus ciudadanos despierten. Y a lo mejor ni así.