El fracaso de una nación
Conviene ser conscientes cuanto antes de que nuestro estado autonómico no es el sistema más eficaz para afrontar una emergencia sanitaria de estas características
Insiste el presidente del Gobierno estos días, apoyado por su amplio coro de palmeros, en que estamos ante una crisis global. Y es verdad, el coronavirus tiene paralizado más de medio mundo, pero eso no puede servir de excusa para esquivar las responsabilidades en la gestión de esta pandemia.
España, como muchos otros países de nuestro entorno, está siendo azotada por una enfermedad de la que, obviamente, no tiene ninguna culpa Pedro Sánchez. Sin embargo, él y el resto de políticos que nos dirigen sí son responsables del modo en que se está afrontando este desafío.
Que a estas alturas del partido España sea el segundo país del mundo en número de muertos por la Covid-19 es una situación completamente anormal, se mire por donde se mire. Al ritmo que van las cifras, y aunque por fortuna va descendiendo el registro diario de muertos, en apenas unos días estaremos por encima de Italia y liderando la clasificación en Europa.
Y cuando ello se produzca no vale aferrarse a lo que suceda en Estados Unidos, como empiezan a hacer ya algunos imbéciles. La cifra de muertos allí acabará superando más pronto que tarde la de España, faltaría más. Lo que hay que mirar son las cifras de muertos en relación a la población de cada país, y ahí España tiene unos registros nefastos.
En un extraordinario trabajo publicado en ‘Vozpópuli’ el sábado pasado, la periodista Diana Fresno demostraba con números cómo, a pesar de que la epidemia tiene escala mundial, la mortalidad varía enormemente según los países. Si nos centramos en Europa, resulta espectacular que en España hayamos superado ampliamente los dos fallecidos por cada 10.000 habitantes, mientras que en países de nuestro entorno ni siquiera se alcanza la cifra de un fallecido. Por no hablar de Alemania, donde la tasa de mortalidad por cada 10.000 habitantes está en el 0,12, o de Portugal, que tiene el 0,29 después de haber registrado 295 muertes hasta ahora. Sí, lo han leído bien, Portugal apenas tiene 295 muertos. Y si pinchan aquí entenderán por qué.
Ante la contundencia de estas cifras hay dos opciones. O seguir aplaudiendo como si nada estuviera pasando porque, ay qué mala suerte, esta crisis es global. O preguntarse qué estamos haciendo mal… o al menos qué hemos hecho mal para que muramos en mucha mayor proporción que en otros países europeos.
Preparación y anticipación
Hay gente que se pregunta estos días si no estaremos entrando en una nueva fase en la que nuestras vidas ya nunca volverán a ser como antes. Esas mismas personas, llevadas quizás por el pesimismo, barruntan que después de la Covid-19 vendrá la Covid-20. Y puede que tengan razón, pero el ser humano ha demostrado a lo largo de la historia que aprende de sus errores y, por tanto, cuando en próximos años lleguen virus similares, sus consecuencias serán mucho menores porque estaremos mejor preparados y, sobre todo, reaccionaremos antes.
El último discurso de Sánchez a la nación, el pasado sábado, ya incluyó algo de esto por primera vez. En una frase un tanto confusa, el presidente dejó caer que trabajará para que aquellos que le sucedan puedan «responder más eficazmente en el futuro» a situaciones parecidas. Es lo más cerca que Sánchez ha estado hasta ahora de hacer autocrítica, pero al menos admite que habrá que cambiar cosas, que habrá que sacar aprendizajes… ergo, que algo hemos hecho mal.
El problema con Sánchez es que, escuchando sus mensajes, no queda claro qué es lo que considera que hay que cambiar para mejorar en el futuro. Él apunta directamente a la Unión Europea por no haber sabido responder a esta crisis de manera conjunta, y en eso tiene razón, si bien naufraga cuando pretende pasarle la factura de sus propios errores a nuestros socios europeos.
La descoordinación, el caos y la constatación de que hay españoles que tienen mejores servicios que otros son motivos suficientes para plantearse una recentralización de las competencias
Pero, de igual forma que a escala europea es evidente que se debería haber reaccionado de otra manera, también conviene ser conscientes cuanto antes, porque nos va la vida en ello, de que nuestro estado autonómico, donde cada región tiene cedidas las competencias sanitarias, no es el sistema más eficaz para afrontar una emergencia de estas características.
La descoordinación con la que las diferentes autonomías han hecho frente a esta epidemia, el caos institucional, los celos entre administraciones y, lo que es peor, la constatación de que hay españoles que tienen mejores servicios sanitarios que otros dependiendo de dónde vivan, son motivos más que suficientes para plantearse seriamente una recentralización de las competencias sanitarias.
Si el futuro que nos aguarda está lleno de coronavirus, necesitamos un mando único que esté preparado para reaccionar a las primeras de cambio, que tome decisiones para el conjunto de España y que pueda contar con todos los recursos disponibles para ponerlos a disposición de inmediato de aquellos lugares o ciudadanos que en cada momento los puedan necesitar.
Un Ministerio de verdad
Ahora bien, un mando único y una recentralización de las competencias, para acabar de una vez por todas con ese bochorno de tener 17 números de teléfono o 17 tarjetas sanitarias diferentes, no puede suponer entregarle el poder sin más a los actuales responsables del Ministerio de Sanidad. Habrá que construir un verdadero organismo que actúe con profesionalidad y disponga de personal competente.
No podemos tolerar espectáculos tan lamentables como los vividos durante esta crisis con la compra de test defectuosos a una empresa sin licencia o el caso del director del centro de emergencias, Fernando Simón, que hace dos meses auguraba que no habría muertos en España porque la Covid-19 era «una enfermedad con muy bajo nivel de transmisión» y que, inexplicablemente, sigue todavía en el puesto.
Si el mayor experto es Simón, tenemos un problema, porque él fue quien auguró que aquí no pasaría nada y quien hasta hace unos días desaconsejaba el uso de la mascarilla
Si el mayor experto de España en estos asuntos es el señor Simón, tenemos un problema. Y para apreciar su magnitud, recomiendo la lectura de cualquier entrevista a este epidemiólogo en los meses de enero y febrero. Hay una que es particularmente hilarante si no fuera dramático todo lo que ha pasado después. Se publicó el 9 de febrero en el Heraldo de Aragón, y allí dijo la frase anteriormente citada y esta otra que iba en el titular: «No hay razón para alarmarse con el coronavirus». Es el mismo experto que el 26 de febrero nos argumentaba que no tenía sentido que las personas sanas usaran mascarilla y que ahora, como si no tuviéramos memoria o nos tomara por imbéciles, defiende exactamente lo contrario.
La ciencia se supone que se basa en hechos, para pegar volantazos ya tenemos a los políticos, y semejantes errores son impropios de alguien a quien le pagamos el sueldo por dirigir nuestro centro de emergencias sanitarias. Sus patinazos sobre esta enfermedad seguramente expliquen por qué el Gobierno reaccionó tan tarde y tan mal, pero Sánchez no puede esquivar con ello las responsabilidades políticas derivadas de la gestión de esta crisis… empezando por haber sido incapaz de sustituir a ese experto a pesar de su evidente incompetencia.
Aquí ha fallado todo, nos guste o no. España ha hecho aguas. Su Gobierno, sus comunidades autónomas, su sistema sanitario, sus expertos… Cuanto antes seamos conscientes de ello, antes podremos aprender de lo sucedido y estaremos en disposición de evitar que ocurra lo mismo si algún día viene un Covid-20.