Democracia y Política

El genocidio impronunciable

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Un oficial turco burlándose de un grupo de niños armenios hambrientos

Durante una misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, que se propuso conmemorar el centenario de una matanza de armenios cristianos por otomanos musulmanes, al arranque de la Primera Guerra Mundial, el Papa Francisco se refirió a aquel suceso como “horrible masacre” y “primer genocidio del siglo XX”. Los pronunciamientos del Papa rápidamente suscitaron respuestas del gobierno de Turquía que, a través de una reyerta de declaraciones, ilustran lo viva que sigue en la memoria de la región aquel conflicto religioso, étnico y político de hace un siglo.

El Primer Ministro de Turquía, Ahmet Davutoglu, llamó a consultas al Nuncio Apostólico en Ankara y le expresó que las declaraciones del Papa eran “inapropiadas”. Calificar como “genocidio” aquellos hechos, en presencia del presidente de Armenia y del patriarca de los armenios católicos, era, a juicio de Turquía, un gesto inamistoso, ya que este país rechaza el término que, sin embargo, aceptan 22 naciones del mundo, incluidas Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y Argentina, país de origen del Papa. El controvertido presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no podía quedar al margen de la polémica y subió el tono: “condenó y advirtió” al Papa, que “esperaba que no vuelva a cometer un error de ese tipo” y concluyó: “cuando políticos y religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades sino estupideces”.

No es la primera vez que Francisco se refiere a la matanza de armenios por turcos en 1915 como un genocidio. En varias misas en Buenos Aires, siendo arzobispo de esa ciudad, utilizó el término y en algunas de sus publicaciones más conocidas también lo ha hecho. Si esta vez, siendo sumo Pontífice de la Iglesia, no hubiera hablado de la misma manera, habría dado a entender que colocaba la diplomacia por encima de sus propios juicios históricos como jerarca de la Iglesia católica. Francisco pudo usar otra palabra, pero prefirió ser leal a su interpretación de la historia. Erdogan tiene razón en parte de su crítica: el Papa habló como historiador. Pero, ¿acaso no hace lo mismo Erdogan, un político que insiste en que lo que sucedió en 1915 fue una guerra civil y no un genocidio?

En la historiografía más contemporánea sobre el tema, el genocidio armenio, al que algunos transfieren el término hebreo de “holocausto”, es entendido como una política de exterminio ejecutada por los turcos entre 1915 y 1923, que dejó un saldo de más de un millón y medio de muertos. Cuando Erdogan intenta limitar el debate a lo sucedido en abril de 1915 —la fecha en la que se conmemora la masacre es el 23 de abril— trata de reducir las víctimas de aquella “guerra civil” al medio millón que pereció en la primavera de ese año. En clásicos como Los cuarenta días de Musa Dagh, de Franz Werfel, sin embargo, se interpreta la masacre como parte de una política de aniquilamiento de Estado emprendida por el gobierno de los Jön Türkler o Jóvenes Turcos, al mando de Ismail Enver.

La disputa por el pasado, en la que se ve envuelto el Papa Francisco, tiene como telón de fondo un conflicto en el presente. Las relaciones entre Turquía y Armenia se rompieron desde principios de los 90, cuando los armenios ocuparon el territorio de Nagorno-Karabaj, desatando, a su vez, un prolongado diferendo con Azerbaiyán, otra ex república soviética del Cáucaso que comparte, con Turquía, la misma franja de tierra entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Ankara añora los tiempos de Kemal Ataturk, cuando todas aquellas pequeñas naciones aceptaban la hegemonía del Imperio Otomano o del ruso. Hoy, a falta de esas viejos potencias, tenemos a los nuevos tigres de papel de Eurasia, como la Turquía de Erdogan o la Rusia de Putin.

Rafael Rojas es autor de más de quince libros sobre historia intelectual y política de América Latina, México y Cuba. Recibió el Premio Matías Romero por su libro «Cuba Mexicana. Historia de una Anexión Imposible» (2001) y el Anagrama de Ensayo por «Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano» (2006) y el Isabel de Polanco por «Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica» (2009).

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