El hombre más poderoso del mundo del arte: «Los museos son básicos para una democracia»
Glenn Lowry, Director del MOMA
Tres millones de visitantes de todo el planeta peregrinan cada año al museo de arte moderno de Nueva York, el epicentro mundial del arte contemporáneo. Al mando de esta influyente institución está el todopoderoso Glenn Lowry, que lleva 28 años liderándola. Nos citamos con él para hablar de arte, dinero y poder.
Todavía recuerda ir de pequeño al Louvre y ver la Victoria de Samotracia por primera vez. Un amor a primera vista. «¡Qué encuentro más fuerte!», evoca Glenn Lowry (Nueva York, 1954), probablemente, hoy, el más poderoso de los directores de museos en el mundo. También el más longevo, después de Philippe de Montebello, que estuvo 30 años al frente del Metropolitan de Nueva York. Él lleva 28 liderando el MoMA, un museo que, además de atesorar la mayor colección de arte moderno del mundo, es también una marca, situada en el epicentro del arte contemporáneo.
Con restaurantes –uno de ellos con dos estrellas Michelin–, una tienda con los diseños más vanguardistas y una sucursal en el barrio de Queens. Tres millones de visitantes peregrinan a las 50 exposiciones que organizan al año. Hablamos con este experto en arte islámico, formado en la meca del mundo del arte, en la Universidad de Williams College en Massachusetts y en Harvard. Un historiador del arte que, además, recauda 190 millones de dólares al año.
XLSemanal. ¿Cuál es el secreto para ser un buen director de museo?
Glenn Lowry. Amo lo que hago. Aprendo muchísimo de la gente con la que trabajo, de los artistas, de los visitantes. Eso no quiere decir que todos los días disfrute porque hay problemas y resultan frustrantes; algunas semanas me tiro de los pocos pelos que me quedan [risas]. Pero, viendo la película entera, sigo aprendiendo; por eso sigo aquí.
XL. El trabajo de director es más complejo que nunca. Algunos colegas suyos lo describen como un híbrido entre conservador, historiador, gestor, recaudador y diplomático.
G.L. Cuando me contrataron, mi mujer, Susan, me dijo que llamara a Philippe de Montebello para preguntarle cómo había alcanzado tanto éxito, cuál era su secreto.
XL. ¿Y qué le dijo?
G.L. Me dijo que había aprendido que solo tienes que luchar por las batallas que tengas absolutamente que ganar. Pero que no necesitas ganar todas. Que muchas veces tienes que dejar que la situación transcurra por un camino distinto del que querías… y que no pasa nada. Que hay que reservar la energía para las batallas que realmente importan.
XL. Los que lo conocen dicen que usted concede el protagonismo a sus conservadores en lugar de imponerse.
G.L. Espero que sea así. Mi carrera empezó como conservador; me encanta contar historias e investigar, y eso es lo que hacen los conservadores. Por eso respeto profundamente su responsabilidad e inteligencia. Mi papel es darles espacio para ser creativos y que hagan bien su trabajo. Intervengo cuando es necesario, pero mucho más como un amigo o un colega que como una figura autoritaria.
XL. El MoMA es un museo totalmente privado. Usted empezó como conservador, pero es un hombre de negocios que tiene que levantar mucho dinero para gestionar el museo.
G.L. Espero seguir siendo un conservador [risas]. Tampoco es tan diferente a lo que hacía antes, excepto que tengo más carpetas abiertas al mismo tiempo. En Estados Unidos, un gran conservador es el primero que tiene que buscar financiación para hacer su exposición; debe trabajar con los patronos, los prestadores, los artistas… Su labor es multidimensional. Mi contribución es pensar estratégicamente. Hacer preguntas que lleven a respuestas productivas.
XL. MoMA es una gran empresa y muy complicada.
G.L. Sí, es una organización compleja que recauda 190 millones al año. Y cada año empezamos casi de cero.
«El MoMa es una organización compleja que recauda 190 millones al año. Cada dólar que recaudamos, insisto, cada dólar, es difícil»
XL. Y no tienen apoyo financiero del Estado.
G.L. El dinero siempre es difícil de recaudar. Cada dólar que recaudamos, insisto, cada dólar, es difícil. El 30 o 35 por ciento de nuestro presupuesto viene de dotaciones de fondos con los que contamos cada año. Pero nosotros tenemos que recaudar el resto, que proviene de las ventas, las entradas, de los miembros, los eventos y, por supuesto, de los patrocinadores y la recaudación de fondos privados.
XL. ¿Cómo impacta positivamente esa inversión privada en la sociedad? ¿Es ahora más vital que nunca después de la pandemia y en un mundo de guerras e incertidumbre?
G.L. Es una gran pregunta. Los museos siempre han sido una de las instituciones cívicas más importantes. Y hay una razón: son espacios donde gente de muy diverso origen puede compartir experiencias delante de los más importantes temas de nuestro tiempo. Estos temas se hacen palpables mediante las obras de arte. Creo profundamente en ello.
XL. Ahora ese impacto positivo se puede medir.
G.L. La gente nos pregunta cuántos visitantes tenemos, su nacionalidad, cuántos tours educativos… Puedes analizar todos esos datos y cómo repercute en la economía que un turista venga a la ciudad para ver un museo. Su efecto es multiplicador. El impacto en restaurantes, hoteles… Pero, para mí, esos datos son mucho menos interesantes que la información cualitativa: la que habla del impacto del museo en la vida de la gente.
XL. Pero esa información cualitativa es más difícil de medir, ¿no?
G.L. Sí, pero está en el corazón de lo que hacemos. Los museos son fundamentales para una sociedad democrática. Son espacios donde aprendemos a pensar, a debatir, a cuestionarnos, pero también a saber lo que significa pertenecer a una civilización.
XL. A muchos les sorprende ver las masas de gente que visitan museos como el MoMA. El Prado sigue teniendo una proporción de visitantes que facilita una experiencia más auténtica, más placentera. ¿La masificación es uno de los grandes retos?
G.L. Los museos son espacios públicos y damos un servicio público. Estamos aquí para que venga el mayor número de visitantes. Si a la gente no le gustara visitar el museo con muchas personas, no lo haría.
XL. Esa es una visión controvertida. No creo que todos sus colegas piensen que a la gente le gusta ver una obra como si estuviera en el metro.
G.L. Sí, muchos de mis colegas tienen otra opinión. Es como cuando vas a un restaurante. En la calle ves tres que están vacíos y dos, llenos. ¿Por cuál te decides? Claramente vas al que está lleno, aunque el vacío pueda ser fantástico. No asumo que la gente no disfrute con muchas personas alrededor porque, si no quisiera estar aquí, no estaría.
XL. ¿Pero a usted no le gusta contemplar un cuadro con tranquilidad, sin tanta gente?
G.L. No todo el mundo experimenta el arte de la misma forma. Si eres historiador del arte como yo, la mejor forma es estar solo delante de la obra, pero muchos estudios demuestran que lo que le motiva a la gente es estar delante del cuadro y comentarlo con otros. Por eso, autorizamos a hacer fotografías. No tenemos que restringir el número de visitantes al mínimo. Estamos aquí para servir al público y no a una élite. ¡Yo me excito cuando veo el museo lleno de gente!
XL. Después de 28 años en el cargo, ¿cuál es su mayor reto?
G.L. El mismo de siempre. Asegurarnos de que las diferentes voces del mundo del arte estén presentes y de que contratamos a los mejores perfiles. Tenemos un staff de muy diversos orígenes, de diferentes etnias y herencias culturales. Básicamente, con educaciones muy distintas, y contar con ese mix tan rico nos permite tener una conversación mucho más enriquecedora y conectar con públicos diferentes.
«Yo no creo que la gente deje de disfrutar de un cuadro por que esté rodeada de muchas personas. Si no les gustara, no vendrían»
XL. ¿Se siente cómodo en su puesto a pesar de tantos años?
G.L. ¡No! El objetivo es estar incómodo. Me siento con más energía cuando estoy nervioso e incómodo porque eso quiere decir que me estoy encontrando con situaciones de las que no sé las respuestas. Cuando, por ejemplo, veo exposiciones que no entiendo bien… No es que quiera crear un ambiente de gente que se sienta incómoda, pero sí en el que se perciba la energía intelectual de la institución. Ese era el reto, lo es y lo seguirá siendo.
XL. ¿Su estrategia es adquirir más arte moderno o más contemporáneo?
G.L. Queremos hacer adquisiciones muy precisas del arte previo a 1950. Nuestros grandes esfuerzos están dirigidos a coleccionar el presente.
XL. ¿Se trata también de cubrir lagunas históricas? ¿O de incluir a más mujeres artistas, por ejemplo?
G.L. Sí. Durante los primeros 40 o 50 años del museo no se coleccionó obra de mujeres ni tampoco de afroamericanos, de asiático-americanos o de africanos y no vamos a cambiar eso de forma dramática, pero sí ampliaremos la representación de mujeres y la de artistas de estos orígenes.
XL. ¿Cómo de fuertes son las presiones de lo políticamente correcto, el movimiento woke?
G.L. Soy algo diferente a algunos porque no considero que el woke sea malo. Si woke significa ser más considerado y atento a culturas y comunidades más allá de las nuestras, estamos exactamente donde deberíamos estar como sociedad. Pero ¿puede esto virar hacia una ortodoxia que sea igual de mala que ser antiwoke? Sí, podría ser. Pero somos un museo en la ciudad de Nueva York. Una ciudad multicultural, con cientos de lenguas, y tenemos que ser un lugar de muchos sitios.
«Podría estar un día entero solo delante de ‘Las Meninas’ y sería feliz, me encanta el Prado, es puro placer. Siento cómo me palpita el corazón»
XL. ¿Cuál es el público al que están echando de menos?
G.L. Cualquier gran museo, como el Prado, Louvre, MoMA o MET, son imanes para el turismo. En cambio, los residentes siempre dicen que mañana irán a visitar la exposición de turno y la muestra se cierra sin que la vean. Todos los museos lo pasamos mal formando nuestra comunidad local. Nuestro reto sigue siendo atraer a más neoyorquinos.
XL. The New York Times publicó hace poco que se va a retirar en 2025. ¿Es cierto?
G.L. Nadie sabe cuándo me jubilaré; yo tampoco. La decisión depende del Patronato tanto como de mí. Mi contrato vence en 2025, pero no tengo una decisión tomada.
XL. ¿Su museo favorito?
G.L. ¡Es muy difícil de contestar! Lo que tengo son momentos favoritos en muchos museos. Ver obras de arte que no esperabas, que encienden tu imaginación. Me encanta ir al Prado porque hay una obra maestra tras otra. Es puro placer. Siento cómo me palpita el corazón. Rubens, Velázquez, Goya… Podría estar un día entero yo solo delante de Las meninas y sería feliz. Y me encanta la escala del Prado. La relación del espacio con sus obras. También me gusta mucho el Gulbenkian en Lisboa, es mágico. ¡Me cuesta encontrar un museo que no me guste!
XL. ¿Qué hace para tener ese aspecto tan saludable?
G.L. Coger mi bicicleta e irme todo lo lejos que pueda es mi manera de vaciarme, de crear espacio en mi mente.