El llanto de la sablista
Ya Venezuela no es el país donde los pasajeros sollozan mientras hacen fila en la zona de embarque de los aeropuertos, como lo era hasta hace unos cuatro años atrás. Hoy los venezolanos huyen del país a pie. La palabra “despedida” en Venezuela es explosiva. No la digas delante de las madres, abuelas, niños dejados atrás, y hasta las mascotas abandonadas. No la digas, Alejandra Benítez, si no vas a besar el suelo embebido en lágrimas. No la digas si te has reído del sufrimiento del pueblo venezolano. ¿Puede un niño venezolano hacerse esgrimista hoy?, ¿cuántas escuelas o clubes de esgrima hay en Venezuela?, ¿dónde consiguen los equipos básicos, quién los paga, cuando la espada más barata cuesta 200 euros, y una careta 90?
Al enterarse de que el gobierno de Canadá le había negado la visa para ingresar a ese país para participar en el Grand Prix de Sable de Montreal 2020, la atleta olímpica de sable, Alejandra Benítez, escribió este mensaje en Twitter: «El sueño de mis quintas olimpiadas se desvanece, nuevamente somos víctimas de las sanciones y el golpe perenne a nuestra soberanía, hoy ni la carta olímpica ni el “fair play” nos ayudaron a seguir dando una pelea justa. Soñaba con una mejor despedida!».
En apenas tres líneas, la diputada suplente por el PSUV a la Asamblea Nacional (AN), usa media docena de términos neurálgicos para la sensibilidad venezolana: Sueño y soñar / Desvanece / Víctimas / Soberanía / Pelea justa / Despedida.
Ante la avalancha de burlas que recibió la ex ministra del Deporte de Maduro, por la negativa de Canadá de permitirle entrada debido a la sanción que pesa sobre ella, gente tan inteligente como el arquitecto Enrique Larrañaga afeó la conducta de quienes celebraban la medida del gobierno canadiense y concluyó deplorando que las manifestaciones de revancha sean confundidas, por quienes las profieren, con justicia: “Lamento la negación de visa a @BenitezVEN / Lamento lo que la causa / Lamento lo que ello causa / Lamento que haya quien la celebra / Lamento que la venganza sepa a justicia”.
Nadie en su sano juicio se alegraría de que un atleta se vea impedido de defender los colores de su país en un torneo internacional, antesala de las próximas olimpiadas; celebraría la humillación de un gobierno infligida a un particular; ni confundiría venganza con justicia. Pero el caso es que mucha gente, de quien no se puede afirmar que ha perdido el juicio, incurrió en todas estas acciones, que Larrañaga, sin que le falte razón, fustiga, por razones que conviene hacer explícitas.
La cuestión es que todos los hechos mencionados por Enrique Larrañaga son apenas una parte, y muy pequeña, del conflicto en marcha. Si se abre el lente, se entiende que la oficina de Inmigración, Refugiados y Ciudadanía de Canadá le cerró la puerta a Benítez no para cerrarle al camino al podio, sino porque ha sido cómplice de la crueldad y voracidad del régimen del que ha sido funcionaria, vocera y figura propangandística. Canadá, pues, no desairó a una atleta sino a una esbirro. Es la prerrogativa que se reservan las democracias ante las dictaduras y los gobiernos mafiosos: En tu país haces lo que te da la gana, violas la Constitución y las leyes, martirizas al pueblo, pero a mi casa no entras. Aquí no quiero las huellas sangrientas de tus pezuñas.
Y la revancha -que, ciertamente, siempre es molesta, visceral, tendiente a la desproporción y a la ceguera-, se explica por lo expresado antes, porque los términos usados por la ex ministra de Maduro para quejarse son especie de moretones que, cuando los rozas, duelen mucho.
Sueño y soñar. Estas palabras, en boca de los verdugos, indignan. Venezuela es hoy un cementerio de sueños, muchos de ellos muertos antes de nacer, porque la inmensa mayoría de los venezolanos no puede albergar anhelos más allá de la mínima sobrevivencia, que muchos no logran siquiera. Si un venezolano tiene un sueño, lo más probable es que tenga que abandonar su país para hacerlo realidad. Pero no nos salgamos del asunto que nos ocupa. ¿Puede un niño venezolano hacerse esgrimista hoy? Cuántas escuelas o clubes de esgrima hay en Venezuela. Dónde consiguen los equipos básicos, quién los paga, cuando la espada más barata cuesta 200 euros, y una careta 90; y también necesitan guantes, pasante, chaquetilla, pantalón y zapatos. Eso, para no mencionar a los entrenadores. Un reportaje de Carmen Victoria Inojosa, para el portal Infobae, exponía, hace exactamente un mes, las consecuencias de la emergencia educativa en Venezuela, donde la mitad de los maestros abandonaron las aulas en los últimos cuatro años. «En las escuelas públicas del país quedan 263.769 maestros, de los más de 500.000 que se contabilizaban en 2015».
La espantosa realidad es que los educadores han tenido que abandonar su profesión, porque sus salarios no les permiten comprar más del 5% de la canasta básica alimentaria. El desastre educativo ha condenado a la pobreza a una generación entera, cuyos sueños, gente como Alejandra Benítez no considera ni mucho menos defiende. Al punto que, solamente el año pasado, 46% de los estudiantes quedaron excluidos del sistema escolar porque no podían ni llegar a la escuela por falta de uniformes, materiales, alimentación y servicios.
Desvanece. Esta palabra, como todas las usadas por la “hija de Chávez” (sí, Benítez también declaró que tenía en el golpista del 92 un padre), tiene varias acepciones. Pero resulta que en Venezuela tiene un significado terrible: No es sólo que se han evaporado el futuro y el patrimonio de muchos, es el país el que se nos ha desvanecido ante los ojos, entre los dedos, por la sistemática destrucción obrada por el chavismo. Pero es que también se desvanecen en las aulas los niños con hambre. Un reportaje en The New York Times, de hace poco más de un mes, documentaba el hecho de que en Venezuela, «Los desmayos en la escuela primaria se han convertido en episodios habituales, porque muchos estudiantes van a clases sin haber desayunado o incluso sin haber cenado la noche anterior. En otras escuelas los niños quieren saber si ofrecerán algún tipo de comida antes de decidir ir». No por nada, la FAO calcula que la tasa de desnutrición se ha cuadruplicado desde 2012, y la ONU ha reconocido que cientos de miles de venezolanos están en riesgo debido al acceso limitado a tratamiento médico y medicinas.
Víctimas. Sí, las de la persecución del régimen; de las expropiaciones; de las torturas; del presidio político; de la falta de electricidad, agua y gasolina; de las FAES y los colectivos; de la destrucción de la economía (desde 2013, año en que Benítez aceptó ser ministra, se ha contraído en un 65%), un colapso que ha provocado la huida del 16% de la población. Según cifras de Acnur, para finales de 2019, 4,6 millones de venezolanos han huido del país. Una de las más grandes crisis, la crisis de refugiados venezolanos, es una de las más grandes en la historia moderna.
Soberanía. ¿Bastará con mencionar que el usurpador de la presidencia habla con el acento del ocupante?, ¿o habrá que aludir también al saqueo intensivo de los rusos en el Arco Minero, a la deuda con los chinos, a las empresas iraníes disfrazadas de abastos y a la sombra ominosa de Hezbollah?
Pelea justa. Frase que recuerda a los políticos de oposición inhabilitados, las elecciones supervisadas por Tibisay Lucena, pero, sobre todo, la de los pobres de Venezuela que tienen que pelearse su arepa en pedana de dólares, con florete de bolívares. En Venezuela no ha habido nada justo desde la llegada al poder de Chávez, cuyos ojos impresos en una franela esgrimió Benítez, entre burlas, mientras les decía a los opositores: «Miren para que les duela más, bello los ojos de mi comandante ¿verdad? […] Lloren, lloren, sigan ahí, sigan ladrando». Esa es Benítez, no sólo la esgrimista que logró medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015.
Despedida. Ya Venezuela no es el país donde los pasajeros sollozan mientras hacen fila en la zona de embarque de los aeropuertos, como lo era hasta hace unos cuatro años. Y no lo es, porque ahora los venezolanos huyen del país a pie. Esta palabra en Venezuela es explosiva. Está llena de pólvora. No la digas delante de las madres, las abuelas, los niños dejados atrás, las mascotas abandonadas. No la digas si no vas a besar el suelo embebido en lágrimas. No la digas si te has reído del sufrimiento del pueblo venezolano. No la digas, porque, entonces, como no hay justicia, la ciudadanía a la que te has cansado de humillar, caerá en el espejismo del desahogo. Y en eso, Enrique tiene razón, es innoble y no resuelve nada.