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El «nunca más» que se olvida: Palestina y la impunidad internacional

Recuerdos entre escombros: la tragedia infantil de Gaza bajo la sombra de  la guerra y el asedio - ABNA español

 

El mundo observa, con un silencio que duele, cómo se despliega una tragedia destinada a marcar la historia contemporánea con una de sus manchas más oscuras. Las decisiones del gobierno de Benjamín Netanyahu, revestidas con la bandera de la seguridad nacional y el combate al terrorismo, han desatado un ciclo de violencia que evoca los episodios más crueles del siglo XX. El Holocausto judío surge inevitable en nuestra memoria, no como una comparación superficial, sino como un recordatorio del sufrimiento sistemático de un pueblo. 

Hoy, millones de palestinos enfrentan hambre, desplazamiento, destrucción de sus hogares y hospitales, mientras la comunidad internacional contempla impotente un patrón de violencia que, en otros tiempos y lugares, se denominó genocidio: desde Armenia hasta Ruanda, desde Bosnia hasta la Shoá.

(El término “Shoá” significa literalmente “catástrofe” o “destrucción total” y se emplea especialmente en el contexto judío para subrayar la dimensión histórica, cultural y humana de esta tragedia, más allá del significado general de “Holocausto”, derivado del griego y que significa “sacrificio por fuego”).

El gobierno israelí sostiene que sus acciones son defensivas, necesarias para proteger a su población frente a Hamas y otros grupos armados. Sin embargo, la magnitud de la destrucción y el número de víctimas civiles revelan que la violencia ejercida no puede justificarse únicamente como defensa. La asimetría del conflicto plantea preguntas incómodas: ¿cómo puede un ejército altamente sofisticado justificar un castigo colectivo sobre una población que carece de medios de defensa reales? 

Las calles de Gaza, los hospitales bombardeados, los mercados vacíos y los niños desplazados narran una historia que el discurso oficial intenta silenciar: la violencia se ha vuelto indiscriminada, deshumanizando a quienes deberían ser protegidos.

Hamas, aunque actúa como fuerza política y militar, no representa a Palestina. Esta distinción es crucial: la población civil palestina no decide los ataques, no controla los recursos militares, y sin embargo sufre las consecuencias de un conflicto que la sobrepasa. Comprender esto es fundamental para percibir que la tragedia que observamos no enfrenta iguales; es, ante todo, un castigo infligido a inocentes atrapados entre la violencia de un grupo armado y la respuesta desproporcionada del Estado más poderoso de la región.

La violencia israelí ha comenzado a proyectarse más allá de Gaza, expandiendo su sombra y revelando la magnitud del poder que se ejerce con impunidad. El reciente ataque en Doha, dirigido contra la cúpula de Hamás, ilustra que la política de Netanyahu no se limita a contener a un grupo armado dentro de Palestina: su alcance se extiende más allá de fronteras, proyectando miedo incluso sobre la capital de un Estado soberano. Este acto trasciende la mera lógica de la defensa y plantea preguntas sobre la proyección del poder: ¿hasta dónde puede llegar un Estado que actúa sin restricciones, respaldado por aliados estratégicos y un sistema internacional que observa, pero raramente interviene? La operación en Doha no solo eliminó objetivos militares, sino que simboliza un patrón de violencia que redefine la geografía del miedo y profundiza la sensación de vulnerabilidad global frente a decisiones de unos pocos.

La comunidad internacional ha mostrado una impotencia alarmante. La ONU emite condenas que se quedan en el papel, incapaz de implementar sanciones efectivas. El Tribunal Penal Internacional enfrenta límites legales y políticos: Israel no reconoce su jurisdicción, y la presión de las potencias occidentales bloquea investigaciones que podrían señalar responsabilidades. 

Estados Unidos, con su respaldo militar y diplomático, actúa como escudo, asegurando que las acciones de Netanyahu encuentren pocas barreras reales. Europa, a pesar de las declaraciones de condena, prioriza relaciones comerciales y estratégicas, mientras los países árabes han normalizado vínculos con Israel, dejando a Palestina aislada y sin un bloque sólido que respalde su supervivencia. En este entramado de alianzas y vetos, la impunidad no es un accidente: es la consecuencia de un sistema internacional que protege intereses más que vidas humanas.

El paralelismo histórico es inquietante. La humanidad prometió “Nunca Más” tras Auschwitz, y, sin embargo, se repiten patrones de desplazamiento masivo, destrucción de ciudades y violación sistemática de derechos básicos. Netanyahu actúa con plena conciencia histórica: la memoria del Holocausto, lejos de inhibir la violencia, se convierte en un contraste cruel que intensifica la indignación moral. Mientras el mundo observa, la repetición de la tragedia refuerza la sensación de que las normas internacionales pueden ser ignoradas cuando se posee poder y aliados.

Cada ataque, cada demolición, cada bloqueo económico recuerda que la historia se repite cuando se da la espalda a la justicia. Palestina, atrapada entre la violencia de Hamas y la respuesta de Israel, experimenta un sufrimiento colectivo que no puede justificarse bajo ningún pretexto.

La magnitud de esta catástrofe humanitaria obliga a cuestionar no solo la política de un Estado o de un líder, sino la eficacia de un sistema internacional diseñado para proteger a los inocentes, que en este caso ha demostrado ser insuficiente.

Todo pareciera indicar que el mensaje es: “los principios que deberían guiar la justicia global son vulnerables frente a la fuerza y las alianzas estratégicas”. Si no se actúa con determinación para proteger a los civiles, la memoria de todas las tragedias anteriores, desde Armenia hasta Ruanda, desde Bosnia hasta la Shoá, quedará mancillada, convertida en un recordatorio de lo que ocurre cuando la ética y la legalidad se subordinan a los intereses de unos pocos.

Hamas no es Palestina, y los civiles que sufren no son responsables de la política de un grupo armado; su dolor es el verdadero testimonio de la tragedia. La responsabilidad de prevenir un genocidio y proteger a los inocentes recae no solo sobre los líderes regionales, sino sobre todo el sistema internacional que permite que esta violencia continúe.

La historia, de nuevo, nos observa y nos juzga. La pregunta permanece: ¿será la humanidad capaz de impedir que el sufrimiento de los inocentes se repita, o permanecerá en silencio mientras otro capítulo de tragedia se escribe ante nuestros ojos?

 

 

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