El padre de Monedero está indignado con la izquierda y la mamandurria
Un apparátchik del PSOE miraba de reojo este domingo a uno de los balcones de la madrileña calle de Ferraz, frente a la sede del partido. Allí vive un simpatizante de Vox que hace unas semanas, el día de las elecciones generales, se hizo famoso por poner a todo volumen el ‘Que viva España’ para incordiar a los allí presentes. Al filo de la medianoche, la canción de Manolo Escobar no había sonado; y menos mal,pues habría sido casi lo único que se habría escuchado allí. Lejos quedan los domingos electorales en los que cientos de acólitos se acercaban a la sede de los partidos para corear el nombre de su líder, banderín en mano. El tiempo de las groupies en política ha terminado.
No había mucho que hacer en el barrio de Argüelles una vez cayó el sol y los trabajadores de El Corte Inglés echaron la trapa. Cerca de allí está Casa Gala, el bar que el padre de Juan Carlos Monedero regenta desde 1955, el año en el que se firmó el Pacto de Varsovia. En pocas familias debe resultar tan incómodo hablar de política en la cena de Nochebuena como en la Monedero, pues el hijo es de Podemos y el padre, de Vox. Basta entrar al bar y pronunciar la frase «qué, ¿cómo van?» para que el señor empiece a hablar.
-Hemos cavado nuestra propia tumba. En las autonomías se despilfarran 973 millones al mes y estos quieren que todavía gastemos más. Y la gente les vota.
-No pinta bien la cosa…
-Mira, antes de todo esto la Renfe, la Telefónica, la electricidad… todo era público. Y había 600.000 funcionarios. Ahora hay cinco veces más y no queda mucho de todo eso. Vosotros (los periodistas) tenéis que denunciar con números esas cosas.
-Veo que las conversaciones de política con su hijo deben ser tensas…
-Bueno, hablando se llega siempre a puntos de encuentro.
-Pero están muy lejos esos puntos.
-Sí, pero se llega.
Dicho esto, se le pregunta por su militancia en Vox y sale el tema de su propuesta de modificar la ley para ampliar los casos en los que se permite la autodefensa. Entonces, habla de que los hosteleros corren cierto riesgo al salir, de noche, con la recaudación y saca de un cajón una pistola.
-¿Es de aire comprimido?
-Qué va. Esta es de balas pequeñas (las saca de una cartera negra). Hace un tiempo vinieron a robar una moto entre dos y la saqué. En cuanto les dije que les disparaba si no la dejaban, se fueron corriendo.
-Pero tenga cuidado, que eso es peligroso.
-Pero es necesario. Nunca se sabe.
-No parece que vaya a mejorar Vox, ¿no?
-No tiene pinta, no, pero yo ésta la seguiré teniendo aquí por si acaso.
De vuelta a la calle Ferraz, un grupo de militantes del PSOE, todos con chaqueta, ninguno con corbata, espera en una terraza a que avance el escrutinio. Ninguno despega la cabeza de la pantalla, ni falta que hace, pues no había mucho que hacer por allí. Un afiliado con una exuberante barba blanca, situado a pocos metros, lamenta la poca capacidad de convocatoria: “No se puede decir que hayamos perdido, mira las europeas, pero antes venía más gente. Ahora deben estar en el Círculo de Bellas Artes, que es donde está (Ángel) Gabilondo”.
Se equivocaba. En la cuarta planta de ese edificio sólo había medio centenar de personas. Periodistas y gente del partido. En la calle, tres unidades móviles y un guarda de seguridad, que miraba, aburrido, a un grupo de asiáticas con collares hawaianos que pasaba por calle de Alcalá. Hay veces que uno siente que la felicidad queda muy lejos.
La resistencia de Madrid
De Alcalá a Génova se llega en un paseo en el que se confirmó que Manuela Carmena y Pepu Hernández perdían un concejal, por cabeza, yJosé Luis Martínez Almeida se convertía en el favorito para ser alcalde de Madrid. Poco después, se supo que Isabel Díaz-Ayuso será muy probablemente presidenta de Madrid; es decir, esta noche, era la derecha la que cantaba en Madrid el ‘no pasarán‘.
Frente a la sede del PP -dicen que en venta- no había mucho más ambiente pasadas las 00.30. La cosa mejoró cuando salieron a la calle Martínez-Almeida, Pablo Casado, Díaz Ayuso y Dolors Montserrat para saludar al respetable y los incondicionales que estaban dentro del edificio bajaron a la calle, con banderines en mano. Pero no se puede decir que el público se hubiera desplazado en masa desde sus casas. Al contrario. Sin afiliados y cámaras de televisión, allí se hubieran contado pocas almas.
Eso sí, el destino unió a un camarero de Carabanchel, que había llegado en taxi, emocionado porque los votantes habían “mandado a la abuela (Carmena) a su puta casa” y a un vendedor de mecheros, banderines, rótulos y demás. Este último había acudido con un carro verde a rastras y con un radiocasete de los años en los que en Génova 13 se pagaba en pesetas y Aznar tenía bigote. “Estoy grabando el programa de la SER; luego, cuando llegue a casa de mi madre, en Orcasitas, me lo pongo y me entero de todo”, decía a este periodista, mientras su nuevo amigo de Carabanchel expresaba su esperanza de que, con el PP en el Ayuntamiento, pudiera caminar por un barrio limpio y “sin okupas” ni miedo a que la “gentuza” te pegue un navajazo.
Son otros tiempos en España y ni los grandes partidos son tan grandes, ni las personas tan crédulas. Ya nadie canta el Habla pueblo, habla ni los domingos electorales figuran en un color tan rojo en el calendario. Alguno, acaba hasta las narices. De paso por Santa Engracia, el vocal de una mesa electoral esperaba, sentado en las escaleras, mirando el teléfono móvil, entre bostezos, a que viniera “el de Correos” para firmar todo aquello. Pocas veces parece tan fatigada esta ciudad frenética, pero, después de esta primavera electoral, no deja de ser normal.