El pequeño dictador en ti
El virus ha desenmascarado nuestra indolencia y el utilitarismo sobre el que basamos nuestra fe.
Se ha dicho que las diez plagas de la Biblia se basan en hechos concretos. Existen evidencias de las calamidades que comenzaron con el Nilo teñido de sangre. Estos fenómenos, atribuidos a la negativa del faraón de liberar a los esclavos hebreos, para los científicos fueron consecuencia de cambios climáticos. Y, sin embargo, la pestilencia, las úlceras, los sarpullidos incurables causados por la multiplicación de los insectos no fueron comprendidos como el resultado de una serie de males desencadenados por la variación en las temperaturas, sino por la ira de Dios.
Nacen la literatura, las metáforas, la noción de justicia divina, la narrativa que nos permite imaginar un orden moral, más allá de la aleatoriedad de la ciencia y su desinterés en la fábula del ser humano como amo y señor de la Tierra.
De palabras está hecha la Biblia, así como las invocaciones de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez a la Virgen de Chiquinquirá. De palabras se componen la democracia y el discurso cotidiano del político. Con palabras tejemos el relato sobre el cual basamos nuestras creencias, vendemos nuestras convicciones o construimos relaciones de poder.
Sin duda, el distanciamiento social es necesario, y está probado que hay que llevarlo a cabo. Pero cómo, bajo qué circunstancias. Eso cada quien lo interpreta a su manera y a favor de su beneficio propio, como la Biblia.
Cada quien vigila a su vecino como puede, impone sus reglas, se hace emperador de su pequeño reino. En el edificio donde vivo, ahora se atiende a mensajeros y domiciliarios en la calle. En Alto de los Migueles, cerca de Villa de Leyva, los vecinos mandaron a cerrarle la tienda a una campesina.
Veo el video de un hombre, con un carrito de mercado cargado de aguacates, recorriendo un barrio ofreciéndolos. Unos policías, al encontrarlo, lo obligan a destrozarlos uno a uno contra el asfalto mientras lo observan sin bajarse de la patrulla. En otro le quitan la caja de dulces a un vendedor, en uno más atacan a un hombre de la tercera edad. Pero si uno observa un exceso, la respuesta es que es ‘por nuestro propio bien’.
Esta pandemia ha venido a desenmascararnos, a señalar nuestras contradicciones, nuestra indolencia, el utilitarismo mezquino sobre el que basamos nuestra supuesta fe. Mucho le temo a esta combinación entre religión, política y epidemia. Si bien el coronavirus es una amenaza real que debe ser enfrentada, se ha convertido también en la excusa perfecta para sacar el pequeño dictador que, al parecer, todos llevamos dentro.
La aprobación de Iván Duque ha subido 29 puntos en las encuestas, Claudia López tiene la nota más alta de todos los alcaldes. Pero, claro, si estamos muertos de miedo. Todos queremos reglas estrictas, queremos ser salvados.
¿Pero cuáles son los límites de la obediencia, que parece blindada al basarse en la más pura y cristiana de las premisas, como es la de ‘salvar vidas’? He documentado solo cuatro abusos vistos en redes sociales durante quince minutos de búsqueda. ¿Cuántos más no se estarán cometiendo en todo el país? ¿Cuántas personas estarán viviendo el hambre, la humillación, el dolor a causa de esta combinación entre coronavirus, miedo colectivo y pandemia de represiones? Mientras la cuenta de contagios y muertes se lleva a diario, los efectos estructurales de las medidas tomadas en el presente solo los conoceremos en unos años.
Recémosle a la ciencia, no al Divino Niño, no a la Virgen de Chiquinquirá. Ellos despiertan pasiones profundas, mueven indicadores de popularidad y desatan la ira no de Dios, sino de los humanos que lo creamos, quienes, aterrados hasta el hechizo por el miedo colectivo, ignoramos los casos, cada vez más cercanos, cada vez más frecuentes, del autoritarismo viral que ahora es pan de cada día.
MELBA ESCOBAR
En Twitter: @melbaes