El Presidente, ante la pandemia
No se oye una voz angustiada. Era esperable en un jefe del Estado que ha tomado decisiones dramáticas e inéditas en la Argentina, para intentar que la pandemia no repita aquí postales de tragedia como en Europa. Nuestro país, como tantos, decidió aislarse. “Era el camino indicado e inevitable. Hubiera sido irresponsable no hacerlo. Por lo que vemos afuera. Por la opinión de médicos, científicos y especialistas”. Alberto Fernández lo explica con tranquilidad. Casi con naturalidad.
Ese estado de ánimo, tal vez, explique el convencimiento que el Presidente poseía hace días sobre la inevitabilidad de decisiones drásticas. No parece verdad que se hubiera resistido. Le sonaba conveniente –se lo dijo a sus ministros más cercanos– una progresión durante la semana pasada hasta llegar al extremo. ¿Por qué? “Le temía al estallido de una psicosis colectiva. No en vano los argentinos somos argentinos. Cosas van a suceder igual. Pero espero que nunca fuera de control”, comenta el mandatario.
El Gobierno tiene previsiones. El equipo del jefe de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, estima –solo eso– que el pico de los contagios podría darse a mediados de abril.
El ministerio de Salud, que conduce Ginés González García, construyó cuatro escenarios en base a la experiencia externa. El pesimista habla de una duplicación de casos cada tres días sin aplanamiento de la curva de contagios. Como sucede en Europa. El optimista refiere a la evolución que la enfermedad tuvo en China. El escenario intermedio tardío señala duplicación de casos hasta el 15 de abril y luego un comportamiento similar al de China. El escenario intermedio temprano insiste con la duplicación de casos cada tres días y una evolución posterior similar a la del gigante asiático.
La pandemia ha producido mutaciones políticas. ¿Serán momentáneas o definitivas? Temprano para una respuesta certera. Alberto encontró en medio de esta desgracia un eje para su conducción. También una forma de afianzar la autoridad que permanecía bajo cierta nebulosa. La agenda pública varió el orden de prioridades. Aunque suma problemas. Debe luchar contra el coronavirus y está pendiente un cuadro económico de desastre.
La lógica del funcionamiento del sistema político también ofrece novedades. No se recuerda desde la crisis del 2001 un abroquelamiento entre oficialismo y oposición como el que se observa en estas horas. Las cosas no se producen por golpe de magia. En aquella oportunidad respondió al mérito de Eduardo Duhalde, el presidente de la emergencia, y el acompañamiento de la Iglesia. La lección fue desdeñada por Néstor y Cristina Kirchner, sobre todo, quienes espolearon la idea de gobernar con los amigos y condenar a los enemigos. Mauricio Macri tampoco comprendió la raíz del turno que le tocó conducir.
El encuentro del Presidente con los líderes parlamentarios de la oposición ha sido una señal saludable y contrapuesta con la historia reciente. Igual sentido tuvo la cumbre con los gobernadores. También la foto del anuncio de la excepción que incorporó a Rodríguez Larreta y el radical Gerardo Morales.
“Le dije a cada uno de ellos que ojalá que el virus sea el punto de partida para terminar con la grieta. Es imposible vivir de ese modo”, confiesa Alberto.
Mucho dependerá de su propia conducta. Además, con los antecedentes a la vista, resulta imposible que no se disparen interrogantes. ¿Qué sucederá cuando pase la pandemia? ¿Cómo será el comportamiento de la clase dirigente cuando el miedo, que ahora une, se empiece a diluir? ¿Cómo reaccionará, en el mismo sentido, la sociedad?
Alberto parece haber contado durante la irrupción de la megacrisis con un toque de fortuna. Que le permitió liberar la escena del poder. Donde ahora se desenvuelve sin incomodidades. Cesa el debate sobre el liderazgo. Aquel toque de fortuna tendría un par de explicaciones. El silencio de Cristina Fernández. Su viaje a Cuba en el primer pico de la dificilísima situación. Fue nuevamente a visitar a su hija Florencia, desde hace más de un año en La Habana debido a una enfermedad. Detonó a la par del avance de las causas de los Sauces y Hotesur, en las cuales está comprometida la familia Kirchner. La trae de regreso en las próximas horas.
El Presidente quedó solo en la línea de fuego. Se encargó de las decisiones y del modo de comunicación frente a un colectivo acurrucado. Lo hizo con calma, sin sembrar alarma innecesaria ni abrir debates inútiles. Quizás su único desliz haya sido, en una instancia, aconsejar la continuidad del fútbol para que los ciudadanos en cuarentena disfrutaran de un entretenimiento. Los futbolistas no son ángeles. Pero tampoco payasos.
Esa actitud prudente del mandatario contrasta con el recuerdo de tiempos no demasiado distantes. La Argentina padeció en 2009 la Gripe A que oficialmente produjo 337 decesos.
Cristina, la ahora vicepresidenta, tuvo dos momentos. Se encapsuló –característica del matrimonio en malos tiempos– cuando la epidemia apareció. Luego se dedicó a discutir públicamente sobre la cantidad de muertos porque los medios de comunicación ubicaban a nuestro país en el segundo lugar en la región en dicho tópico. Hasta aseguró que era así porque su administración era transparente con las cifras estadísticas. Guillermo Moreno ya había demolido el INDEC.
Alberto estuvo involucrado también ante el avance de la pandemia en la articulación de un menú de coincidencias regionales. No se trató de una misión sencilla por carencias propias y dificultades del resto. En sus tres meses de gestión la agenda del Cono Sur resulta pobre. No viajó ni a Brasil, ni a Paraguay ni a Uruguay. Tampoco a Chile: pero conversa con Sebastián Piñera más de lo que se conoce.
Pese a tantos escollos, el Presidente participó de una teleconferencia con los países del MERCOSUR y el PROSUR, que la Argentina no integra. El objetivo fue unificar medidas sanitarias. Aquel último fue creado en 2019 para abordar la crisis en Venezuela. El entonces gobierno de Macri adhirió. Con la llegada de los Fernández al poder la participación fue cancelada. Alberto le solicitó a Piñera que el régimen de Nicolás Maduro también fuera invitado a las conversaciones. No hubo quórum.
Ojalá que el virus sea el punto de partida para terminar con la grieta
Alberto Fernández
Alberto explica que no existió en ese pedido ninguna razón política. Sólo un impulso de sentido común. “Si se pretende una coordinación regional por semejante enfermedad Venezuela no puede quedar afuera. Porque de verdad no sabemos qué sucede allá con la pandemia”.
Parece lógico en la emergencia. Fluye casi nula información desde Caracas. Maduro dijo que tenía una píldora fabricada en Cuba para curar el mal. Días después declaró el estado de alarma en casi todo el territorio. Colombia cerró sus fronteras por el coronavirus y para evitar, con seguridad, otra posible avalancha de emigrantes venezolanos.
Aquella explicación cobraría veracidad a partir de otro hecho constatable. El Presidente también se comunicó en las últimas horas con Manuel López Obrador. Su socio político de apuro ante los problemas que el Gobierno mantiene con Donald Trump, jefe de la Casa Blanca, y Jair Bolsonaro, de Brasil. Alberto habló alarmado con el mandatario de México por su falta de decisiones ante la pandemia. También, debido a la proliferación de manifestaciones, donde él mismo se mezcla, y recitales populares. Le pidió cordura y algún gesto público con los países del área de influencia para enfrentar la pandemia.
Alberto Fernández en la teleconferencia con los jefes del Mercosur.
Bolsonaro asoma por ahora como otro problema insoluble. El brasileño oscila ante la enfermedad porque considera que las restricciones drásticas que viene adoptando la mayoría afectará mucho la economía. Si eso ocurre, su destino político estaría en peligro. Puede que sucedan ambas cosas y sobrevenga una hecatombe. Ninguna de las opciones sería auspiciosa para la Argentina y su economía desfalleciente.
Bolsonaro sigue sin figurar entre las prioridades de Alberto. La relación por ahora quedará solo en manos de Felipe Solá, el canciller, y Daniel Scioli, el embajador. No se trata del único pleito. El Presidente, según se divulgó, no asistió a la asunción de Luis Lacalle Pou para no cruzarse con el mandatario brasileño. Otras cuitas influyeron. La relación con la nueva coalición de centro-derecha en Uruguay tampoco está alisada. Habrían quedado deudas por gestos que el actual canciller, Ernesto Talvi, tuvo a favor de Macri en la campaña.
El Presidente no olvida que superada la pandemia regresará a la vidriera la desoladora realidad económico-social. Habrá que esperar el costo humano de la enfermedad. Además, el daño que causarán las restricciones. El Gobierno resolvió desde su modestia imitar las recetas implementadas en Europa y EE.UU. . La inyección de $500 mil millones en el mercado que significan dos cosas: el abandono de cierto equilibrio fiscal y la emisión cuyos efectos sobre una inflación enorme resultan incalculables.
La Argentina arrastra, por otra parte, la mochila del endeudamiento. El mundo parece no reparar en eso. Pero permanece. La negociación prosigue con el FMI. El ministro Martín Guzmán está a la cabeza. Con ayuda inestimable: la de la directora ejecutiva de la CEPAL, Alicia Barcena. Confidente del Papa Francisco. Amiga de Kristalina Georgieva, la búlgara titular del organismo.
Un informe técnico del FMI sostuvo que la Argentina debe reducir su deuda en U$S85 mil millones en una década. Pidió un importante esfuerzo a los bonistas. El hueso más duro de roer. “Que Dios, como con la pandemia, nos de una oportunidad”, comenta con tono esperanzado el Presidente.