El sueño de respirar en libertad [sobre el arribo de miles de exilados nicaragüenses a Estados Unidos]
<< Que no diga un nicaragüense que sus compatriotas que buscan refugio son un “problema”, como si quien escapa de un incendio fuera el problema, y no el incendio. Que no lo hagan por seguir a un movimiento político en el país antes les dio refugio. Que se pongan la mano en el corazón y hagan memoria. Que imaginen su vida sin haber podido huir cuando tuvieron miedo, sin haber recibido acogida de la “Madre de Exilados”.>>
Esta semana, cruzaron el río Bravo en busca de asilo en Estados Unidos más de mil seres humanos. Según reportes periodísticos una buena parte, quizás la mayoría de ellos, sean compatriotas nuestros. Muchos fueron víctimas, en su desesperada marcha a través de Centroamérica y México, de extorsión y secuestro. Llegan al país emblemático de la inmigración moderna, el país construido y enriquecido por la inmigración a velocidad sin precedentes en la historia humana. Lo dicen ya los estudios económicos, que atribuyen a la llegada de millones de personas de todos los rincones del mundo el salto estadounidense de una sociedad agraria y atrasada a una que alcanzó en apenas un siglo y cambio a la industrializada Europa. Antes, como hoy, los inmigrantes lo arriesgaron todo por salvar su vida, su dignidad, su esperanza. Los economistas reconocen en este acto un trazo esencial del éxito: la capacidad de tomar decisiones audaces, contrarias al conservadurismo de la inercia. Los refugiados llegan a punta de coraje al país que despliega ante el mundo el poema de Emma Lazarus:
Aquí, en nuestra puerta al sol poniente, donde baten las olas estará
una mujer poderosa, con una antorcha cuya llama
atrapa el relámpago, y su nombre es
Madre de Exiliados. De su mano-faro el brillo
que acoge al mundo entero; su dulce mirada controla
el puerto cruzado por puentes colgantes que enmarcan ciudades gemelas.
«¡Quédense, antiguos mundos, con sus celebradas pompas!» grita ella
con sus labios cerrados. «Denme sus pobres, exhaustas,
apiñadas masas que sueñan respirar en libertad,
los miserables que sus playas desechan.
Manden a estos, los desamparados, los que la tempestad arrastra,
yo levanto mi luz al lado de la puerta dorada!”
Esta es la promesa, incumplida a medias, cumplida por destino. A medias, porque anida el miedo al otro en el corazón humano. Pero cumplida, porque hay también, y en gran número, quienes procuran su cumplimiento; entienden que es destino de los pobres y de los perseguidos luchar contra la opresión, y que a veces no les queda más remedio que buscar la luz de otras riberas. Emma Lazarus intuyó, poéticamente, lo que a través del martirio de Alvarito Conrado los nicaragüenses sabemos: en la opresión duele respirar.
¿Por qué citar esta noticia? ¿Por qué poner junto a ella el célebre poema inscrito en el pedestal de la Estatua de la Libertad que Francia obsequió a Estados Unidos? Volvamos al inicio: miles de nicaragüenses andan su alargado calvario para huir de un campo de opresión y muerte llamado Nicaragua, desde que el poder del clan Ortega se ha desbocado en una orgía de sangre, amparado en el “pragmatismo” [así, entre comillas, pues más bien es complicidad y cinismo] de los poderes fácticos, incluyendo los propios gobiernos de Estados Unidos, las instituciones multinacionales como la OEA, el Fondo Monetario Internacional, y el Vaticano.
La dolorosa peregrinación de nuestros compatriotas, más el aumento constante de los secuestros políticos y el trato inhumano que se da a los secuestrados, deben obligarnos –sí, obligarnos—a una postura que supere el cansancio y la desesperanza, que son un lujo al que no tenemos derecho quienes ya respiramos en libertad: nuestros compatriotas refugiados, y los refugiados de todo el mundo, por igual, son tan humanos como nosotros, tienen, como nosotros, el derecho inalienable a la vida; tenemos por tanto el deber ineludible de protegerlos, de crear para ellos un clima de acogida, no de rechazo. No seremos moralmente superiores a la tiranía si no buscamos por todos los medios que quienes buscan asilo lo reciban, que no sean víctimas de la xenofobia que ciertos políticos emplean como vil instrumento en sus batallas. Debemos arrancarles el disfraz de “orden” y “legalismo” con que visten su incitación al rechazo inhumano y al odio, porque la vida humana está por encima de cualquier justificación formalista. Quien huye del terror merece el apoyo que estamos obligados moralmente a darle.
Que en esto no se produzca la irónica crueldad de antiguos refugiados que cierran la puerta a los que llegan hoy, a los miserables que otras playas desechan. Que no diga un nicaragüense que sus compatriotas que buscan refugio son un “problema”, como si quien escapa de un incendio fuera el problema, y no el incendio. Que no lo hagan por seguir a un movimiento político en el país que les ha dado refugio ante a ellos. Que se pongan la mano en el corazón y hagan memoria. Que imaginen su vida sin haber podido escapar cuando tuvieron miedo, sin haber recibido acogida de la “Madre de Exilados”.
Que no nos olvidemos tampoco, que nadie se olvide, que ningún nicaragüense, ni ningún cubano, ni ningún venezolano ya establecido en su país-refugio se olvide del incendio que causa la emigración, la verdadera fuente de todo este sufrimiento: la opresión política y el fracaso del Estado y de la Sociedad en Nicaragua, en Cuba, en Venezuela, en todos los países que rutinariamente expulsan a sus hijos, a los desamparados que la tormenta arrastra.
Porque, ya que hablamos de unidad contra los tiranos, seríamos groseramente hipócritas si no practicamos la unidad con sus víctimas, con los presos políticos, con los que van por miles de kilómetros en mundos que nunca conocieron, atravesando la oscura incertidumbre, torturados por el hambre y acechados por el crimen, en total desamparo, durmiendo a la intemperie con sus niños, con el miedo pesando en las espaldas.
Hermanos, pongamos nación por encima de ideología, compasión por encima de desconfianza, amor por encima de estrategia, solidaridad por encima de egoísmo, sinceridad por encima de toda hipocresía. Hay que derrocar a la dictadura de Ortega-Murillo en Nicaragua (y a otras en otros países) si se quiere que acabe el incendio. Hay que apoyar sin dar excusas a nuestros compatriotas refugiados. Es la hora de la verdad, la hora en que sabremos quién está del lado del bien, y quién imposta rectitud a costa de bondad, y traiciona la lealtad suprema que todos debemos rendir a los derechos humanos.