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El terror neutralizó las protestas en Cuba, pero la lucha no ha terminado

Subo a la azotea de mi edificio y contemplo desde allí la pasmosa tranquilidad que transcurre en el Vedado, barrio de La Habana. Faltan unos minutos para las 3:00 pm, cuando se prevé que comiencen las protestas ciudadanas del 15 de noviembre en contra del régimen cubano. Mi barrio parece la escena trillada del cine que anticipa que algo malo está por suceder: nadie camina por las calles, la brisa mueve las hojas de los árboles, el silencio es absoluto. Unos aplausos solitarios a lo lejos rompen la calma. Miro el reloj: las 3:00 pm ya. Busco quién aplaude y encuentro, en la ventana de un noveno piso de un edificio que está a tres cuadras del mío, a un colega periodista independiente y su esposa. Ambos me saludan a la distancia. Al colega, al igual que a una cantidad aún no cuantificada de cubanos y a mí, el régimen nos ha puesto en prisión domiciliaria para que no participemos en las protestas pacíficas convocadas por la plataforma Archipiélago.

 

Los aplausos no son casuales ni sonaron solo en mi barrio: es el recurso que les quedó —tras acordarlo— a los ciudadanos de todo el país que querían participar en las protestas y a quienes el régimen de manera arbitraria se los impidió. Ciudadanos apresados en sus propias casas porque viven en una nación donde está penado decir lo que se piensa. Ciudadanos a los que no les queda más que chocar sus dos manos porque lo único que tienen es su propio cuerpo; que habitan una isla gobernada por personas que para ahogar una protesta pacífica han impuesto un estado de terror.

 

Antes de que los agentes vestidos de civil y los policías me interceptaran abajo de mi casa y me ordenaran la reclusión domiciliaria, el 14 de noviembre, el gobierno de Miguel Díaz-Canel ya había activado “el modo guerra”. El régimen, alertado por la convocatoria de la protesta, no quiso que la isla le volviera explotar como sucedió durante las protestas iniciadas el 11 de julio pasado, cuando hubo manifestaciones en 62 lugares de toda Cuba.

 

Esta vez, el castrismo jugó la carta de la anticipación y puso encima de la mesa todo su arsenal represivo: las semanas previas militarizó las calles con brigadas especiales y de agentes disfrazados de civil, cercó con operativos policiales a los líderes de Archipiélago y de la sociedad civil, citó a interrogatorios a todo aquel que manifestó en las redes sociales su deseo de salir a protestar y los amenazó con la cárcel, además de llevar turbas de partidarios a las puertas de los disidentes para atemorizarlos con “actos de repudios”.

 

De esa manera, durante las horas previas al 15 de noviembre se garantizó la tan cacareada “tranquilidad ciudadana” de la que habla el presidente Díaz-Canel en cada uno de sus discursos. Después de imponer el miedo por medio de la fuerza de la intimidación, las calles estaban vacías y por ellas solo transitaban militares, policías y agentes de la Seguridad del Estado. No obstante, al régimen no le bastó con eso y en las plazas públicas principales montó supuestas ferias populares para escenificar “actos de reafirmación revolucionaria”.

 

Esta vez, no se vieron en la necesidad de desconectar a toda la isla de internet. Obvio: tenían el país apretado en un puño y nadie saldría a las calles a transmitir en vivo los gritos de “libertad”, “abajo la dictadura” y “patria y vida”. Llegada la fecha, quien logró burlar el cerco tendido en toda la nación o quien se mantuvo agazapado públicamente para escapar a la mirilla telescópica del régimen —quienes, en definitiva, pusieron un pie en la calle y protestaron— terminaron atrapados por los tentáculos de la represión.

 

Las escenas que han quedado registradas en videos son cortas y muestran a manifestantes ahogados en un mar de represores, lo que habla de la magnitud del operativo desplegado por el régimen a nivel nacional. Mucha gente con la que he hablado y que no se encuentra en mi situación de reclusión domiciliaria, me cuenta que no tiene intenciones de salir a la calle esta semana. Ni siquiera van a llevar a sus hijos a la escuela o saldrán a comprar comida. Han visto al castrismo desplegar el terror para controlar al país y no quieren que les alcance a tocar.

 

Esto demuestra que a los cubanos les va a costar muchísimo volver a conquistar las calles. Después de las protestas históricas de julio, el régimen vive en alerta. Aquel susto fue demasiado fuerte para que lo vuelvan a tomar desprevenido. Que las manifestaciones de esa ocasión hayan dejado a 1,270 personas detenidas por manifestarse, de acuerdo con Cubalex, lo confirma.

 

Las esperadas protestas no llegaron a suceder, al menos no de la manera que los cubanos esperaban. Pero que no se hayan producido de esa manera no significa una derrota para la ciudadanía. No lo es porque el régimen lo único que ha hecho, clausurando el derecho que tienen todos los seres a manifestarse, es echarle más gasolina a las ansias de cambio del pueblo.

 

 

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