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El traductor también existe

Quien tenga la suerte de no haber leído aún Mira por dónde, las maravillosas memorias de Fernando Savater, alucinará cuando alcance ese pasaje en el que el ensayista vasco recuerda cómo un verano se cruzaron en su vida los tres tomos en inglés de El señor de los anillos.

No tenía paciencia para esperar a que lo tradujeran y tampoco nivel de inglés suficiente, pero esto último no solo no le disuadió sino que le motivó aún más. Se compró un diccionario como el que adquiere un mapa para llegar a un tesoro. Muchos años después confesó que esa primera lectura fue mejor que la segunda en francés y la tercera ya en español. Moraleja primera: la pasión puede con todo. Moraleja segunda: Savater es una excepción, seguramente la que confirma la regla de que necesitamos traductores.

Necesitamos traductores incluso sabiendo inglés, incluso contando con los mejores diccionarios, incluso disponiendo de Google Translate a un golpe de tecla. Son profesionales imprescindibles porque solo ellos –los que tienen el oficio necesario– pueden conseguir algo tan difícil como que el autor “hable” en la lengua del receptor como lo hace en la propia.

A todos nos ha pasado que leyendo una obra traducida –da igual que sea del inglés, el francés, el alemán o el ruso– hemos percibido que aquello no fluye, que la expresión no resulta natural y las bromas no funcionan no por malas sino porque no se entienden bien. Dicho de otro modo: se trata de que “que el original prevalezca pero no se transparente”. Quien así lo dice es Amelia Pérez de Villar (Madrid, 1964), traductora, novelista y autora de Los enemigos del traductor.

En apenas doscientas páginas, Pérez de Villar nos cuenta su propia peripecia desde cría empeñada en aprender inglés para entender las letras de los Beatles hasta la posibilidad de legar su versión de Cumbres Borrascosas o traducir a gigantes como Robert Louis Stevenson o Henry James. Deja patente, claro está, la pasión por poder hacer de puente entre dos personas que de otro modo no podrían establecer comunicación y celebra la emoción que despierta en cualquier traductor poner en tu lengua materna clásicos de la literatura y obras escritas por los grandes autores actuales. En estos casos hay que entender tal comunicación no solo en términos de eficacia a la hora de transmitir una lengua, una época y una cultura, que ya sería mucho, sino también un estilo. De ahí que no vea con malos ojos que un traductor, aparte de dominar un idioma, ser culto y muy leído, tenga asimismo nociones de escritura creativa.

Aun así, en el libro, por encima de todo, predominan las ganas de dar algún golpe encima de la mesa, reivindicar y dignificar la profesión y eso pasa necesariamente por sacar a la luz las cuitas de un traductor a día de hoy, de la inseguridad laboral al intrusismo.

Hay un esfuerzo por recordar algunas obviedades a los que viven ajenos al mundillo, por volver a decir lo que sabemos pero se nos olvida: que como Teruel, el traductor también existe y merece ser conocido y pagado de forma justa. Merece ser conocido –en cubiertas de libros, reseñas de prensa o en redes sociales– porque es una garantía para el lector y un reconocimiento para quienes ejercen esa tarea. Y merece ser dignamente remunerado porque de lo contrario tendrá que buscar complementos para llegar a fin de mes no dedicando a este oficio el tiempo requerido.

El libro reúne una selección de artículos y entradas en el blog de la autora, De libros y de hojas, y funciona también en cierto modo como un manual con algunos valiosos consejos para el que empieza y como una suerte de autobiografía laboral de esa “chalada de las palabras” que es Pérez de Villar, que lleva más de tres décadas cumpliendo con su vocación y unos cuantos años peleando por lo que considera justo. Sin complejos ni corporativismos que valgan. “Y en el gremio de la traducción parece haberse abierto una brecha entre dos bandos, los que quieren que se cite su nombre y los que prefieren cobrar como Dios manda. Y mi pregunta, y la de tantos otros, es siempre la misma: ¿por qué tengo que conformarme con una de las dos?”. Necesaria, por tanto, para algunos colegas de profesión más temerosos de alzar la voz y para todos los que leemos novela extranjera en nuestro idioma.

 

 

 

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