El último 4 de septiembre
No solamente es su cumpleaños y su santo. También es el día en que recibió su ordenación sacerdotal. Falleció hace 13 años, en Octubre del 2007. Algo que se precipitó, no esperado y que vino a caer como una bomba en un país que recibía su coraje de pastor y su compañía de compatriota como un bálsamo y una inspiración. Eran momentos en que un régimen se encaramaba con todo su peso autoritario encima de cada espalda venezolana y pocos se percataban. Él entre ellos.
Aquél 4 de septiembre, el último que pasó entre nosotros, lo celebramos en la intimidad de su casa de Guiripa. Él llamó al que quiso. Recuerdo que éramos muy pocos. Pensé que la cosa no estaba bien cuando me presenté con una de sus tortas preferidas y la agradeció pero no mostró mucho entusiasmo. Estaba callado, muy observador y parecía que sólo pensaba. Nada más. Estaba allí pero ausente, metido completamente en sus pensamientos. Ciertamente, se encontraba muy adolorido y trataba de disimularlo. Una fuerte molestia había aparecido de repente en sus huesos de la cadera y piernas.
Siempre pendiente de Venezuela. Ni por un momento dudo de que haya hecho algún “trato” con Dios a fin de ofrecer sus sufrimientos por su tan querida patria. A todo el que se iba le sugería: “Vuelva, aquí todos hacemos falta para salir de esto”. Un obispo que lo quería mucho me dijo una vez: “El cardenal Castillo un día va a llegar al Cielo y, cuando esté allá, se la pasará añorando a Venezuela”. Me reí mucho pero ahora lo creo perfectamente factible. Allá debe estar –contando con los tiempos de esa dimensión, que no son los nuestros- fajado fastidiando por Venezuela. Él es un intercesor persistente e insistente por Allá Arriba. Y eso da confianza y fortalece la esperanza.
Cuántas veces no alertó sobre las perversidades de este sistema electoral que tantos triunfos nos arrancó, mientras expertos y técnicos levantaban una ceja intentando justificar lo injustificable? Siempre sostuvo lo que hoy parece más claro que nunca: éste régimen sólo ganó cuando tantos venezolanos incautos –y otros irresponsables- llevaron a Hugo Chávez al poder. Desde allá para acá, todo ha sido burla, trampa y ventajismo.
Recibió insultos, vejámenes verbales y hasta ataques físicos –tiroteos contra su casa de Guiripa- por enfrentar a un sátrapa que se atornillaba a las vallas de poder y que muy pocos, en aquellos momentos, osaban desafiar. Él abrió unas brechas por las que hoy todos transitan, tarde pero tal vez aún a tiempo. Y todo, me consta, con su carácter de hierro, forjado a lo largo de tantos años de servicio en ese cuadrilátero de disciplina férrea, constancia y paciencia jobiana que es la Santa Sede. El otro ingrediente era su profunda espiritualidad, una fe inconmovible y un rosario que no dejaba ni por casualidad. Pienso que por eso, tranquilazo, cada vez que le llegaba el ramalazo del presidente revuelto en sentimientos de rencor, como tirabuzón envenenado, él sólo contestaba: “Ud necesita un exorcismo”.
El ex ministro Luis Alberto Machado decía de él: “No hay otro venezolano que se haya destacado más en el exterior, por rango y por realizaciones, después de Francisco de Miranda, que el cardenal Castillo Lara”. Y eso se mantiene.
Qué pensaba ese 4 de septiembre? Realmente lo ignoro y creo difícil que alguien lo sepa. Yo lo veía mucho y me intrigaba la actitud de un ser tan comunicativo, ese día tan meditabundo. Y no era sólo por el malestar físico. Eso por descontado. Pero haciendo un esfuerzo de imaginación, conociendo lo perceptivo que era y sus sentimientos tan profundos por Venezuela, podría apostar que era preocupación centrada en lo que dejaba y en cómo nos dejaba. Él sabía que se iba. Hoy por hoy, no tengo duda. De hecho, se nos fue el 16 de Octubre siguiente.
Me quedó una satisfacción muy grande ese día. Me dijo algo muy bello que guardo en el corazón: “Mira, Macky, aquí sólo hay familia y de la más cercana. Tú estás porque no sé qué eres, si mi sobrina, mi hermana, mi prima –y comenzó a mencionar parentescos- pero lo cierto es que, para mí, eres de mi familia”.
Accedió a tomarse una que otra foto, una de ellas alrededor de la famosa torta de chocolate de la “Gata” Luciani que le llevé de regalo. Creo que por delicadeza pues se notaba el gran esfuerzo que hacía por mantenerse animado y amable.
Ese día comenzó una deriva que duró poco menos de un mes. Y ya no estaba más. Pero, a partir de ese momento, no hay jornada en que no se haga presente. Cuando se presentan dudas o fallas de ánimo, sale de la nada e invade el pensamiento: “Ánimo!, todo esto pasa. No te apartes de la Virgen. Hay que seguir!”. Y siempre, al final, cuando ya íbamos a emprender el camino de regreso a Caracas, nos despedía con la bendición de María Auxiliadora la que ahora, con seguridad, nos envía desde el Cielo.-‘