En Venezuela fracasó el chavismo-fidelismo, no el socialismo del siglo XXI
Fidel Castro y Hugo Chávez juntos en 2002. (EFE)
El expresidente venezolano Hugo Chávez fue el resultado de una crisis política y económica del capitalismo manejado por oportunistas y malversadores. Su discurso inicial del socialismo del siglo XXI sustentado en un modelo de desarrollo económico nacional más allá del petróleo, en la democracia participativa y el progreso de formas autogestionarias y cooperativas de producción resultó muy esperanzador para los venezolanos y para los pueblos de la región.
Sin embargo, durante el Gobierno de Hugo Chávez, las esencias de ese proyecto se fueron abandonando, potenciando la acción del Estado paternalista, el crecimiento de la burocracia, de los movimientos, instituciones y movilizaciones de «izquierda«, el clientelismo y la corrupción, junto a las misiones médicas y educativas, organizadas con profesionales cubanos para financiar, con el petróleo venezolano pagado en cambio, el obsoleto capitalismo monopolista de Estado cubano en crisis desde la caída de la URSS y el «campo socialista».
La Alianza Bolivariana hubiera podido ser un proyecto de integración revolucionaria si hubiera contemplado la interactuación desde abajo
Con el boom petrolero, las posibilidades de comprar fuera todo tipo de alimentos e insumos para contrarrestar al capitalismo privado nacional y de usar esas riquezas para fomentar la solidaridad regional con los procesos políticos de Venezuela y Cuba, «asediados por el imperialismo», concentraron la acción de Chávez y su Gobierno.
El abundante dinero que entraba por el petróleo y el estrechamiento de los vínculos con La Habana hizo creer a la dirección chavista que podría olvidarse de las bases económicas y sociales del socialismo del siglo XXI promulgado. Chávez siguió hablando del socialismo del siglo XXI, pero asumiendo las prácticas burocráticas y dirigistas del fidelismo.
La posibilidad de expandir el «nuevo modelo socialista» con el apoyo de la entonces potencia económica venezolana, fundamentada en los crecientes precios del petróleo, se estructuró en la Alianza Bolivariana (ALBA) que se fundó en respuesta al ALCA, la iniciativa estadounidense de crear un Área de Libre Comercio para las Américas, que tenía como fin enunciado fomentar el desarrollo económico e integración del continente.
Pero el ALCA parecía una versión moderna de la doctrina Monroe («América para los americanos») y, con la historia de injerencias imperiales, en la región predominó el pensamiento de que detrás estaba el interés del imperio del norte en apoderarse de los recursos y las economías de todo el continente.
El temor al imperialismo del norte poderoso, fomentado sobre todo desde el triunfo de la Revolución del 59 en Cuba, la tradicional influencia de Europa occidental en el Caribe y en gran parte de América del Sur, y una autopercepción regional subestimada impidieron que la idea de una integración mercantil continental tomara cuerpo. Y el ALBA, instigada por Fidel Castro y Chávez, fue el catalizador del rechazo.
La muerte de Chávez dejó el chavismo sin el carisma del líder y sin haber desarrollado el programa original
La Alianza Bolivariana hubiera podido ser un proyecto de integración revolucionaria si hubiera contemplado la interactuación desde abajo, desde las bases económicas, políticas y sociales de los países involucrados, hubiera unificado la moneda y liberado los movimientos de personas y capitales y expandido las ideas de financiar el desarrollo de una economía solidaria con primacía del intercambio de equivalentes, sobre bases cooperativas y autogestionarias. El tema, con todas sus implicaciones, lo abordé en febrero del 2007 en Algunos asuntos tácticos y estratégicos de la Integración Bolivariana (Kaosenlared).
Esa oportunidad se perdió, como se perdió el proyecto chavista original, porque primaron el desarrollismo estatalista y las relaciones entre los Estados, el «socialismo desde arriba», sobre el socialismo auténtico desde abajo.
Heinz Dieterich, principal promotor internacional de las ideas del socialismo del siglo XXI y quien asesoraba inicialmente a Chávez, señaló el pasado 4 de enero al periódico El Nacional:
«Me desilusioné cuando mi amigo Hugo Chávez no impuso, por muchas razones, esa combinación de desarrollismo criollo posible y el paradigma científico-político del socialismo del siglo XXI, que hubiera puesto a Venezuela en la vanguardia de la sociedad global. Sin embargo, del socialismo del siglo XXI solo usó el término, no la institucionalidad respectiva. Por eso, ninguna persona sensata puede decir que hubo socialismo del siglo XXI en el país. Lo que fracasó en Venezuela fue un proyecto de desarrollismo criollo mal ejecutado. Mi desilusión, sin embargo, fue continental. Hablé con casi todos los presidentes progresistas de América Latina y del Caribe y ninguno tenía una intención seria de trascender el sistema capitalista con una nueva civilización».
La muerte de Chávez dejó el chavismo sin el carisma del líder y sin haber desarrollado el programa original. El chavismo cayó en crisis irreversible y las políticas filo-cubanas del presidente Nicolás Maduro terminaron por hundirlo. La situación creada en Venezuela con la llegada ampliamente triunfante de la oposición a la Asamblea Nacional puede considerarse el fracaso del chavismo influido por el fidelismo; pero no el fracaso del socialismo del siglo XXI que nunca logró desarrollarse ni en vida del propio Chávez.
Lo ocurrido en Venezuela no fue el fracaso del socialismo del siglo XXI, sino el de un modelo desarrollista de capitalismo monopolista de Estado, inspirado en la obsoleta experiencia neoestalinista cubana
Con el fracaso del chavismo-fidelismo en Venezuela, el ALBA, que nunca desarrolló la alternativa socialista del siglo XXI, también podría sucumbir como alianza política en poco tiempo y los Estados que se beneficiaron de ese proyecto pronto comenzarán a sufrir sus efectos, por su propia incapacidad de haber desarrollado aquella integración desde abajo, como hubiera significado la aplicación consecuente del socialismo del siglo XXI, ideas abandonadas por Chávez y rechazadas por Fidel Castro.
Los Gobiernos de Nicaragua, Ecuador y Bolivia asumieron en parte algunas de las ideas originales del socialismo del siglo XXI y se cuidaron de no embarcarse en el estatalismo posterior del chavismo, manteniendo en esencia sus proyectos tradicionales de desarrollismo capitalista, con un Estado repartidor al estilo socialdemócrata. Por ello serían menos afectados por esta situación.
El Gobierno-Partido-Estado cubano, el más beneficiado por el chavismo y el madurismo en la región, desde el primer momento fue el principal opositor a desplegar las ideas del socialismo del siglo XXI y en todo caso fue el máximo instigador de llevar a Chávez por el camino estatalista paternalista del «socialismo desde arriba».
Lo ocurrido en Venezuela no fue el fracaso del socialismo del siglo XXI, sino el de un modelo desarrollista de capitalismo monopolista de Estado, inspirado en la obsoleta experiencia neoestalinista cubana, también fracasada. Fue el chavismo-fidelismo lo que allí fracasó.