Entre dos mundos
En estos días, conversando con un amigo aficionado como yo al cine, recordábamos una película, Between Two Worlds (Entre dos mundos), de 1944. En ella, al inicio varias personas mueren en uno de los ataques aéreos Nazis sobre Londres. Todos despiertan en un extraño barco, siempre rodeado de bruma –no londinense-, y en el transcurso del viaje, del cual nadie sabe cuál es su destino, somos testigos del recuerdo individual de los aspectos más relevantes de sus vidas. Encarnados por una auténtica pléyade de grandes actores, como Paul Henreid (Casablanca), Sydney Greenstreet (Casablanca, El Halcón Maltés), o Eleanor Parker (La Novicia Rebelde; actriz además nominada a tres Oscars). No obstante entre todos ellos destaca el genial pero prematuramente fallecido John Garfield (Body and Soul, y El Cartero Llama Dos Veces), en una jornada cinematográfica donde los diversos pasajeros progresivamente entienden que en realidad están muertos, que cruzan una moderna laguna Estigia, y que el barco tiene como único destino el más allá.
La imagen me vino a la memoria como resultado de la falta de reacción de toda una muy voluntariosa expresión analítica progresista en los medios de comunicación y en las redes sociales. Y es que los ilustres representantes de las ideas y movimientos de izquierda, al analizar la tragedia venezolana, no salen de dos o tres ideas fijas, que confluyen, cual pequeños afluentes, al gran río marxista-leninista del anti-norteamericanismo.
Y es que, al parecer, no se han recuperado todavía ¿lo harán algún día? de la caída de cierto muro berlinés, de la desaparición de la madre patria soviética, y del desprestigio en el que cayera, al morder el polvo, la cacareada planificación central de la economía. Uno no sabe si criticarlos por sus obras, o por su falta de ellas.
¿Y cuál es la “falta de reacción” de los socialistas de todo pelaje a que hago mención dos párrafos arriba? A la llegada de tropas rusas a Venezuela, con bombos, platillos, y su correspondientes toneladas de armamento.
Ese silencio izquierdista denota tanto caradurismo como deshonestidad intelectual. Después de meses despotricando sobre el peligro de la presencia militar norteamericana en Venezuela, con el fin de sacar del poder a la banda genocida que ha venido destrozando el país en los últimos veinte años, ahora resulta que si la tiranía importa soldados de otro régimen autoritario, bienvenidos sean.
Párrafo aparte merece, por supuesto, su silencio, ya de años, ante la presencia de tropas cubanas en nuestro país. Y es que su concepto de “democracia” recuerda el irónico nombre de la antigua Alemania comunista, la “República Democrática Alemana”.
En estos días recientes están muy ocupados despotricando contra la nueva organización regional, PROSUR (la cual, estemos claros, no pareciera ser la solución al problema latinoamericano de la carencia de procesos integradores de real aliento y futuro). Aquí también la deshonestidad socialista se nota cuando no dicen una sola palabra de crítica ante los desmanes de la organización previa, hoy difunta, UNASUR.
Y es que la izquierda solo patrocina organizaciones regionales no democráticas, como ALBA, o el Foro de Sao Paulo, creado en 1990 por el Partido de los Trabajadores, de Brasil, el partido de los hoy perseguidos por la justicia de su país Lula Da Silva y Dilma Rousseff.
Es cierto que los liderazgos partidistas latinoamericanos hoy responden más a apetencias o intereses que a razones de pensamiento estructurado en torno a principios, al menos ideológicos. Hablar hoy de “derecha e izquierda” es casi una impostura. Y no es que las cosas marchen muy bien en las Europas.
En lo único en que están de acuerdo muchos es en el ataque a las instituciones democráticas, o al liberalismo como credo de la autonomía individual. Claro, sus supuestos representantes en la política tampoco merecen medallas al mérito.
Año tras año, la mayor encuesta que se realiza en América Latina (el Latinobarómetro), destaca que los problemas de los sistemas de partidos en la región son una causa fundamental de la debilidad institucional que no permite a nuestras sociedades avanzar más en su democratización. Así, ya sería hora de discutir cómo mejorar radicalmente las flaquezas -populismo, clientelismo, antipolítica, caudillismo, anti-intelectualismo- de nuestros movimientos partidistas.
Todos estos problemas y carencias se encuentran en el debate de dos mundos: el mundo democrático y el que es sin duda alguna su mayor rival, el mundo de los autoritarismos representado por los Castro-Chávez-Maduro-Ortega-Morales, que se beneficia de la ceguera de aquellas democracias como Uruguay o México que miran hacia otro lado y no defienden las instituciones democráticas frente a sus reales enemigos. En su extremismo, los socialistas no se dan cuenta que es de hipócritas atacar a Vox en la campaña electoral española y no poner objeciones a la coalición que quiere destruir España, su constitución, su democracia, y sus instituciones, Unidos Podemos, la suma tóxica de irredentos comunistas y de chavistas ibéricos.
Para colmo, el líder político más significativo que le queda a la izquierda en el continente americano, López Obrador, hace un ridículo mayúsculo desempolvando una supuesta obligación que tendría España –y el Vaticano- por las crueldades cometidas después de la llegada a América de los Hernán Cortés y compañía.
Yo, como venezolano, los únicos españoles que deseo que públicamente pidan perdón por sus acciones son José Luis Rodríguez Zapatero, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y demás orgullosos defensores de la tiranía chavista.
La llamada izquierda hoy, como los infortunados personajes de “Entre dos mundos”, no se ha dado cuenta que, como el recordado muro berlinés, la economía socialista, el enfermizo estatismo, y el supuesto hombre nuevo, está en su propio viaje a la nada.