Entre Hitler y Trump, nosotros
Queridos lectores, tengo que advertirles que este no es un texto para hacer escarnio del magnate ni para tirarle coléricas muestras de indignación. Tengo que advertirles que no tengo respuestas, que no escribiré insultos sofisticados contra Donald Trump ni presumiré cuatro títulos universitarios para demostrarle que no soy violadora, criminal o portadora de drogas sólo por ser mexicana.
No voy a compararlo —irresponsablemente— con Adolf Hitler como hicieron nuestros notables Felipe Calderón, Vicente Fox y el propio Enrique Peña Nieto … rotunda ironía es que el comal (o tres comales) le digan a la olla: oye, olla, traes el culo manchado de hollín.
Así que si usted, bienintencionado y patriótico lector, anda en busca de un espacio para mentarle la madre a Donald Trump o para escandalizarse por sus declaraciones y sus triunfos electorales, este no es el lugar.
Lo que sí tengo, me resulta inevitable, es un montón de cuestionamientos para nosotros, estos que nos llamamos “ciudadanos” o, conveniente, anónima y masivamente, “la sociedad”.
Lo que sí tengo, es una hostigosa incomodidad, un tremendo prurito que me hace preguntarme si no estaremos gestando un prototipo ideológico que a ratos encuentro perverso, que me llena de precaución sobre la peligrosa mentira colectiva que vamos contándonos entre todos.
Somos una amalgama interclasista muy cómoda, una hidra de las mil cabezas que sustenta su actividad social en el concepto de ciudadano que no es otra cosa que un ente abstracto que elige, actúa —o permanece sin hacer nada— con base en su propio interés y al que poco le preocupan los que viven al margen de su posición social y fuera de su categoría económica.
Podemos andar un recorrido histórico y hablar de Benito Mussolini, de Idi Amin o Iván el Terrible o, hagamos la parada obligada, del propio Adolf Hitler. Cada uno con circunstancias y motivaciones diferentes se convirtió en dictador, genocida y en ícono de la vergüenza de nuestra especie. Pero algo tuvieron en común: una sociedad cómplice que les permitió, por miedo y por otras razones, cometer monstruosidades imperdonables. Y pensando en ello, hoy no puedo evitar reparar en nuestra complicidad, en nuestra participación en aquello que señalamos histéricamente ajeno a nosotros y que en realidad no lo es.
Si ustedes y yo ignoramos las noticias que tienen que ver con el gobernador Duarte y sus saqueos en Veracruz, con las desapariciones de periodistas en ese estado y con las conductas impunes de ese sujeto impresentable; o si ignoramos cada nota que intenta no condenar a un miserable olvido el caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa o a los bebés que murieron en el incendio de la guardería ABC pero en cambio nos solazamos dando seguimiento a lo que dijo, hizo, reviró y provocó Donald Trump en su cuenta de Twitter o en cualquiera de sus apariciones públicas: entonces permítanme decirles que tenemos un comportamiento perverso como sociedad. Que nuestra “indignación” contra Trump probablemente no sea otra cosa que un placebo para sentirnos ciudadanos conscientes o seres a los que les corre sangre por las venas y no un espeso atole de conformidad e indolencia.
Aquí, en este país en el que ustedes y yo nos levantamos todos los días a buscarnos la vida hemos tenido y tenemos personajes igual de vergonzantes que el señor Trump: Duarte en Veracruz, Abarca en Iguala, Moreira en Coahuila, Moreno Valle en Puebla… (rellenen ustedes los puntos suspensivos). Gobernadores que están involucrados en corrupción, desapariciones forzadas, desvío de recursos públicos, persecución y encarcelamiento por oposición política a todo el que no comulgue con ellos.
Sin ir más lejos, en este país donde cincuenta y cinco millones de personas viven en pobreza, el presidente se traslada en un avión más lujoso y costoso que el propio Trump.
No digo que el empresario neoyorkino no resulte despreciable si lo pasamos por el tamiz de la inclusión y del respeto a los derechos humanos; pero me frustra el histérico señalamiento con el que reaccionamos a una causa y el escalofriante desapego con el que ignoramos otras, las más cercanas, las que tienen infectado a México y al territorio convertido en un hervidero de fosas clandestinas. Parafraseando a Martin Luther King, se antoja decir que no preocupa la gente mala sino la espantosa indiferencia de la gente buena.
Lo que ocurra con Donald Trump será atribuible a él, al sistema que lo prohijó, a sus votantes; pero también a la sociedad —toda— si permanecemos impávidos y le permitimos llegar al poder.
Lo que ocurre en este país es responsabilidad de quienes roban, manipulan, corrompen e incluso asesinan al auspicio de un sistema donde la impunidad es garantía. Pero también es responsabilidad mía, de usted, de todos los que contribuimos a que siga teniendo eco aquel perturbador estribillo: que en México pase lo que pase, no pasa nada.
@AlmaDeliaMC