Democracia y Política

Entre la patria y el marketing: el 9 de julio, en Argentina se desfiló con motosierra

 

Marcha con motosierras?: el insólito desfile por el 9 de julio en Tucumán |  Perfil

 

El 9 de julio Argentina realizó un desfile militar con motivo del día de la independencia del país. Tanques, aviones, banderas, marchas, veteranos, y más de seis mil efectivos participaron. Hasta ahí, era todo bastante normal, pero esta vez, hubo algo más sorprendente: ¡motosierras! No, no en las manos del presidente, aunque casi, sino en pancartas, carteles, y empuñadas por soldados.

El desfile se realizó en la provincia de Tucumán, lugar cargado de peso histórico: allí se firmó, en 1816, el acta de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En ese momento fundacional, los representantes proclamaron su emancipación política de la monarquía española y renunciaron a cualquier otra dominación extranjera. Esa elección geográfica le da al evento un valor simbólico enorme; sin embargo, a pesar de su relevancia, el presidente Javier Milei no estuvo presente en persona. 

Fue su símbolo, la motosierra, quien ocupó su lugar en el centro de la escena. Esa ausencia física, y presencia simbólica, refuerza la idea de que en su gobierno los emblemas comunican más que los discursos.

En la línea frontal del acto patrio más importante del país, el símbolo que identifica a Javier Milei desde su llegada a la política estuvo presente, sin tapujos. La motosierra desfiló orgullosa. Y con ella, un nuevo tipo de poder surgió: el simbólico, el emocional, el ideológico.

La motosierra ya no es solo un instrumento de corte: en la Argentina de 2025, es un elemento con otro sentido ya que los fines significan ajuste y también, ruptura radical. 

Es una amenaza para algunos, mientras que, para otros, una promesa. Como la gorra roja de Donald Trump, o el chaleco amarillo francés, la motosierra resume un proyecto, una emoción, una identidad política bien definida. La pregunta es inevitable: ¿Qué ocurre cuando un símbolo de partido invade los rituales del Estado?

El gobierno lo presentó cual «un acto de recuperación del orgullo nacional». Pero lo que atrajo la atención no fueron los tanques ni los aviones, sino pequeños detalles que no pasaron desapercibidos: una pancarta con una motosierra pintada, una figura de cartón sostenida por un soldado, algunos gestos simbólicos que mezclaban el protocolo militar con el lenguaje de campaña.

Creo que esa mezcla no es fortuita, ya que desde su arribo el poder, Milei borra las fronteras entre Estado, espectáculo y marketing. Su gobierno no se comunica, hace una performance. Construye una narrativa visual, emocional y simbólica y en esa construcción, la motosierra tiene un lugar fundamental.

Me pregunto… ¿Hasta qué punto una estética de gobierno puede transformarse en doctrina? ¿Y qué es lo que significa que esa doctrina desfile con uniforme militar?

Desde que esa motosierra debutó en sus eventos, ya no es una herramienta ordinaria; ¡ahora es un tótem total! Milei no la alza simplemente como emblema del ajuste fiscal sino también, una forma de demoler todo lo previo: la «casta», ese «Estado bobo», y la vieja política.

En casi dos años de gobierno, la motosierra pasó de ser una provocación visual, a una especie de ideología para llevar. Se puede ver en calcomanías, franelas, memes, marchas libertarias e, incluso, en contra marchas opositoras. Un ícono pop que surgió con interpretaciones muy diferentes: para sus fans, encarna coraje, sinceridad, decisión. Para quienes le critican, representa autoritarismo, desprecio y violencia simbólica.

Cuando en desfiles militares se exhibe, no es sólo una imagen impactante… es una declaración de intenciones. La motosierra se hace parte del sistema, se uniforma. 

¿Qué se puede decir de una democracia donde sus símbolos más fuertes son instrumentos de destrucción? 

¿Qué ocurriría si esos símbolos sustituyen el diálogo, la política o el acuerdo?

No es la primera vez que un símbolo partidario se cuela en la liturgia estatal. El kirchnerismo usó el pañuelo blanco, también las franelas con la cara de Perón, además de la K en cada formato imaginable. Pero la motosierra tiene una carga distinta, es ofensiva, no defensiva como tal. Promete cortar, eliminar, romper todo. Al ser usada en un acto militar, el mensaje no es posible leerlo sin resonancias en la memoria.

En un país donde la memoria aún está muy viva de dictaduras y represión, mezclar fuerza armada y un discurso de “corte total” tiene efectos políticos, incluso emocionales también.

En esa área simbólica, las respuestas llegaron al instante. Veteranos de las Malvinas optaron por no ir, mostrando su desaprobación hacia Milei debido a la admiración del presidente por Margaret Thatcher. En las redes sociales, el desfile se hizo famoso, más por la motosierra que por las tropas que desfilaron. 

Pero más allá de símbolos y estéticas, no debemos pasar por alto algo fundamental: el 9 de julio es más que un evento del Gobierno, es un cumpleaños de la nación. No es propiedad de un partido político o un proyecto económico, es parte de la historia de todos. Es la fiesta de un logro común, la independencia, algo que une a muchos, incluso con desacuerdos. Ese día, no se celebra un plan de ajuste, ni una sola idea de patria, sino el derecho a ser gobernados por ellos mismos, como sociedad y como pueblo.

Por lo tanto, si una sección del Gobierno, específicamente las Fuerzas Armadas, se alinea visual o simbólicamente con un discurso político, existe un peligro importante, transformando una fecha trascendental, en un evento faccioso. La cuestión que surge es ¿el presidente impulsa un desfile para toda Argentina… o simplemente para aquellos que le dieron su apoyo?

Los símbolos políticos ya no se debaten solo por sus promesas, sino también por su potencial para construir identidad. Trump tiene la gorra roja, Bolsonaro, la camiseta de Brasil. Macron lidió con los chalecos amarillos. En todos estos casos, la política se ha tornado estética, la ideología en imagen.

En Argentina, la motosierra es ahora un símbolo del momento. Sirve como una contraseña, un escudo, como una marca distintiva. El peligro es que, al igual que todas las marcas, termine por quitarle significado a lo que debería ser un debate profundo: ¿Qué se está cortando precisamente? ¿Quiénes son los perdedores cuando se reduce? ¿Qué pasa con quienes no celebran mientras desfilan?

El desfile del 9 de julio reveló dos cosas: por un lado, el retorno de una costumbre militar, organizada y numerosa, y por el otro, la consolidación de una manera de hacer política, donde lo simbólico pesa mucho más que la gestión. La motosierra, ¡ahora!, no solo está en un escenario de campaña, sino que, también, se encuentra en la calle, en las escuelas, en los discursos y también, en las pancartas, grabada en la memoria colectiva. Si la motosierra es, supuestamente, un símbolo de ruptura, ¿con qué se construye, luego? Cortar, es bastante rápido, pero unir, sanar y construir patria… esa es otra historia.

 

 

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