Escribir solo por amor
Pensaba dedicar esta columna a Jorge Luis Borges, pero esta semana descubrí una novela del escritor napolitano Erri de Luca, que me hizo cambiar de plan, después de todo, uno sabe que Borges siempre estará ahí, girando nuevamente el reloj de arena, a él el tiempo ya le concedió la inmortalidad, pero De Luca, un escritor nuevo para mí, y creo que para muchos, puede correr el riesgo de no ser conocido como debiera en nuestro país y no es justo, no es justo porque su literatura puede ser sinónimo de belleza. Al menos eso fue lo que yo vi en “Los peces no cierran los ojos”.
En esta novela no hay nombres, al fin y al cabo, los nombres pueden olvidarse, nos dice un narrador que tiene 60 años y se arrima a través de la escritura a los fragmentos de su infancia, al último verano en una isla cercana a Nápoles. “Habíamos nacido después de la guerra, éramos la espuma que queda después de la marejada”, dice aquel jovencito que pasa el tiempo entre pescadores que le enseñan a armar los cebos y se divierte llenando crucigramas.
A través de los libros de su padre ha aprendido a conocer los adultos por dentro. “No eran los gigantes que pretendían creerse. Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles”. Un día conoce a una niña en la playa que lee libros policiacos. Él le pregunta a qué curso va y ella responde inmediatamente: “No malgastemos el tiempo con estupideces”. Luego le dice que ella es escritora y, a diferencia de él, no sabe nada de los adultos, “no me interesan, yo escribo historias de animales”. Así empieza esta relación.
Un día están cogidos de la mano dentro del agua y a él le parece que nunca antes había tocado algo tan liso. “Se lo dije, la palma de su mano era mejor que el hueco de la caracola”. La respuesta de ella lo sorprende: “¿Sabes que has dicho una frase de amor?” Él no entiende eso, sin embargo a esta chica le debe “la liberación del verbo amar, que en mi vocabulario estaba bajo arresto. Ella lo deducía de los animales, amar era uno de sus compromisos”.
Una mujer que no quiere perder a su esposo pero tampoco quiere marcharse, “yo solo sé vivir en mi tierra”, un hombre que emprende su exilio en su propio país y un niño que quiere liberarse de su cuerpo, son apenas tres de los conflictos de esta novela conmovedora de Erri de Luca, un escritor que publicó su primer libro después de los 40 años y toda su vida, como declaró en una entrevista, ha desempeñado el oficio más viejo del mundo: el de obrero. Hace poco estuvo a punto de terminar en la cárcel porque fue acusado de sabotaje al oponerse a la construcción de la línea ferroviaria Turín-Lyon. De esta experiencia surgió su libro “La palabra contraria”. En su visita a Buenos Aires este año, dijo una frase que me encantó: “Yo escribo solo por amor”, eso se nota en cada línea