¡Están adentro, señores!
En estos días post-atentados en París -y al compás de La Marsellesa- se escucha de todo por la televisión europea. Debates que van de lo sublime a lo ridículo. Periodistas y analistas –de esos sabelotodo que estiran el pescuezo apenas se prenden los focos- cuestionando las medidas de seguridad como si alguien les estuviera preguntando su opinión de “expertos” en combate al terrorismo. Son como la mosca en la sopa.
Pero aparecen personajes cuya prudencia salva a la especie de la pena ajena. Ofrecen opiniones que vienen en nuestro auxilio para comprender lo incomprensible. Expresadas con serenidad y contundencia, esas puntualizaciones parecen haber estado allí como esperando el acontecimiento que las reclamó. Seguramente son el producto de una reflexión largamente abrigada al calor de cruciales certezas. Certezas como aquellas de quienes siempre clamaron en el desierto, de tanto europeo sensato que durante décadas advirtió lo que venía y fue dejado de lado en nombre de lo políticamente correcto.
Hoy recuerdo leer a Oriana Fallaci prediciendo la Cruzada al revés: “Van a destruir nuestra identidad”. También aquella intelectual musulmana que casi suplicaba a Europa, en conmovedora disertación, no apartarse de sus raíces cristianas. Resulta obvio que la ”casa Europa” necesita ser construida sobre una sólida base cultural y moral de los valores comunes que provienen de su historia y tradiciones. La identidad europea está estrechamente ligada al cristianismo. Se han cansado los últimos papas, basados en esta convicción, de pedir insistentemente que en la Constitución europea constara la aportación cultural y espiritual del cristianismo. Muchos cristianos críticos y, por supuesto, los defensores de la laicidad se opusieron a esa referencia explícita.
Aún resuenan los más recientes llamados de varios Patriarcas de Oriente advirtiendo que nos tocaría el horror que ellos sufren más pronto de lo que podríamos asimilar. A Benedicto XVI lo habrían llevado al cadalso por encender las alarmas en Ratisbona acerca de la manipulación de la religión para hacer la guerra. En el 2007, alertó al continente acerca de la islamización. El Papa Ratzinger pidió a Europa jamás renegar de sus raíces cristianas, en un discurso pronunciado ante las autoridades austríacas y el cuerpo diplomático en Viena, en el primer día de su visita a Austria. El Papa Francisco no ha parado en su prédica constante contra la exclusión, la violencia y, sobre todo, el síndrome del avestruz.
Pero en estos días de terrorismo físico y verbal –del cual los venezolanos conocemos bastante- han surgido voces que ponen el acento en asuntos neurálgicos. ¿Por qué nos extrañamos de que la ley no funcione cuando se lucha contra sentimientos? ¿Por qué una jovencita de Huelva (España), rociera ella y toda su familia, sin un átomo de islamismo en sus genes, de repente se marcha a formar filas con los rebeldes? ¿Qué está pasando cuando la aburrida y callada Bruselas emerge como el epicentro de entrenamiento ideológico y comando de operaciones del terrorismo internacional? ¿No será que la descentralización administrativa complica la centralización de la Seguridad? Muchas preguntas que requieren respuestas. Resulta que Bruselas, baticueva de los comerciantes de armas y centro financiero neurálgico en Europa, está infestada de radicales islámicos. ¿Qué hacen los cuerpos investigativos policiales que sólo han identificado un mínimo porcentaje de los terroristas pertenecientes a células desperdigadas por todo occidente? Es tan insólito como sorprendente fue, en su momento, constatar que los pilotos suicidas de las Torres Gemelas salieron de escuelas de aviación norteamericanas. ¿El mundo al revés o una lógica no razonada?
Si, como algunos dicen, París fue el “Pearl Harbor” de Europa y la guerra ya está declarada, están en retraso. Ya el Papa lo visualizó hace rato: hay una tercera guerra mundial que se cumple por etapas. Hollande recorre en mundo buscando amarrar compromisos para una ofensiva común. Pero hacen falta Churchills y De Gaulles que, como hoy lo hace Francisco, el Pontífice católico–y tal vez por ello comprende tan bien a la Europa fallida y, desde esa academia civilizatoria, al díscolo planeta- vean más allá de lo aparente. Líderes que entiendan que si bien hay que exterminar al Estado Islámico, raspar esa pústula bacteriológica, la procesión va por dentro. Que se vean el ombligo, que esta vez procede. Tienen sus países minados, no sólo de individuos fanáticos que se amarran un cinturón de explosivos y vuelan con ellos, sino un sistema financiero abarrotado de recursos que van directo a financiar esas operaciones. Tienen el Daesh detrás de cada talón. Y a quienes le niegan el pan y el agua es a quienes huyen de ellos, refugiados, desplazados y perseguidos. Como si América hubiera negado asilo y cobijo a quienes huían de la Europa acosada por Hitler.
El tablero es complicado. En él se mueven perros de la guerra que engordan los bolsillos con cada conflicto. Aliados de Occidente–como el caso de Arabia Saudita- que derivan un chorro de recursos para alimentar la belicosidad con tal de contener a sus enemigos –como Irán-. El imprevisible Putin, luego del derribo de sus aviones, es capaz de dar fuelle a los kurdos – los de mayor eficacia probada oponiendo al Estado Islámico- contra Erdogan quien protege al extremismo para mantener en jaque a la Siria de Assad, país que ahora jugará cerrado con sus detractores hasta antier. Estados Unidos deshoja la margarita pues sus pares en el Golfo, los sauditas, es bien sabido que financian directamente al ISIS.
Entretanto, los indefensos pagan: la matanza de civiles continúa en África y Asia, mientras se va entendiendo que la amenaza contra París, Roma, Londres o Washington va en serio. Cuentan con suficientes chamos frustrados por la falta de oportunidades, desequilibrados por la carencia de familia estable, presas fáciles para el reclutamiento que se vende como se vendió la utopía comunista a los jóvenes en los años 70 y 80, aquellos universitarios inflamados de ideales y de sueños que fueron carne fresca para cañones rojos. Parece que va siendo hora de diseñar estrategias susceptibles de prever que un kamikaze es capaz de inmolarse matando a un gentío inocente para complacer a Alá. Eso está fuera de nuestra mentalidad pero es preciso meterlo en el disco duro y procesarlo.
Ojalá no sea tarde y los Estados consigan liderazgos que no solo capten la magnitud del complejo candelero en que se mueven, sino que puedan encontrar maneras de atender el patio común, Europa, hervidero de fundamentalistas dispuestos a emular a Mahoma y asesinar a quien se atraviese bajo la demoníaca consigna de “Alá es Grande.»