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Et Tu, Ivanka

Photo: Mark Peterson, for The New York Times

 

Resulta que ni siquiera la hija de Donald Trump, Ivanka, se creyó las fantasías tóxicas del ex presidente sobre que le habían robado las elecciones de 2020. Después de las elecciones, Ivanka comprendió rápidamente que no había pruebas de un complot de los demócratas y aceptó la evaluación de Bill Barr, el fiscal general de Trump en ese momento, de que la elección no había sido manipulada. Donald Trump había perdido, y todas las afirmaciones descabelladas en sentido contrario, como dice Barr que le dijo a Trump, eran «patrañas«.

Los fragmentos de los testimonios grabados de Ivanka Trump y de Barr fueron algunas de las muchas pruebas interesantes que surgieron el jueves por la noche durante la primera audiencia pública del comité de la Cámara de Representantes que investiga los sucesos del 6 de enero. Los videos encajaban de alguna manera con el ambiente sombrío de los procedimientos y alimentaban la sensación de que ciertos oscuros tratos salían por fin a la luz para ser inspeccionados por el pueblo estadounidense.

Es muy difícil conseguir que la gente preste atención a una historia que cree que ya conoce y de la que muchos se han cansado de oír hablar. Y los demócratas, pobrecitos, a menudo son pésimos narradores, demasiado centrados en datos áridos o en la retórica  sobre políticas públicas, o en ideales ideológicos altisonantes, como para tejer un relato sólido o establecer una conexión visceral.

Pero en su argumento inicial ante el pueblo estadounidense, el comité -dominado por los demócratas-  presentó una historia que era a la vez informativa y resonante, por momentos desgarradora, espeluznante y exasperante. Hecho por hecho, clip por clip, el comité expuso los contornos de su caso de que el presidente de los Estados Unidos encabezó un esfuerzo multifacético de un mes para anular los resultados de las elecciones de 2020, que culminó con el violento ataque al Capitolio. Se darán más detalles en audiencias posteriores. Pero la vicepresidenta republicana del comité, Liz Cheney, captó el meollo de la historia en su discurso de apertura: «El presidente Trump convocó a la turba, reunió a la turba y encendió la llama de este ataque.»

Por regla general, el Congreso no lo hace bien cuando las cámaras están encendidas. Los miembros despotrican, se pavonean y pantallean con la vista puesta en su propio beneficio. Los procedimientos, incluso para los asuntos más serios, como la destitución de un presidente, pueden parecer burda y absurdamente performativos. La audiencia del jueves fue en la dirección opuesta. Sólo hablaron dos miembros, la Sra. Cheney y el representante Bennie Thompson, presidente del comité. Ambos mantuvieron un tono comedido y se centraron en las pruebas y los testigos. Tanto ellos como sus colegas expusieron claramente un caso tanto para los libros de historia como para la audiencia contemporánea.

Pero la esencia de su historia -es decir, las pruebas- no fue nada silenciosa ni seductora. Era cruda y violenta y a veces difícil de ver, especialmente el video del ataque al Capitolio, que incluía imágenes que no se habían hecho públicas anteriormente. El video de la turba que recorre los pasillos de la Cámara cantando «¡Nancy! Nancy!» mientras buscaba a la presidenta Pelosi fue escalofriante. También lo fueron los aullidos de «Cuelguen a Mike Pence», los despachos de radio cada vez más aterrados de los abrumados agentes de policía («¡Hemos perdido la línea! ¡Hemos perdido la línea!«), el destrozo del Capitolio, los brutales enfrentamientos, la estruendosa locura de todo ello. Quienquiera que haya montado el video ha insertado astutamente, hacia el final, una voz en off de Trump hablando de lo pacífico que fue el evento y de cuánto «amor» había en el aire. Eso sí que es contar historias.

Como toda buena narración, ésta se ha construido en torno a personajes convincentes, tanto héroes como villanos. Uno de los dos testigos que comparecieron en persona el jueves fue Caroline Edwards, que fue una de las muchas agentes de la Policía del Capitolio que resultaron heridas el 6 de enero. Con una voz escrupulosamente desapasionada que fue más memorable que las lágrimas, la Sra. Edwards compartió los detalles de cómo sufrió una lesión cerebral traumática mientras se enfrentaba a los alborotadores. Tras recuperar el conocimiento, volvió a la lucha y más tarde recibió gases lacrimógenos de la multitud.

Cuando se le preguntó por su recuerdo más intenso de aquel día, la agente recordó la vista de la fachada oeste del Capitolio. «Recuerdo que se me cortó la respiración, porque lo que vi fue una escena de guerra», dijo. «Era algo como lo que había visto en las películas. No podía creer lo que veían mis ojos. Había oficiales en el suelo. Estaban sangrando. Estaban vomitando. Vi a amigos con sangre por toda la cara. Me resbalaba en la sangre de la gente. Estaba atrapando a los insurgentes mientras caían. Era una carnicería. Era el caos».

La Sra. Edwards no fue el único perfil de valor de la noche. La Sra. Cheney se merece un reconocimiento por su papel en el desarrollo del acto. Sin ser melodramática, pronunció algunas de las frases más memorables de la noche, incluida una advertencia a sus compañeros de partido, muchos de los cuales siguen ocupados en permitir las mentiras venenosas de Trump:

También hubo diferentes tipos de villanos en exhibición. Los más evidentes fueron los miembros de los Proud Boys y los Oath Keepers que se lanzaron a la revuelta. A través de videoclips y testimonios (incluyendo la aparición en persona de un documentalista que estuvo junto a los Proud Boys antes y durante el ataque), el comité preguntó a diversos espectadores cómo y por qué estos extremistas llegaron a Washington con un elaborado plan para sembrar el caos y detener la certificación de las elecciones, a través de la violencia si fuera necesario. Estos tipos -algunos de los cuales se enfrentan a cargos de conspiración sediciosa- dan mucho miedo, y fue inteligente por parte del comité centrarse en ellos al principio. Le dio más claridad a la narrativa.

En el otro extremo del espectro de los malos actores había un clip de Jared Kushner, el yerno de Trump, diciendo con suficiencia al comité que había desestimado las repetidas amenazas del consejero de la Casa Blanca, Pat Cipollone, de dimitir por las preocupaciones sobre la presión, cada vez más imprecisa, para mantener a Trump en el poder. «Mi interés en ese momento estaba en tratar de conseguir el mayor número de indultos», dijo Kushner. «Y sé que, bueno, siempre estaba, él y el equipo siempre estaban diciendo, ‘Oh vamos a renunciar, no vamos a estar aquí si esto sucede, si eso sucede’. Así que, para ser honesto, lo tomé como una especie de lloriqueo».

Lloriquear. Qué manera tan perfecta de caracterizar la preocupación por la Constitución.

Y luego estaba el clip de Steve Bannon, el Maquiavelo de la derecha y ex asesor de Trump, regodeándose en el episodio del 5 de enero de su podcast, «War Room»: «Mañana se va a desatar el infierno».

El comité que investiga los sucesos del 6 de enero se ha encargado de contar una historia para la eternidad, una historia que saben que gran parte del país simplemente no escuchará. De hecho, incluso cuando la audiencia estaba en marcha, Tucker Carlson, de Fox News, se jactaba de la decisión de su cadena de no cubrir seriamente el evento: «No estamos siguiendo el juego», dijo, señalando que «esta es la única hora en un canal de noticias estadounidense que no llevará su propaganda en directo».

No importa: Estos servidores públicos comprenden la gravedad de su deber, y están haciendo todo lo posible para ayudar al resto de nosotros a comprender también lo que está en juego.

«La sagrada obligación de defender este traspaso pacífico de poder ha sido cumplida por todos los presidentes estadounidenses -excepto uno-«, señaló la Sra. Cheney. «Como estadounidenses, todos tenemos el deber de garantizar que lo que ocurrió el 6 de enero no vuelva a suceder».

Si no lo hacemos, los próximos capítulos de esta historia podrían fácilmente resultar más oscuros que todo lo que hemos presenciado hasta ahora.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The New York Times

Et tu, Ivanka?

Michelle Cottle

It turns out that not even Donald Trump’s daughter Ivanka bought into the former president’s toxic fantasies about the 2020 election having been stolen from him. She came to understand pretty quickly after the election that there was no evidence of a plot by Democrats, accepting the assessment of Bill Barr, Mr. Trump’s attorney general at the time, that the game had not been rigged. Mr. Trump had lost, and all the wild claims to the contrary, as Mr. Barr says he told Mr. Trump, were bullshit.”

Snippets from Ms. Trump’s and Mr. Barr’s recorded testimonies were among the many engrossing bits of evidence to emerge Thursday evening during the Jan. 6 House committee’s first public hearing. The grainy video clips somehow fit the somber mood of the proceedings and fueled the sense that dark dealings were at last coming to the light for inspection by the American people.

It is a heavy lift to get people to pay attention to a story that they think they already know — and that many have grown exhausted hearing about. And Democrats, bless their hearts, are often lousy storytellers, too focused on dry data or policy rhetoric or high-minded ideological ideals to weave a strong narrative or make a gut-level connection.

But in their opening argument to the American people, the Democrat-dominated Jan. 6 committee presented a story that was both informative and resonant — by turns heartbreaking, hair-raising and infuriating. Fact by fact, clip by clip, the committee laid out the contours of its case that the president of the United States spearheaded a monthslong, multifaceted effort to overturn the results of the 2020 election, culminating in the violent attack on the Capitol. More details will come in later hearings. But the committee’s Republican vice chairwoman, Liz Cheney, captured the crux of the story in her opening remarks: “President Trump summoned the mob, assembled the mob and lit the flame of this attack.”

As a general rule, Congress doesn’t do so well when the cameras are on. Members rant and rave and preen and grandstand with an eye toward self-advancement. The proceedings for even the most serious matters, like the impeachment of a president, can feel grossly, absurdly performative. Thursday’s hearing went in the opposite direction. Only two members spoke, Ms. Cheney and Representative Bennie Thompson, the committee’s chairman. Both kept their tones measured and kept the focus on the evidence and the witnesses. They and their colleagues were clearly laying out a case as much for the history books as for the contemporary audience.

But the meat of their story — that is, the evidence — was anything but muted or sedate. It was raw and violent and at times hard to watch, especially the video of the Capitol attack, which included footage not previously made public. The clip of the mob filing through the House corridors chanting “Nancy! Nancy!” as it searched for Speaker Pelosi was chilling. So too were the howls to “Hang Mike Pence,” the increasingly panicked radio dispatches from overwhelmed police officers (“We’ve lost the line! We’ve lost the line!”), the trashing of the Capitol, the brutal clashes, the roaring insanity of it all. Whoever assembled the video shrewdly inserted, toward the end, a voice-over of Mr. Trump talking about how peaceful the event was and how much “love” was in the air. Now, that is some storytelling.

Like any good narrative, this one has been built around compelling characters, both heroes and villains. One of the two witnesses to appear in person on Thursday was Caroline Edwards, who was among the many Capitol Police officers injured on Jan. 6. In a scrupulously dispassionate voice that was more memorable than tears, Ms. Edwards shared details of how she suffered a traumatic brain injury while facing down rioters. After regaining consciousness, she returned to the fight and was later tear-gassed by the crowd.

Asked about her most searing memory of the day, the officerecalled looking out over the west front of the Capitol. “I can just remember my breath catching in my throat, because what I saw was just a war scene,” she said. “It was something like I’d seen out of the movies. I couldn’t believe my eyes. There were officers on the ground. You know, they were bleeding. They were throwing up. I saw friends with blood all over their faces. I was slipping in people’s blood. I was catching people as they fell. It was carnage. It was chaos.”

Ms. Edwards was not the evening’s only profile in courage. Ms. Cheney deserves a full-throated shout-out for her role in making the proceedings hum. Without being melodramatic, she delivered some of the evening’s most memorable lines, including a warning to her fellow party members, so many of whom are still busy enabling Mr. Trump’s poisonous lies:

“Tonight I say this to my Republican colleagues who are defending the indefensible: There will come a day when Donald Trump is gone, but your dishonor will remain.”

There were different kinds of villains on display as well. The most obvious were the members of the Proud Boys and the Oath Keepers who threw themselves into the riot. Via video clips and testimony (including the in-person appearance by a documentary filmmaker who was embedded with the Proud Boys before and during the attack), the committee walked viewers through how and why these extremists came to Washington with an elaborate plan to wreak havoc and stop the certification of the election, through violence if necessary. These guys — some of whom arefacing charges of seditious conspiracy— are scary as hell, and it was smart of the committee to focus on them starting out. It kept the narrative cleaner.

On the other end of the bad-actor spectrum was a clip of Jared Kushner, Mr. Trump’s son-in-law, smugly telling the committee that he had dismissed repeated threats by the White House counsel, Pat Cipollone, to resign over concerns about the increasingly sketchy push to keep Mr. Trump in power. “My interest at that time was on trying to get as many pardons done,” Mr. Kushner said. “And I know that, you know, he was always, him and the team were always saying, ‘Oh we’re going to resign, we’re not going to be here if this happens, if that happens.’ So I kind of took it up to just be whining, to be honest with you.”

Whining. What a perfectly Jared-esque way to characterize worrying about the Constitution.

And then there was the clip of Steve Bannon, the right-wing Machiavelli and former Trump adviser, gloating on the Jan. 5 episode of his podcast,“War Room”: “All hell is going to break loose tomorrow.”

The Jan. 6 committee has been charged with telling a story for the ages — one that they know much of the country will simply tune out. Indeed, even as the hearing was getting rolling, Fox News’s Tucker Carlson was boasting of his network’s decision not to seriously cover the event: “We’re not playing along,” he said, noting that “this is the only hour on an American news channel that will not be carrying their propaganda live.”

No matter: These public servants understand the seriousness of their duty, and they are doing their damnedest to help the rest of us grasp what is at stake as well.

“The sacred obligation to defend this peaceful transfer of power has been honored by every American president — except one,” Ms. Cheney noted. “As Americans, we all have a duty to ensure that what happened on Jan. 6 never happens again.”

If we don’t, the next chapters in this story could all too easily turn out darker than anything we’ve witnessed so far.

 

Michelle Cottle is a member of the Times editorial board, focusing on U.S. politics. She has covered Washington and politics since the Clinton administration. @mcottle

 

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