Europa populista
Los europeos valoran el ocio por sobre todas las cosas, eso los ha hecho indulgentes
Francia en llamas, literalmente. Así fue el primer semestre de 2023. Ocurrió en París y en varias ciudades importantes con huelgas y protestas en las calles, actos de violencia, vandalismo e incendios premeditados. El precipitante fue el proyecto de ley del gobierno para reformar la seguridad social, un aumento de la edad de retiro de 62 a 64 años.
Francia cuenta con uno de los sistemas de pensiones más generosos de Europa y la edad de retiro más baja. En consecuencia, la carga fiscal del sistema es onerosa. De hecho, su gasto total en prestaciones de protección social, cuyo ítem principal es la jubilación, es el más alto de la Unión, 33% del PIB. De ahí que el gobierno haya puesto la cuestión sobre la mesa.
El problema es estructural. La seguridad social es siempre un sistema de transferencia intergeneracional de recursos; el ahorro de los activos “mantiene” a los pasivos. Si el número de los que reciben haberes crece—pues la expectativa de vida es cada vez más alta—y el número de los que contribuyen disminuye—dado el crecimiento vegetativo bajo o nulo, y el extraordinario cambio tecnológico—el sistema está destinado a desfinanciarse.
Es decir, si el sistema jubilatorio no es financiable con la tesorería, aumentará la deuda pública. En esos términos los más jóvenes deben afrontar una erogación importante hoy y además un pasivo mañana—endeudamiento. El tema es simple desde el punto de vista contable; la tragedia está en la demografía. Es el caso de Francia y buena parte de Europa del siglo XXI.
En esto la racionalidad escasea y la ideología abunda. Quienes se alarman por la inmigración musulmana en Europa no parecen estar muy actualizados acerca de la dinámica del mercado laboral. Quienes se oponen a las cuentas de retiro de capitalización individual por tratarse de “capitalismo sin solidaridad”—o sea, rechazan toda forma de privatización de la seguridad social—son iletrados en temas de política fiscal.
La propuesta del gobierno era racional y razonable: dos años más de actividad a efectos de sanear las cuentas públicas. Fue aprobada, si bien luego de sobrevivir dos votos de no confianza y a través del Artículo 49.3 que habilita al gobierno a legislar sin votar. Es decir, pasó por medio de un decreto del Ejecutivo, mecanismo constitucional previsto para resolver situaciones de parálisis legislativa.
Como resultado, a un alto costo político. La popularidad de Macron cayó al 22%, cruda evidencia de las ineficiencias, sino de los incentivos perversos, de la democracia de nuestra época. La racionalidad no reditúa.
El caso de Francia y su sistema de pensiones le pone nombre propio a un problema que vas más allá. Le habla a toda Europa y no solo al rompecabezas de la seguridad social, también a su estrategia de desarrollo y al funcionamiento de la sociedad en su conjunto.
Ocurre que Europa toda declina. La OECD reporta que la Unión representa el 18% del gasto de consumo global, comparado con el 28% de Estados Unidos. Quince años atrás eran equivalentes, 25% del total global cada uno. Los salarios europeos han caído un 3% en términos reales desde la pandemia; en Estados Unidos han crecido 6% durante el mismo periodo. Según el FMI, en los últimos 15 años la Eurozona creció 6%, una fracción del 82% del crecimiento americano durante idéntico lapso.
La combinación de factores actuales augura tiempos peores. La desaceleración del crecimiento y el aumento del costo de la energía y las tasas de interés—menos tributación y empleo—drena los recursos de las cuentas de salud, pensiones y seguros de desempleo. Ello en una época en la que el gasto en defensa debe aumentar. Una consecuencia no-buscada de la guerra en Ucrania es que los europeos tendrán que cumplir sus compromisos con OTAN, finalmente, obligación que eludieron por décadas.
Aun así, y en este contexto, muchos sindicatos prefieren el tiempo libre sobre el ingreso. Anticipándose a las negociaciones colectivas del otoño, IG Metall, el sindicato más grande de Alemania, ha expresado preferencia por una semana de cuatro días manteniendo los niveles salariales actuales. A ambos lados de la ecuación, más ingreso o menos tiempo, ello se traduce en una caída de lo que hoy debería ser prioritario: la productividad.
Todo esto es resultado de una desaceleración anterior a la pandemia, que eclosiona hoy. Hace muchos años que Europa sostiene el consumo con deuda, ya sea pública o privada. Ello y las persistencias culturales que, a su vez, afectan las preferencias electorales de la sociedad, explican buena parte de la realidad de hoy.
Los europeos valoran el ocio por sobre todas las cosas, eso los ha hecho indulgentes. Las cinco—sino seis—semanas de vacaciones anuales, que no existen en ningún otro lugar del planeta, están talladas en piedra; el Estado de Bienestar es inmodificable. “Solo se trata de los beneficios”, es la ironía con la que los suecos suelen burlarse de sí mismos. La bonanza se da por sentada. Que sin seguridad sería una quimera, se ignora.
Tanto como se ignoran los sacrificios de las generaciones anteriores que pasaron por guerras y forjaron esta Europa en paz, próspera y con seguridad. Ello también explica los errores de su política exterior, siempre recelosa de Estados Unidos pero capaz de crear lazos de dependencia energética con la Rusia de Putin.
Trato aquí al populismo—término tan usado y abusado—en un sentido restringido: la exacerbación del conflicto entre el presente y el futuro. El vivir bien de hoy a costa del bienestar de mañana, es decir, de quienes hoy son jóvenes. La promesa de la felicidad instantánea, gratis y sin esfuerzo ni sacrificio, ocultando las dificultades de sostenerla así en el tiempo. Pues la felicidad hay que financiarla.
Es que la justicia social, tan cara al populismo, también tiene una dimensión inter-temporal. Si se privilegia el ingreso actual a expensas del ingreso futuro, se constituye una elite de privilegio del presente a costa de una masa de explotados, las generaciones futuras. El populismo es redistributivo si uno lo mira como fotografía, en una película es profundamente regresivo.
El lector reconocerá mucho de América Latina en esta definición. Pues no tiene el monopolio, esta Europa también es populista.