Es ya un lugar común asegurar que la vida política de Europa renquea, entre otras cosas, por falta de líderes, y recordar con nostalgia a los creadores de la Unión Europea, Schuman, Adenauer, Monnet, De Gasperi, que tuvieron visión de futuro y ánimo para emprender un camino de progreso. Como también es ya un tópico echar en falta a quienes pusieron en marcha la transición democrática española, que requirió tanto coraje como capacidad de acuerdo. Por el contrario, cuando nuestra Constitución cumple 40 años, la ausencia de líderes parece llevar a una política deshilvanada, sin proyectos, sin ilusiones, aquejada de anemia racional y emocional.
Sin embargo, no es fácil saber qué es eso del liderazgo ni cuál es deseable. Autores como Rost recogen 221 definiciones de la palabra, atendiendo a distintos contextos históricos, lo cual hace sospechar que debe haber muchas más, una infinidad. En principio, podríamos convenir en que ejerce el liderazgo quien va en cabeza en una actividad y es capaz de arrastrar a un número respetable de seguidores, que le imitan, le tienen por referente y de algún modo confían en él. No es sencillamente el presidente de un gobierno o el secretario general de un partido político, porque por mucho que haya ganado el puesto a través del voto, convertirse en auténtico líder es cuestión de autoridad moral, no solo del estatus alcanzado.
Lograr autoridad moral, según la bibliografía del ramo, supone tener olfato para captar las necesidades y deseos del pueblo, incluso para crearlos cuando las gentes todavía no los han sospechado, y tener arrojo suficiente como para embarcarles en la empresa de perseguir el sueño diseñado. Pero la primera pregunta, la pregunta de manual, es si tan líder es Hitler, Stalin o Mao, como Gandhi, Luther King o Teresa de Calcuta. Si son igualmente líderes Nicolás Maduro, Marine Le Pen o Donald Trump y también Angela Merkel, Emmanuel Macron o Barack Obama, por no entrar en el ámbito local. Ciertamente, capacidad de arrastre han tenido y tienen, luego líderes son, pero ¿interesa cualquier líder, o son decisivos algunos requisitos más para decantarse por él o ella?
Es penoso que España e Italia, enredadas en discusiones mezquinas, no se sumen a esa propuesta
Sin duda es necesario que haya líderes en política con visión de futuro y coraje para defender propuestas irrenunciables, porque quien ostenta el poder, la potestad, tiene una enorme capacidad de orientar el futuro si puede conciliarlo con la auctoritas, con la autoridad moral ganada a pulso. Pero los modelos de liderazgo han variado mucho desde la figura del líder carismático, capaz de seducir por su fuerza de atracción personal, a la exigencia más prosaica de que, amén de tener cierto carisma, el líder sea persona competente, bien preparada, eficiente, eficaz, capaz de generar confianza, con previsión de futuro y entusiasmo, pero también honrada y ejemplar. Los iluminados son peligrosos, porque tienden a emplear su capacidad de seducción para manipular las emociones en provecho propio y de su grupo, procedimiento aún más peligroso cuando las redes sociales amplían el poder de manipulación. Por el contrario, gentes con coraje y responsabilidad por el bien común son las que hacen falta. Y por eso mismo, líderes que ofrezcan buenos contenidos.
Lamentablemente, en el panorama europeo solo Angela Merkel, a pesar de las enormes dificultades que ha tenido y está teniendo por abrir la puerta a los refugiados, y Emmanuel Macron, empeñado en hacer de Europa y de Francia un protagonista geoestratégico, se presentan como líderes del auténtico contenido europeo, de lo que puede ser la gran aportación de Europa al contexto mundial: la promesa de una democracia pluralista, liberal y social, alérgica a tentaciones totalitarias y a retrocesos nacionalistas, desintegradores y retrógrados, como los que provocaron las guerras mundiales. Esta es la alternativa a mensajes populistas e iliberales como los de Trump, Putin, Maduro o Xi Jinping. Es realmente penoso que España e Italia no estén liderando también esa propuesta y sigan enredadas en discusiones mezquinas, como recordaba hace poco Antonio Tajani en una entrevista de este diario, con ocasión de la entrega del Premio Europeo Carlos V. Cuando en nuestro caso, por si faltara poco, el profundo vínculo que nos une con los países latinoamericanos que intentan caminar en la dirección del socialismo liberal o el liberalismo social prestaría a la propuesta un amplio respaldo.
Declarar que la socialdemocracia ha fracasado causa desaliento, pero es falso
Declarar que la socialdemocracia ha fracasado, como se viene haciendo hasta la saciedad, tiene un efecto desalentador, pero sobre todo es falso. Que estén en declive los partidos que deberían defenderla es muy diferente de certificar su defunción, y justamente los líderes que necesitamos son los que deberían reforzar y revitalizar Europa en esa dirección, junto a otros como Macron y Merkel. El núcleo de la oferta europea es indispensable para la supervivencia de cada uno de los países europeos, pero también es una valiosa alternativa en el contexto mundial. Por eso el euroescepticismo es letal por “eurodesintegrador”.
Sin embargo, también es verdad que el buen liderazgo necesita buenos seguidores para poder sustanciarse, que los followers, tan apreciados en Twitter e Instagram, deben traducirse aquí en una ciudadanía lúcida, implicada en el proyecto europeo, consciente de su crucial importancia para nuestro país y para el orden mundial. Pero, por desgracia, no es así. En las campañas electorales de corte nacional las referencias a Europa son casi inexistentes, y encuestas sobre los valores de los jóvenes, como la de 2017 que recientemente publicó la Fundación SM, muestran que su interés por la política europea es muy escaso, que en el orden de las comunidades políticas se sitúa en el último lugar. No hay buenos vasallos sin buenos señores, venía a decir el misterioso texto del Cantar de mio Cid, pero en sociedades democráticas bien puede decirse que no hay buen liderazgo sin buena ciudadanía, tan protagonista de la cosa pública como los líderes.
Construir ciudadanía europea es una de las asignaturas pendientes, que requiere un verdadero Parlamento Europeo, formado a través de listas transnacionales, una opinión pública y una sociedad civil europeas, medios de comunicación más atentos al acontecer mundial que a localismos estériles y afrontar los retos comunes desde los valores compartidos, generando cohesión social. Nos jugamos demasiado en esta partida como para dejar su desarrollo en manos de líderes y ciudadanos euroescépticos y desintegradores.
Adela Cortina es catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y directora de la Fundación ÉTNOR