Félix de Azúa: Evitar el fracaso
«Es imprescindible la creación de un aparato técnico que tome medidas para emprender las reparaciones que exige el país en cuanto caiga el actual gobierno»
Tengo para mí que lo más acuciante de los últimos años es detener la destrucción sistemática de la democracia que está llevando a cabo el Partido Socialista. Es cierto que se trata de un partido sin una honda tradición democrática, sino todo lo contrario. Durante la Segunda República se fue inclinando cada vez más hacia el comunismo y el último año, con la guerra ya en marcha, todos recordamos las ciudades empapeladas con retratos de Stalin, Lenin y el entonces dirigente de los socialistas, Largo Caballero.
Durante el periodo franquista el PSOE apenas tuvo actividad contra el tirano. Era una fuerza política casi inexistente. La resistencia la llevaba a cabo el Partido Comunista, pero tampoco con grandes esfuerzos. La oposición real (y con auténticos muertos y torturados) se forjó en las fábricas y los sindicatos obreros, especialmente Comisiones, de la que ya no queda más que un espectro en manos de gente turbia.
Fue en el breve periodo que va de la muerte de Franco al mandato de Felipe González cuando el partido socialista se puso seriamente a construir una democracia. El periodo, llamado «de la Transición», que el socialismo está desmontando desde que Sánchez tomó el poder, fue el momento realmente democrático de un partido con escasas convicciones y muy inclinado al caudillismo.
Por eso lo más inquietante de la actual situación es el desmontaje técnico de la endeble, por reciente, estructura democrática española. El sistema se construyó muy deprisa, y aunque los técnicos fueron de lo mejor que había en el país, quedaron muchos agujeros por donde se ha colado la herencia autoritaria española, el viejo estilo inquisitorial del barroco.
El aspecto más obvio de estos agujeros es el que solemos llamar «estado de las autonomías», cuyo principio seguramente estaba inspirado por un verdadero espíritu igualitario y justiciero, pero que ha derivado rápidamente en un dominio de las fuerzas feudales, sobre todo de las potentes burguesías catalana y vasca, dispuestas a sacar el mayor provecho posible para sus fortunas personales, gracias a la falta de principios de los socialistas y su desprecio por los pobres españoles.
«No hay mecanismos de defensa contra la compra de voluntades y la corrupción ideológica que va minando las instituciones supremas de la judicatura»
Pero hay otros agujeros por los que se cuela una escandalosa red tiránica. El mayor de ellos es la posibilidad, como se está experimentando, de anular el poder judicial. No hay mecanismos de defensa contra la compra de voluntades y la corrupción ideológica que va minando las instituciones supremas de la judicatura. La actual sumisión del Tribunal Constitucional y la Fiscalía al poder ejecutivo es una verdadera excepcionalidad, es decir, el fruto de un estado de excepción.
Y finalmente, el tercer agujero que parece imposible de taponar es la oscuridad, la ocultación, el uso de la mentira y la calumnia, los mecanismos básicos tanto de la Inquisición como del estalinismo, que están destruyendo, como termitas, todo el andamiaje democrático español. Porque es un andamiaje de madera, llevado a cabo por buenos técnicos, pero en un tiempo muy limitado y contra la voluntad histórica española del caudillaje.
A todo ello hay que añadir la incompetencia de la oposición. Tanto el Partido Popular como el desdichado partido de extrema derecha trumpista no han sido capaces de inventar alternativas, construir correcciones prácticas o luchar por una democracia plena. No lo tienen fácil dada la ineficacia de sus cuadros, los cuales, con algunas excepciones sobresalientes que todo el mundo conoce (y vota), son de una inutilidad palmaria. Siete años llevan llorando en un desierto de pena, penita, pena.
Es imposible saber si el país recobrará el impulso liberal y justiciero de los años en los que el socialismo nos dirigía hacia la democracia. Puede muy bien suceder que el Partido Socialista, el rancio PSOE que aún lleva en sus siglas lo de «obrero» y «español» que tanto ha de repugnar a sus socios, se convierta en una fuerza minoritaria y sin poder alguno tras la experiencia caudillista.
En todo caso, no me cabe la menor duda de que en este momento y antes de que veamos las calles llenas de carteles con las efigies de Putin, de Maduro y de Sánchez, es imprescindible la creación de un aparato técnico que tome medidas para emprender las reparaciones (algunas casi imposibles ya) que exige el país en cuanto caiga el actual gobierno personalista y mafioso. Y que se divulguen y nos den alguna esperanza.