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Feminismo, feminismo, tienes nombre de varón

Cierta vez, regresando de España a Alemania, tuve ocasión de oír por los altoparlantes del avión las siguientes palabras: “Buenos días, señores pasajeros, les habla la sobrecargo Paloma Manzaneque”, y apenas escuchadas esas palabras me apresuré a anotarlas para dárselas a conocer a una amiga mía muy querida y que es una feminista de armas tomar.

Tan feminista tan feminista que todo lo feminiza, hasta el punto de llegarme a hablar de su alter ega. Lo que me parece un pelín exagerado. Exactamente igual de exagerado a que si llevados de un machismo a la enésima potencia hablásemos de periodistossocialistos o humanistos. Un cierto sentido del ridículo debería guiarnos por estos vericuetos del idioma, pero parece como si la ola feminizante amenazara con invadir no ya la playa de las posibilidades abiertas sino incluso el promontorio de las imposibilidades ontológicas.

Hoy, en España, admitido por la Real Academia, se habla de las concejalas para designar a las mujeres que ocupan un puesto de concejal, olvidando que esa palabra es ambigua y por lo tanto es tan correcto hablar de un concejal como de una concejal. Decir concejala es tan ridículo como decir “una par de horas”. ¿Y si un día a la reina de España se le ocurriese pasarse con armas y bagajes al feminismo y reclamar que se la llame no su majestad sino su majestada?

Así pues, espero que entiendan el porqué de apresurarme a anotar que la sobrecargo Paloma Manzaneque, en un avión de línea, no nos quiso asustar anunciándose como “sobrecarga”. Hasta ahí podría llegar la broma feminista, aun cuando la sobrecarga fuese tan gentil como la señora Manzaneque. En los aviones, con el miedo no se juega.

De todos modos, mis pocas luces me llevan a temer que el asunto este de la compulsiva feminización de sustantivos y hasta de latinajos no es una historia cerrada, ni mucho menos.

Las feministas a ultranza seguirán haciendo presión para que los diccionarios y el uso popular acepten tanto reivindicaciones justicieras y justas como engendros dignos del mayor repudio, p. ej. miembra y jueza (¡también admitida ya por la RAE!).

Claro está que el tema da para mucho, porque díganme qué lógica oscura e impenetrable rige los géneros en estos casos de unas palabras que les emparejo: el volcán y la laguna, la montaña y el lago. Y para qué meternos en otros idiomas como el alemán, sin ir más lejos, donde resulta que el arquetipo, la quintaesencia, el non plus ultra de lo femenino, o sea la hembra, es un sustantivo neutro: das Weib. En fin, creo que con este tema tenemos tela cortada para rata…, perdón, para rato. Porque como diría Hamlet: “Feminismo, feminismo, tienes nombre de varón”.

 

 

 

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