CulturaEntrevistasÉtica y MoralOtros temasSalud

Fernando Savater: «Nuestro gobierno tiene una relación poco amistosa con la verdad»

En tiempos de pandemia mengua la salud, pero también la capacidad de pensar sobre ella. El coronavirus incide sobre temas como la moral, la verdad o lo público. Sobre eso habla el filósofo y escritor con 'Vozpópuli'

Anda lejos Fernando Savater de las posiciones extremas y pesimistas. Nunca las ha tenido, mucho menos ahora que una epidemia nos confina. Humanista a contrarreloj –se reparte entre las columnas de prensa, el ensayo y la docencia-, Fernando Savater ha intentado rescatar tanto en sus libros como intervenciones públicas el sentido original de la palabra ciudadanía. Todo cuanto hacemos comporta un quehacer político, ha escrito. Incluso la palabra enfermedad tiene que ver con la reflexión de estar vivos.

Al teléfono, generoso y lúcido, Savater contesta a algunas preguntas de Vozpópuli acerca de cómo cambian para nosotros conceptos como la verdad, la política, la moral o la solidaridad. Vinculado siempre a la vida pública, el filósofo escritor, periodista, profesor universitario y demás frentes intelectuales, Savater tiene una obra de más de 40 libros. Conocido por sus duras críticas contra el nacionalismo vasco y su compromiso con determinadas causas públicas –formó parte de UPyD y apoyó a Ciudadanos en las elecciones vascas- la escritura de Savater significó un punto de inflexión tanto en los lectores inexpertos como veteranos; Ética para Amador y Política para Amador dan fe de ello.

¿Cómo resitúa la epidemia nuestra idea individual y colectiva de lo moral y lo político?

No es que lo resitúe, ocurre que todas las cosas inciden en la conducta humana. Una epidemia cambia nuestras costumbres, impone reglas, nos hace tener que ayudar o asistir a otros, y eso provoca reflexiones morales. No cambia nada. La moral no es más que una reflexión sobre el uso de la libertad y el reconocimiento de lo humano por lo humano, y seguiremos aplicando en las prácticas de una epidemia que provoca situaciones distintas. Desde evitar contagios y respetar pautas de aislamiento y distancia social que parezcan prudentes hasta reducir nuestra libertad. Habría que ver hasta qué punto es una obligación cívica reducir esa libertad y recordar a las autoridades que la libertad es un valor que no puede limitarse en exceso.

«Habría que ver hasta qué punto es una obligación cívica reducir esa libertad y recordar a las autoridades que no puede limitarse en exceso»

Se han desatado conductas que se mueven entre la solidaridad y la vigilancia. Tiene algo pendular pasar de los aplausos a los insultos.

Lo de los aplausos ha podido tener un momento simpático de reconocimiento a personas que están haciendo mucho por los demás y en muchos campos: sanitarios, empleados de supermercados, transportistas. Lo que ocurre es que con el paso de los días se ha convertido en una cosa folclórica y autogratificante. Creo que la gente sale a la terraza para aplaudirse a sí misma. Es de estas demostraciones folclóricas y populares. A mí no me gustan demasiado, pero entiendo que exista gente que lo disfrute, sobre todo si tienes una familia. Puede ser justificado. Lo que me parece más siniestro es asomarse a la ventana para señalar con el dedo, es esa especie de alguacilismo que todos llevamos dentro y que al salir se hace insoportable. La gente que está por la calle, sale por necesidad. No creo que sea el del tercer piso el que esté obligado a vigilar lo que hacen los otros.

Las grandes pandemias no permitieron enterrar a los muertos. No sólo lo hemos olvidado, sino que nuestra relación con la muerte se ha vuelto pudorosa.

Cuando hay grandes desgracias y accidentes es muy difícil. La muerte de los seres queridos tenemos que gestionarla de una manera afectiva y simbólica. Es una forma de demostrar que estamos atentos hasta el final, de que no tratamos a nuestros seres queridos como un desecho, sino que realmente siguen siendo algo importante y significativo. Pero cuando hay una gran catástrofe es más difícil. Los muertos se acumulan de tal manera que los vivos piensan más en su propia vida que en el culto o la ceremonia. Nos ha pillado por sorpresa. En las grandes ciudades impresionan las fosas comunes, como las de Nueva York en los parques públicos. Una cosa es gestionar la muerte o la enfermedad cuando vienen de uno en uno, que de diez mil en diez mil. Resulta traumático para muchas personas. Los que hemos perdido seres queridos comprendemos que a esa circunstancia de saber que ya no podremos verlos más, se suman estas.

¿Nuestra relación con la muerte está cargada de prejuicios? ¿Por qué la polémica con la publicación de las fotos del Palacio de Hielo?

Eso siempre le ocurre a los seres humanos. Lo mejor que decir sobre eso ya lo dijo François de La Rochefoucauld, cuando aseguró que al sol y a la muerte no se les puede mirar de frente. Ninguno de nosotros tiene una relación normal con la muerte. Lo normal para nosotros, una vez vivos, es seguir viviendo. Eso ocurre con o sin epidemias. Impresiona ver doscientos ataúdes en una pista de patinaje donde la gente va a pasar un rato divertido.

«Cuando el gobierno dice que hay que perseguir bulos, debería comenzar por sí mismo»

¿Qué opina sobre la idea de que algo parecido a ‘la verdad’ es la verdad oficial?

Hay gobiernos y gobiernos. En el mejor de los casos tienden ocultar la verdad y en el peor a mentir. Y nuestro Gobierno tiene una relación poco amistosa con la verdad. Ha cometido evidentes errores: retrasos en aceptar lo que estaba ocurriendo, una gestión deficitaria en cuanto a conseguir los instrumentos adecuados, en las mascarillas y test ha habido errores con intermediarios poco fiables. Ha habido equivocaciones grandes y una tendencia a ocultar todo, dar explicaciones falsas o a enfadarse con quien señala las cosas. En otros países hay una exigencia muy grande ante las falsedades del gobierno, no se toleran. Aquí lo protestamos, pero se acepta que los gobiernos mienten. Y me alarma esa facilidad con la que se aceptan falsedades. Cuando el Gobierno dice que hay que perseguir bulos, debería comenzar por sí mismo.

La educación. No sólo es un tema pendiente, sino que ha dejado a la vista diferencias entre los que poseen determinados recursos y los que no. ¿Qué opina?

Me pide un intento de hacer un arreglo chapucero con el tema de la educación, que ha cogido a todo el mundo con el paso cambiado. Decimos educar a distancia, pero no todo el mundo tiene un ordenador. Hay otras personas afortunadas que sí tienen esos recursos, pero eso ya es una gran diferencia. Luego está el cómo se valoran esos estudios que se han hecho en estas condiciones tan extrañas. ¿Qué puedes pedir a los niños que aprendan en unas circunstancias tan anormales? Eso de ‘pasamos al otro curso’ es una tendencia a no buscarse problemas. En Suecia se han abierto colegios con medidas de precaución. Ahora se sigue intentando gestionar de la manera menos conflictiva una cosa que tiene que tener conflicto.

«Ahora parece que toda la sociedad está encerrada en sus casas, por culpa de los viejos que nos contagiamos y nos morimos»

Los ancianos son señalados como el foco de la infección. Son sus grandes víctimas. ¿Apartaremos e invisibilizaremos, ahora sí, la vejez?

La vejez siempre ha estado apartada de nuestro mundo. Los viejos están obligados a sentirse jóvenes. Todo eso de que ‘la juventud se lleva en el alma’ y esas tonterías, lo han fomentado para no asumir que envejecemos de manera irremediable. No hay modelos positivos de vejez, excepto los viejos que no lo parecen, los que suben montañas y corren cien metros. Los que no hacemos nada de eso no tenemos imagen positiva, ni ahora ni antes. Ahora parece que toda la sociedad está encerrada en sus casas, por culpa de los viejos que nos contagiamos y nos morimos. Yo lo que digo es: ‘Oiga, no me ponga como excusa, si yo tengo más probabilidades de enfermedad procuraré cuidarme sin necesidad de que cierre a toda la ciudad en nombre de los viejos’.

Como dice Nuccio Ordine sobre la inutilidad de la cultura. Una llave inglesa no es más importante que una sinfonía, pero ella también pagará los platos rotos.

La mayoría de la gente está intentando practicar soluciones culturales en sus casas, cuando a alguien le dejas encerrado, una vez que se ha dejado de aplaudir, tendrá que dedicarse a otra cosa: ver películas, leer un libro, escuchar música. Es evidente que las personas que tienen hábitos culturales soportan el encierro mucho mejor que las otras. A quien no ha leído un libro o escuchado música en su vida no le envidio pasar 24 horas en casa, como no sea comer chocolatinas… Un encierro como este demuestra a la gente lo útil que es la cultura. También pasa que la cultura tiene unas exigencias industriales y económicas: las librerías, el teatro, el propio cine. Este parón de la epidemia está causando un daño enorme. Muchas librerías cerrarán, la gente se acostumbrará a comprar por Internet. Lo mismo pasa con los museos. Con esto, las personas pensarán: ¿para qué voy a ir a un museo si lo puedo ver por Internet?

 

 

 

 

Botón volver arriba