Fernando Simón y sus lecciones de decencia
Cargaba Fernando Simón este lunes contra los críticos con esta frase: “Utilizar los fallos en los discursos que podamos tener, cuando estamos trabajando al límite de nuestra capacidad, para hacernos daño como equipo, no es algo decente”.
Sorprenden estas palabras porque han servido para echar un capote al jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, quien aseguró este domingo, por error, que el cuerpo armado trabaja “para minimizar” el clima “contrario a la gestión del Gobierno” en las redes sociales. Una auténtica barbaridad que fue fruto de un lapsus, pero que pronunció en un momento en el que han surgido sospechas sobre la posibilidad de que esta crisis sanitaria sirva como excusa para restringir derechos fundamentales de los ciudadanos, como el de libertad de expresión.
Conviene ser precavido a la hora de apelar a la decencia de los demás, pues la línea que separa este concepto de su antónimo es demasiado fina; y a veces uno, por un desliz o por simple supervivencia, lo acaba encarnando y puede quedar a la altura del betún.
La indecencia, no obstante, es en ocasiones muy fácil de detectar. Por ejemplo, se manifiesta cuando los encargados de llevar el timón de una nave toman un rumbo que sólo les conviene a ellos y que ocasiona un claro perjuicio al resto de la tripulación. Sorprende visitar cualquier día el canal que ha establecido el Ministerio de Sanidad en la aplicación Telegram para informar a los ciudadanos sobre la evolución del coronavirus, pues ahí se puede apreciar que el dato del número de muertos aparece por detrás del de pacientes recuperados. En concreto, se informa en primer lugar de los contagiados, posteriormente de los curados y, al final, de las víctimas. Como ‘sólo’ son 21.000, no parece muy relevante.
Viva la decencia
También se podría calificar de poco decente el hecho de que se tomen decisiones sobre el mantenimiento o la relajación del confinamiento -cada semana un -0,7% del PIB- sin haber realizado test de forma masiva a la población. O que el personal sanitario sea equipado con mascarillas que no protegen del virus. O que el Gobierno no dé cuentas sobre los proveedores sospechosos de material de protección sanitario y clausure el Portal de Transparencia para evitar ofrecer información a los ciudadanos que, como diría el portavoz de la Benemérita, pueda empeorar ‘el clima’ sobre la gestión del Gobierno.
También resulta indecente que se mantenga al frente del comité técnico contra el coronavirus una persona que falló absolutamente en sus predicciones sobre el avance de la enfermedad en España, como se demuestra en el elevadísimo número de fallecidos por cada millón de habitantes.
No hay duda de que una buena parte de los gobiernos mundiales han incurrido en los mismos errores, pero eso no debería servir para justificar las grandes negligencias que han cometido Simón y su equipo. Como la de evitar poner en cuarentena a quien viajaba desde China; la de disuadir a la población del uso de mascarillas; la de comprar insumos defectuosos. O la de afirmar que el coronavirus apenas si generaría algún infectado en España y no se convertiría en un problema de salud pública.
Banalizar la crisis sanitaria, anteponiendo las altas hospitalarias a los muertos; u organizando este tipo de teatrillo infantil en la sala de prensa de Moncloa también es poco decente
Eso por no hablar de las ridículas medidas de protección que se establecieron para proteger a la población más vulnerable, como es la de las residencias de ancianos o centros de día. Que se cerraron tarde; muy tarde. Caen como moscas todavía los mayores en los geriátricos y el número de muertos es todavía alarmante, pero los encargados de la propaganda gubernamental tienen ideas tan brillantes como la de sacar a la palestra a Pedro Duque y a Fernando Simón para representar una especie de ‘Juego de Niños’ y leer la carta al Ratón Pérez de uno de ellos, preocupado por si le podrá dejar 1 euro debajo de la almohada durante el estado de alarma. Banalizar la crisis sanitaria, anteponiendo las altas hospitalarias a los muertos; u organizando este tipo de teatrillo infantil en la sala de prensa de Moncloa también es poco decente.
Quizá tenga razón Simón y las críticas sean, en ocasiones, exacerbadas. A fin de cuentas, después de 35 días encerrados en casa, la sensibilidad se encuentra a flor de piel, pues nunca los padres sintieron mayor hartazgo de sus críos. Tampoco podría llegar a pensarse que el teletrabajo iba a absorber tanto tiempo y moral. O que, a estas alturas, íbamos a volver a aprender de memoria las filas de gotelé de cada pared, las ‘caras de Bélmez’ de cada puerta de madera o la hora a la que la vecina sale a colgar la ropa. Y nunca bajar a la calle provocó tanta ansiedad, pues entre mascarillas, guantes, colas, desinfectantes y distancia de seguridad, cualquiera se sentiría asaltado por una buena ración de estrés.
Ahora bien, es evidente que cualquiera que dirigiera un equipo técnico que arrastra tantos fallos -lógicos o no- debería haber presentado su dimisión o, al menos, pedido disculpas públicas por su flagrante miopía. Pero, en fin, nunca sucederá. Qué duda cabe de que ‘el infierno son los otros’. Los bulos de Facebook, las cadenas de WhatsApp que prometen que el coronavirus se cura metiendo la cabeza en un cubo de agua con lejía y, sobre todo, quienes se niegan a remar en la misma dirección que el Ejecutivo.
Las madres siempre decían aquello de: “Y si Pedrito se tirara por la ventana, ¿tú también lo harías?”. Pues eso, que parece que quien no quiera desnucarse o ser tildado de indecente, debe seguir a esta tropa hacia el abismo.