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Fulgor de Octavio Paz en la India

El escritor mexicano Octavio Paz y Marie-José Tramini, su esposa, en el Hotel Drake de Nueva York luego del anuncio del Premio Nobel de Literatura en 1990

NUEVA DELHI — Las hojas de un periódico indio se revuelven sobre la hojarasca del jardín. Árboles de nim melancólicos protegen del ruido a uno de los bungalós de arquitectura colonial inglesa que están a la venta en el corazón diplomático de Delhi. Se trata de la antigua residencia de Octavio Paz en la India: Prithviraj Road, número 13, tal y como quedó inmortalizada en sus poemas.

Hoy, que se cumplen veinte años de la muerte del poeta, es buen momento para recordar el escenario de una de sus temporadas intelectuales más creativas. Frente a la fachada granate de la vivienda, que muestra los primeros mordiscos de la humedad, la veranda sostenida por columnas blancas le da sombra a una bicicleta y a una silla de plástico, los únicos objetos visibles en esta finca abandonada que en su momento llegó a estar en el mercado a un precio de más de 100 millones de dólares. El epicentro de una deslumbrante aventura poética de hace medio siglo ahora está en manos de una inmobiliaria.

“La residencia está al lado de los jardines de Lodi, es un lugar maravilloso”, dice por teléfono Marie-José Tramini, viuda del poeta. “Me parece muy triste que un lugar tan emblemático en la trayectoria de Octavio Paz haya sido abandonado”.

Paz fue el primer ocupante de la residencia del embajador mexicano en Delhi, que la legación diplomática dejó de alquilar en 2013 debido a sus altos costos de mantenimiento. Allí el poeta contrajo matrimonio con Tramini bajo su árbol de nim favorito; allí recibió en 1968 a escritores como Julio Cortázar, con quien bailó en el jardín tiznado de colores al ritmo enloquecido —y tan a menudo regado por las drogas— de las canciones de Holi, un festival hindú de derroche cromático que se celebra en plena primavera.

Pero, sobre todo, allí escribió libros memorables y plantó la semilla de su poesía última. “Fue una época de mucha producción, de mucha actividad poética y ensayística”, dice la viuda de Paz. “Como él decía, su biografía está en sus poemas”.

El poeta ya había visitado la India en 1951, pero fue embajador en Delhi entre 1962 y 1968. Se encargó, de hecho, de abrir la legación diplomática. El primer año, un 1962 plagado de vaivenes emocionales y desconcierto, se alojó en una suite del lujoso hotel Ashok (aún en pie) y disfrutaba de su piscina mientras caminaba por Delhi y practicaba yoga.

 Una vista de la residencia de Prithviraj Road, Nueva Delhi. En esa casa, Octavio Paz desarrolló una intensa actividad creativa que produciría libros como «Ladera este», «Blanco», y «El Mono Gramático».  Enrico Fabián para el New York Times. 

El día en que entregó sus credenciales al presidente Sarvepalli Radhakrishnan, acudió “en un fastuoso descapotable, metido en su frac y bajo su sombrero de copa”, tal y como describe Guillermo Sheridan en Los idilios salvajes.

Empezó a escribir los primeros poemas de Ladera este, un insólito libro que en su superficie puede leerse como un cuaderno de viajes —algo que no siempre ha dado buenos resultados en la poesía—, pero que desprende una nueva luz, la de su propia poesía, que emerge del surrealismo subterráneo de sus anteriores obras y que retiene su fuerza y erotismo.

Viaja a lo largo y ancho del sur de Asia, y de forma repetida. Madrás, Cochín, Madurai, Bombay, Udaipur (en la India); Kandy, Colombo, Anuradhapura (en Sri Lanka); Peshawar, Lahore, Taxila (Pakistán); Kabul, Herat (Afganistán). Atravesó en coche el célebre paso de Khyber, en la frontera entre Afganistán y Pakistán, por entonces sin miedo a un asalto de los talibanes, que aún no existían: era la década de 1960 y lo que ahora es una tierra de guerra y violencia entonces era la ruta de los hippies.

“La India le abre el corazón, el cuerpo y la inteligencia”, dice Aurelio Major, editor de un reciente inédito de Paz, De una palabra a la otra. Los pasos contados. “La experiencia estética e intelectual abrumadora de la India es fundamental en su poesía. Los marcos conceptuales en Occidente son muy distintos: en la India la muerte, por ejemplo, está integrada plenamente en la vida cotidiana. La confluencia del mundo vegetal, animal y humano es una cadena del ser en eterna vivacidad”.

Es la época en la que los Beatles visitan la India. Una década que en Occidente culminará en las protestas estudiantiles de mayo de 1968. Experimentación, drogas, vanguardias tardías y, en el caso particular de Paz, el zambullido en la cultura india y la obsesión por el músico John Cage, entre muchos otros.

“El mundo del sueño, de la imaginación, del erotismo, de las vanguardias, pero también de un arte nuevo, del instante…”, dice Major, que fue director de la editorial adscrita a la revista Vuelta, presidida por Paz. “Todo eso eclosiona en la India con Blanco y El mono gramático”.

Y también el amor. Paz recibe un premio de poesía y debe ir a recogerlo a Bruselas. Aunque al principio duda, acaba aceptándolo y no solo visita la capital belga, sino su añorada París. Allí, el 21 de junio de 1964, solsticio de verano, se encuentra por la calle a Marie-José Tramini, a quien había conocido fugazmente hacía dos años, poco después de llegar a Delhi, en el barrio de Sunder Nagar (que significa “ciudad bonita” en hindi).

 Julio Cortázar y Octavio Paz en la India, en 1966 – Colección de Marie-José Tramini

Fue una epifanía, uno de los episodios vitales que más recreó en su obra posterior: a modo de ejemplo, el poema Viento entero. Para Paz el mundo estaba cargado de simbolismo, así que el encuentro no fue producto de la casualidad, sino del “azar objetivo” del que hablaba André Breton: esa energía que alinea las “afinidades electivas” y les da la oportunidad de consumarse.

Unas semanas después, el escritor volvió a Delhi y poco después lo alcanzó Marie-José, que tuvo que divorciarse de su marido. La boda en la capital india, una ceremonia íntima en el jardín de la residencia de Prithviraj Road, no se hizo esperar.

Pese a sus circunstancias biográficas y su fascinación por una cultura inabarcable, Paz siempre huyó de los excesos metafísicos de Oriente. Estuvo, a la vez, aquí y allí. Escribió sobre tantrismo, budismo o política, a veces con severidad, otras con entusiasmo. Y dejó sentencias relampagueantes y casi imposibles, que se disuelven al instante, como cuando definió el carácter del pueblo indio como “el realismo descarnado aliado a la fantasía delirante”.

Influido por el tantrismo, escribió también el poema-cuerpo Blanco, originalmente publicado en una gran página vertical desplegable: lectura y visión simultáneas. Su traductor al inglés, Eliot Weinberger, escribió que es su poema “más indio” y, a la vez, el que contiene menos imágenes de la India.

El 2 de octubre de 1968 tuvo lugar en México la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco y, en protesta, Paz decidió dejar la embajada. Tomó un tren con su esposa rumbo a Bombay: la primera ciudad a la que había llegado de visita en aquel lejano 1951 y cuya visión abre Vislumbres de la India.

“Octavio era muy querido en la India, cada vez que el tren se paraba había gente que lo saludaba. Guardo ese recuerdo como un tesoro”, dice Marie-José Tramini.

Partieron en barco de Bombay a Barcelona (donde les esperaban, entre otros, Carlos Fuentes, Carlos Barral y Pere Gimferrer), y dejaron atrás la India, pero la obra posterior de Paz demuestra que nunca se fue, o que siempre estuvo allí, o que nunca estuvo en ningún sitio.

Los dos últimos versos de “El balcón”, el poema que abre Ladera este, son testigos de ello:

Más allá de mí mismo
en algún lugar aguardo mi llegada.

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