¿Funcionarán las sanciones contra Rusia? Esto es lo que aprendimos de Venezuela
Ni el sentido de la justicia ni el deseo de venganza son buenas brújulas cuando se trata de la política de sanciones
Se dice que las sanciones que la Unión Europea y Estados Unidos han impuesto a Rusia en la última semana son las más duras de la historia. Pero tenemos experiencias similares con sanciones muy extensas, aunque contra países de mucha menor importancia para la economía mundial.
Desde 2017, Venezuela ha sido objeto de duras sanciones por parte de EE.UU. y la UE. El objetivo era que la presión económica sobre el régimen autoritario de Nicolás Maduro obligaría a elecciones democráticas y cambios en el gobierno. Sin embargo, eso no sucedió.
Las sanciones contra Venezuela comenzaron con un embargo de armas impuesto por Estados Unidos en 2006. La razón fue que Venezuela no contribuyó lo suficiente a la lucha contra el terrorismo. Esto llevó al país sudamericano a recurrir a Rusia, que pronto se convirtió en su proveedor de armas más importante. Tras un rápido desgaste de la democracia y la erosión de los derechos humanos, en 2014 Estados Unidos introdujo sanciones contra personas cercanas al gobierno. Luego, el país fue declarado una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Cuando Maduro hizo caso omiso de la Asamblea Nacional elegida democráticamente en 2015, Estados Unidos prohibió todas las transacciones financieras con el Estado venezolano y también la UE impuso nuevas sanciones.
Luego de una elección presidencial marcada por el fraude, Estados Unidos introdujo en 2019 la prohibición de comerciar con todas las agencias estatales del país, incluida la compañía petrolera estatal, PDVSA, mientras que Reino Unido confiscó las reservas de oro venezolanas en los bancos británicos.
Los ingresos del petróleo constituyen alrededor del 97% de los ingresos de Venezuela. Las sanciones contribuyeron a mermar la producción de petróleo, que ya estaba en declive, y causaron la caída en picado del producto nacional bruto.
La inflación, que ya tenía niveles altísimos, se convirtió en hiperinflación (más del 1.000 por ciento al año) que sí tuvo repercusiones, aunque no las esperadas por la oposición, Estados Unidos y Europa.
Vemos aquí seis lecciones que aprendimos de la experiencia venezolana.
1. Las sanciones a menudo dan en el blanco equivocado
En el caso de Venezuela, así como ahora está pasando en Rusia, los bancos y las empresas privadas se negaron a mantener relaciones comerciales con las empresas venezolanas, aunque, de tenerlas, no se hubiesen infringido las sanciones. Esto que podríamos denominar “cumplimiento excesivo” es una reacción al temor tanto de ser sancionado como de generar una reputación negativa.
De este modo, las sanciones afectaron también a importantes personalidades de la oposición en la comunidad empresarial, que quedaron aislados de los mercados y la financiación en el exterior. La consecuencia fue un aumento de las divisiones dentro de una oposición ya de por sí fragmentada.
2. Los países sancionados encuentran nuevos socios y nuevos caminos
Lo siguiente que ocurrió fue que Venezuela encontró nuevos socios comerciales y nuevas formas tanto de dar como de recibir pagos, ya que el Estado sudamericano fue excluido de los sistemas de pago regulares.
Poco después de que se introdujeran las sanciones financieras en 2017, Venezuela lanzó su propia criptodivisa -el Petro-, desarrollada en colaboración con expertos rusos.
La empresa petrolera rusa Rosneft ya estaba establecida en Venezuela. Su presencia aumentó después de que su principal jefe, Igor Setchin, fuera incluido en la lista de sanciones de Estados Unidos tras la anexión de Crimea en 2014.
Rosneft ayudó a la petrolera venezolana a sortear las sanciones y a mantener el envío y la venta de petróleo.
También se reforzaron los lazos con los sancionados Irán, Siria y Turquía, a los que se ayudó con la venta de petróleo y las importaciones agrícolas.
Cuando China puso el freno como acreedor, Rusia prestó a Venezuela en total unos 17.000 millones de dólares. En otras palabras, los países sancionados se unen.
Estados Unidos incrementó el uso de las sanciones en un 50% bajo la presidencia de Donald Trump. El aumento ha seguido con Joe Biden en la Casa Blanca, incluso antes de las recientes sanciones contra Rusia.
Cuantos más países sean sancionados, mayor será el grupo de países que se unan para encontrar soluciones comunes y competir en una economía mundial basada en el dólar y controlada por Estados Unidos.
3. Las sanciones se convierten en un chivo expiatorio
Dentro de Venezuela no ocurrió lo que la oposición y sus partidarios en Estados Unidos y Europa esperaban: que estrangular al régimen por dinero llevara al sistema de poder a capitular, y que se presionara a Maduro para que se fuera.
Al contrario, Maduro intentó convencer a la gente -con cierto éxito- de que los problemas económicos se debían a las sanciones. Las sanciones se convirtieron en un chivo expiatorio, y eclipsaron años de corrupción y mala gestión financiera.
4. Las sanciones pueden fortalecer a los líderes autoritarios
Cuando la crisis económica se convirtió en una crisis humanitaria, las sanciones se volvieron tan impopulares que incluso un presidente muy impopular como Maduro logró movilizarse en torno al resentimiento nacionalista y a la lealtad a la patria.
Al mismo tiempo, el régimen se volvió más autoritario y basó su apoyo en un grupo más reducido de militares y élites.
5. Las sanciones refuerzan la economía informal y criminal
Como consecuencia tanto de la crisis anterior como de las sanciones, cada vez más venezolanos se vieron obligados a entrar en la economía informal, y algunos también en la criminal. El crimen organizado internacional también aumentó su alcance, en parte con vínculos tanto con el gobierno como con Rusia.
6. Las sanciones dificultan el abandono del poder
Todo esto contribuyó a que Maduro tuviera cada vez menos incentivos para abandonar el poder. Está acusado en Estados Unidos de narcotráfico y tiene una causa abierta en la Corte Penal Internacional de La Haya. En otras palabras, no tiene un futuro brillante como expresidente.
Estados Unidos tampoco tiene una estrategia clara para reducir las sanciones y de lo que se necesitaría para lograrlo. Para los partidarios de Maduro, las razones para creer que valdría la pena cambiar de bando eran muy pocas.
La prohibición de comprar petróleo a Rusia ha dado un nuevo giro a la historia, ya que la semana pasada representantes de Estados Unidos se desplazaron a Venezuela para discutir una posible flexibilización de las sanciones petroleras para garantizar un suministro algo mayor si se produce un parón de Rusia.
Al mismo tiempo, un modesto aumento de los ingresos petroleros, la liberación del uso del dólar, la liberalización del comercio y las privatizaciones han dado un pequeño impulso económico a Venezuela. Con el precio del petróleo por las nubes, Maduro tiene cartas de negociación más fuertes de las que ha tenido en mucho tiempo.
Está claro que hay muchas diferencias entre las sanciones que intentan detener una brutal guerra de invasión y las sanciones que buscan un cambio de régimen. Y Rusia no es Venezuela.
Pero la experiencia de Venezuela da motivos para pedir cautela con la implementación de medidas que fortalecen la cohesión nacional, las redes criminales y las alianzas alternativas, y que debilitan las fuerzas sobre las que queremos construir una relación con Rusia.
Ni el sentido de la justicia ni el deseo de venganza son buenas brújulas cuando se trata de la política de sanciones.
* Benedicte Bull: Cientista política. Profesora Titular del Centro para el Desarrollo y Medio Ambiente de la Universidad de Oslo. Presidenta del consejo directivo del Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo.
**Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.