Funerales republicanos en Chile
Chile vivió un momento de espíritu republicano (que parecía perdido), con presencia de los tres poderes del Estado, con una Misa notable por su hermosura y buen gusto, que terminó con un funeral tan triste como emotivo. Las calles y veredas se llenaron, en parte para rendir homenaje al presidente Piñera, en parte para reivindicar al mejor Chile, quizá también en parte para volver a creer en un país que hoy –sumido en la decadencia– ha encontrado un oasis impensado desde donde algunos esperan construir el futuro.
09 de febrero 2024 / SANTIAGO Se realiza en el Ex Congreso un homenaje institucional al expresidente Sebastián Piñera recientemente fallecido. FRANCISCO PAREDES / AGENCIA UNO Credit: FRANCISCO PAREDES
Tras el fallecimiento del presidente Sebastián Piñera se repitieron algunos conceptos importantes y que parecían tener una aceptación transversal. Entre ellos destacaba el carácter sorpresivo y triste del acontecimiento, una serie de cualidades del gobernante en materias de gestión y superación de la adversidad. El momento y las ceremonias destacaron por el carácter republicano con el que era preciso enfrentar la situación y los funerales de Estado, con toda la ritualidad y el profundo significado que trasciende lo meramente coyuntural y se inserta de lleno en la tradición.
En la jornada final hubo momentos emotivos y plenos de significado institucional. Quizá el más relevante fue la presencia de los expresidentes de la República, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Michelle Bachelet, quienes hicieron guardia de honor al fallecido gobernante, acompañados por el Presidente Gabriel Boric y por el presidente del Senado, Juan Antonio Coloma. Todos de distintos partidos, todos unidos en un momento solemne.
Los funerales son una circunstancia importante en la vida personal, familiar y social, pero también en la política de los países, como queda ilustrado en el interesante libro de Carmen Mc Evoy (editora), Funerales republicanos en América del Sur. Tradición, ritual y nación, 1832-1896 (Centro de Estudios Bicentenario, 2006). La historiadora peruana resume la importancia de estos eventos en la introducción: “El funeral estatal se diferencia de otros ritos mortuorios no sólo porque rompe con la organización espacial y temporal cotidiana, sino porque cuenta con tres componentes esenciales: un gran hombre, la República y la posteridad”. Lo hemos vuelto a ver esta primera semana de febrero de 2024, tras la muerte de Sebastián Piñera.
Durante el gobierno del general Pinochet fallecieron tres expresidentes: Gabriel González Videla (1980), Eduardo Frei Montalva (1982) y Jorge Alessandri (1986), tres casos muy diferentes por distintas razones. El líder radical fue enterrado en La Serena, su ciudad a la que tanto quiso: en el homenaje, previo al plebiscito del 11 de septiembre de 1980, recibió reconocimientos por su aporte a la ciudad, a la democracia y al derecho a voto de la mujer. Más complejo fue el caso de Frei Montalva, el principal líder opositor contra el régimen. Una delegación oficial visitó a la familia, y se vivieron momentos “muy tensos”, según expresó revista Hoy, N° 236 (27 de enero a 2 de febrero de 1982). Junto con expresar las condolencias, la delegación anunció la declaración de duelo oficial y que existirían honores militares correspondientes a Jefe de Estado. La familia afirmó que “deseaba una ceremonia muy sobria”, en tanto Eduardo Frei Ruiz-Tagle declaró: “Mi padre murió como un disidente”. El general Pinochet asistió a la ceremonia religiosa, en una de las notas polémicas de la jornada. La situación de Jorge Alessandri fue curiosa, aunque en plena consistencia con la personalidad del austero gobernante: pidió funerales con carácter “estrictamente privado”, un entierro austero, sin acompañamiento ni discursos. Y reforzó dos cosas: solicitó misas en sufragio por su alma y no quería cerca ni a los periodistas ni a la televisión. Todo, por cierto, muy distinto a la apoteosis que tuvo su padre, Arturo Alessandri Palma, el famoso León de Tarapacá, tras su muerte en 1950.
Hay dos casos históricos que tienen ciertas similitudes –por cierto, también muestran varias diferencias– y que conviene registrar para comprender la evolución del tiempo histórico, desde la división política hasta la normalidad institucional: ellos son los presidentes José Manuel Balmaceda (1886-1891) y Salvador Allende (1970-1973). En el caso de Balmaceda, el malogrado gobernante liberal fue derrotado en la guerra civil de 1891 y decidió suicidarse en la legación de Argentina en Chile el 19 de septiembre de ese año. La prensa registró notables muestras de odio político en su contra y tuvo un funeral solitario y sin registro público. Cinco años después, en 1896, se realizó la “apoteosis”, como le llamaron sus partidarios, con grandes muestras de afecto y reconocimiento popular.
El caso del presidente Allende lo tenemos más fresco. El mismo 11 de septiembre en La Moneda, también se suicidó y tuvo un funeral solitario, con apenas algunos familiares. Solo el 4 de septiembre de 1990 se desarrolló su funeral público, durante el primer año de gobierno de Patricio Aylwin –opositor a la Unidad Popular– quien estimó necesario dar una adecuada despedida al gobernante socialista. Así ocurrió, en una conmemoración que tuvo participación de los distintos poderes del Estado y de la Iglesia Católica, pero sin los honores militares, pero nuevamente con gran participación social.
Tres gobernantes han fallecido en la democracia chilena posterior a 1990: Augusto Pinochet (2006), Patricio Aylwin (2016) y ahora Sebastián Piñera (2024). El caso de Pinochet tenía todas las complejidades propias de su gobierno, de la transición a la democracia y de una larga vida. A su muerte, el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet no decretó duelo nacional, sino que existió un funeral en la Escuela Militar, al que asistió la ministra de Defensa. En la ocasión hubo una gran cantidad de público que fue a dar su último adiós, en lo que fue una noticia internacional, que logró sortear de una manera adecuada las contradicciones y en la cual todos los sectores quedaron relativamente contentos o parcialmente disconformes.
Patricio Aylwin fue un caso curioso. Condujo una transición de manera admirable y poco comprendida por muchos, y falleció cuando se acercaba a los cien años. La juventud chilena no lo había conocido, en la práctica; su sector político –tanto la DC como la Concertación– vivían una clara decadencia intelectual y política; finalmente, la crítica a la transición y a la democracia del Chile posterior a 1990 era muy visible. Pese a ello, tuvo una digna y admirable despedida, con la ironía que representa leer a personajes como el diputado y futuro Presidente de la República, Gabriel Boric: “de seguro el discurso oficial será unánime en reconocer al expresidente como un demócrata ejemplar. Seremos pocos los que no nos sumaremos a estas voces, no por mezquindad, sino por diferencias políticas”. Casi como una doble ironía, agregó que “situviera que definirlo en una sola palabra, diría que Aylwin fue un personaje contradictorio”. Pese a ello, pocos se atreven a disputar la grandeza de “don Patricio”
Al comenzar febrero de 2024 ha fallecido Sebastián Piñera, respecto del cual no se han ahorrado reconocimientos por su carácter de demócrata y muchas de sus características de gran gestor y hombre público. Hemos tenido, como no ocurría desde hace mucho tiempo, una gran jornada cívica: emotiva, de carácter nacional, con sentido unitario. Chile vivió un momento de espíritu republicano (que parecía perdido), con presencia de los tres poderes del Estado, con una Misa notable por su hermosura y buen gusto, que terminó con un funeral tan triste como emotivo. Las calles y veredas se llenaron, en parte para rendir homenaje al presidente Piñera, en parte para reivindicar al mejor Chile, quizá también en parte para volver a creer en un país que hoy –sumido en la decadencia– ha encontrado un oasis impensado desde donde algunos esperan construir el futuro.
Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública