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G-7: la unidad perdida y la vergonzosa contracumbre

Los proteccionismos, los conflictos geopolíticos, las amenazas medioambientales, las crisis domésticas y los desencuentros bilaterales marcan el pulso de una cumbre en la que casi nadie habla un lenguaje común

No son inocentes las palabras conciliadoras de Emmanuel Macron previas al arranque de la cumbre del G-7 inaugurada ayer. De lo que se trata, explicaba el presidente francés, es de reducir tensiones entre los principales líderes mundiales. O al menos, siendo optimistas, de no aumentarlas. Porque las declaraciones del anfitrión son el más fidedigno testimonio del agrio momento de relaciones que atraviesan las grandes potencias y, por extensión, el resto del mundo. La búsqueda de entendimiento para coordinar políticas y enfilar objetivos comunes parece que nunca ha brillado tanto por su ausencia. Y es que los problemas no solo los azuza la coyuntura, que también: la recrudecida guerra comercial entre EEUU y China, el aparente e inevitable Brexit duro, el fantasma de la recesión alemana, Rusia, Italia, Irán… y la más reciente crisis en la Amazonía, donde la inactividad de Jair Bolsonaro podría afectar seriamente a las relaciones comerciales entre la UE y Mercosur. Pero los problemas también se han fraguado dentro del G-7. Cada vez más en tela de juicio su representatividad -de congregar al 70% del PIB mundial al 40%- y su eficacia -dos años consecutivos de incapacidad a la hora si quiera de rubricar conjuntamente un comunicado final-; son varias voces las que señalan una crisis de legitimidad latente desde hace años que ha acabado aflorando.

Pese a la aparente voluntariosidad de Macron, en su ardua labor de presentarse como el líder de Europa -se reunió en los prolegómenos de la cumbre con Trump-, la tensa realidad la descubrió el presidente del Consejo Europeo al marcar las líneas rojas infranqueables de la UE. Ni la vuelta de Rusia al grupo será posible mientras continúe la deriva autoritaria de Putin, ni el Brexit duro es una opción, ni la presión económica sobre Bolsonaro cederá y, si Trump extiende su ofensiva arancelaria al vino francés, se responderá con la misma moneda. Los proteccionismos, los conflictos geopolíticos, las amenazas medioambientales, las crisis domésticas y los desencuentros bilaterales marcan el pulso de una cumbre en la que casi nadie habla un lenguaje común.

Y mientras la unidad mundial se tambalea, la demagogia se multiplica. La contracumbre, la manifestación de protesta contra el G-7 que congregó ayer en la localidad francesa de Hendaya y en Irún a cerca de 15.000 personas, se confirmó como una miscelánea de reclamaciones que ora clamaban contra las políticas migratorias ora exigían la libertad de los presos etarras. Así, en un «ambiente festivo y familiar», se pudo ver al último gran jefe de ETA, David Pla, departiendo con el coordinador general de Sortu, Arkaitz Rodríguez. Extraños socios a los que arrimarse si lo que se quiere es gobernar para todos.

 

 

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