Esta semana se cumplen setenta y siete años del golpe cívico militar del 18 de octubre de 1945, y no parecen cesar las polémicas en torno a tal hecho histórico.
Sus detractores han afirmado hasta el cansancio que aquel movimiento abortó un proceso gradual de perfeccionamiento democrático, mediante una alianza coyuntural de ambiciosos civiles y castrenses que luego arrastraron al país a una larga dictadura militar. Sus defensores proclaman la del 18 de octubre de 1945 como una epopeya heroica y singular, haciéndola aparecer como la revolución que parió a la Venezuela moderna y su sistema democrático.
Rodolfo José Cárdenas, en su libro El Combate Político, hace un balance acertado al referirse a las conquistas de la llamada Revolución de Octubre: “1) La desaparición histórica del continuismo que durante medio siglo se ejerció bajo las jefaturas de Castro-Gómez-López-Medina. 2) La incorporación de las masas populares a la política nacional. 3) El ascenso de la juventud a la vida democrática. 4) La remoción de los cuadros tradicionales del Ejército. 5) El ejercicio del sufragio universal, directo y secreto, analfabeto y femenino. 6) La integración nacional del país a la política. 7) El afloramiento de las nuevas corrientes políticas. 8) El nacimiento de Copei y URD. 9) Una nueva mística política nacional”.
Era natural y lógico, por tanto, que detrás del derrocamiento del general Isaías Medina Angarita y del proceso de modernización que se prometía llevar hacia adelante, coincidieran los líderes emergentes en aquel momento y con mayor visión y sentido de la historia, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, entre ellos. Otros, como Jóvito Villalba, no percibieron la trascendencia del movimiento octubrista y permanecieron al margen de aquella contingencia histórica.
Desde el punto de vista de su desarrollo táctico y técnico, el golpe fue rápido y sumario. Uno de los más breves entre 1830 y 1958, según Ramón J. Velásquez. “La manera como se mantuvo el secreto conspirativo, ha escrito el historiador y político tachirense, en el período que va de junio a octubre de 1945, secreto compartido por varias decenas de hombres, es uno de los más curiosos episodios de nuestra pequeña historia”.
Y así fue, en realidad. Se inició el día 18 de octubre en horas del mediodía en la Escuela Militar de La Planicie, apoyado inmediatamente por el mayor Celestino Velasco, quien logra sublevar la importante Guardia Presidencial de Miraflores. En la tarde lo secunda la estratégica plaza de Maracay, mientras el gobierno solo parece contar con el leal apoyo de la policía caraqueña. A la mañana siguiente, el presidente Medina Angarita se entrega a los sublevados y termina así el movimiento insurgente.
Esa circunstancia explica los momentos iniciales de confusión y sorpresa apenas iniciada la acción. Muchos creyeron que se trataba de un levantamiento del general López Contreras contra Medina Angarita. Muy pocos sabían en realidad de qué se trataba, incluido don Rómulo Gallegos, excandidato de AD y presidente del partido. López Contreras, Uslar Pietri y Villalba acudieron a solidarizarse con Medina, y fueron detenidos en el Palacio de Miraflores. La confusión, pues, era total. Nadie, salvo los pocos enterados, sabía lo que pasaba en aquellos momentos en la capital del país.
Los civiles comprometidos también se conocían. Los militares actuantes no eran famosos en la alta jerarquía. Eran más bien oficiales anónimos. Para los que presumían de conocedores de los círculos militares, solo López Contreras o los generales Chalbaud Cardona, Celis Paredes, López Henríquez, por ejemplo, eran capaces de movilizar los cuarteles y la tropa. Aquellos nombres tan conocidos, sin embargo, también ignoraban lo que estaba sucediendo la tarde y noche del 18 de octubre.
Tales eran, justamente, las grandes metas que había trazado el presidente Betancourt en su alocución del 30 de octubre siguiente. Al señalar que “el respaldo fervoroso dado por el pueblo a la revolución, la legitima”, el novel jefe de Estado anunciaba que “la finalidad básica de nuestro movimiento es la de liquidar, de una vez por todas, los vicios de la administración, el peculado y el sistema de imposición personalista y autocrática, sin libre consulta de la voluntad popular, que fueron características de los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita”. Y a continuación hacía un mesurado programa de gobierno, resaltando, entre otros temas, la descentralización administrativa, estabilidad de funcionarios, libertad de expresión, respeto a los inversionistas extranjeros, libertad de organización sindical, etc., etc.
El PDV y quienes le servían de soporte al régimen derrocado se desmoronaron en forma vertiginosa. Sus líderes fueron detenidos y algunos extrañados del país. Pero no hubo una respuesta solidaria ante su desplazamiento del poder. La razón era obvia: se trataba de un partido construido artificialmente para respaldar la gestión de Medina, pero sobre bases falsas y nucleando alrededor de tal objetivo coyuntural a grupos muy distinguidos de venezolanos y también a una cáfila de aprovechadores oportunistas y corruptos que encontraron amparo bajo sus banderas. Pero base partidista, militancia comprometida, pueblo organizado detrás de Medina y el PDV nunca los hubo, si vamos a ser objetivos y francos en el análisis de aquella circunstancia.
Solo tres años y un mes duraría aquella experiencia: los mismos militares que la propiciaron derrocando a Medina Angarita en 1945 derrocarían igualmente en 1948 a los adecos que habían llevado al poder. Pero esa es otra historia.