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Genaro Arriagada / ¡Unidad!: En la dosis está el veneno

«...No es la hora de ‘la centroizquierda’, sino del centro y de la izquierda, diferenciados, claros, nítidos. Un centro robusto que reivindique la política como ‘el arte de lo posible’, que rechace las propuestas radicales aunque ellas suenen generosas y románticas ….»

Admira observar la rudeza con que algunos en la Nueva Mayoría analizan las causas de la derrota en las pasadas elecciones. Perdimos, dicen, porque nos faltó unidad. Unidad es la palabra sagrada y el remedio al infortunio político y electoral: una unidad que vaya desde la DC hasta los 14 minipartidos del Frente Amplio. 

Mi opinión es la contraria. Esa alianza tan exitosa de partidos de centro y de izquierda, que fue la Concertación, fue decayendo política y electoralmente, no por sus disensiones internas, sino por un exceso de unidad que fue matando su mayor riqueza: su diversidad en la tolerancia y el respeto. Así, la unidad operó como una droga que en porciones pequeñas es un remedio, pero que en altas dosis, un veneno. Una pastilla para dormir soluciona un problema; tomar un frasco, mata. 

Fue inicialmente el sistema binominal, que obligaba a construir dos partidos electorales; luego fue una cultura de los acuerdos a todo evento, una suerte de binominalismo mental. Así, la DC aceptó, una y otra vez, limar sus asperezas ideológicas y programáticas para no incomodar a sus aliados más a la izquierda. El PS, a su vez, por aquello de que «amor con amor se paga«, fue descafeinando cada vez más sus proyectos, de modo de no contrariar a su aliado de centro. No obstante los inmensos logros que sus gobiernos tenían en casi todos los campos, un discurso aguachento, cada vez más fofo y asexuado, proyectaba a la Concertación como una alianza que perdía a raudales su atractivo tanto hacia el centro como a la izquierda. El caso más notorio fue la DC, que en 25 años perdió 10 puntos de apoyo que no fueron a engrosar las urnas de sus socios, sino que las de la derecha. Pero la izquierda no lo hizo mejor, pues en la última elección vio el colapso del PPD, reducido a menos de la mitad de lo que era, el nulo crecimiento del PC y una baja electoral del PS de más de 10 por ciento, y ello en favor de una izquierda, el Frente Amplio, que con su pretendida virginidad política y un programa difuso amenaza arrebatarle los apoyos que antiguamente le pertenecían y condenarla a decorar la galería de la decadencia en que está convertido el sector no solo en Chile, sino que en la región y en Europa. 

Perdimos -en rigor, veníamos perdiendo hace rato-, porque la DC dejó de representar el centro y el PS a la izquierda; porque nuestro electorado de centro lo dejamos emigrar a la derecha y el de izquierda fue a buscar una oportunidad nueva, en el FA, lejos de partidos que olían a rancio y repetían consignas. 

El Partido Comunista, en la tosquedad política que le ha llevado a cometer error tras error en los últimos cuarenta años -pero no solo ellos, sino también unos atletas de la unidad que están en la DC-, nos plantea que ante la debacle electoral lo que se requiere es doblar la dosis de unidad. Que la DC pierda aún más su función de centro haciendo una nueva licuefacción de su discurso y perfil político; que el PS y el PC corran a intentar asumir las banderas del FA y que el FA sacrifique su pretendida pureza en al altar de una convivencia con la DC, el PS y el PC. La idea de que los partidos que no son de derecha constituyan esa unidad no solo es imposible, sino un camino de derrota. 

Hoy no es la hora de la unidad. Es la hora de la recuperación de los perfiles propios y de la renovación. No es «la centroizquierda», sino el centro y la izquierda, diferenciados, claros, nítidos. Un centro robusto que reivindique la política como «el arte de lo posible», que rechace las propuestas radicales aunque ellas suenen generosas y románticas. Que en su acción privilegie el resultado, la eficacia, la moderación y la justicia. Y una izquierda que supere la crisis en que está hundida en el mundo, que rechace el populismo y que sea capaz de condenar aquellos modelos que hoy están en «el basurero de la historia» como la dictadura cubana, el bolivarianismo, el engendro de dictadura comunista y neoliberalismo que está en la base del régimen chino o vietnamita. Que sea capaz de librar de su esclerosis a una socialdemocracia que ha perdido su encanto. 

Y solo una vez que hayamos recuperado nuestras identidades y superado de algún modo (pues no lo lograremos plenamente nunca) los vicios electorales y políticos que han causado nuestra derrota… solo entonces volvamos a construir una unidad posible. 

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