La primer ministro italiana, Giorgia Meloni – REUTERS
La política exterior parecía el punto débil de Italia en el mundo con la llegada del Gobierno de Giorgia Meloni. Pero ahora, tras poco más de nueve meses de suceder aMario Draghien el Palacio Chigi, sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, ocurre todo lo contrario, increíblemente para muchos. Meloni se ha ganado una credibilidad internacional. Se demostró con fuerza en elencuentro que tuvo la primera ministra italiana con el presidente estadounidense, Joe Biden, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, el pasado jueves. «Yo y Giorgia nos hemos hecho amigos», dijo Biden. Corregía así su juicio expresado en el pasado mes de octubre, durante una recaudación de fondos para el Partido Demócrata estadounidense en Los Ángeles. Entonces Biden dijo que estaba muy preocupado por el resultado de las elecciones italianas. «¿Veis lo que pasó en las elecciones en Italia? ¿Veis lo que está pasando en el mundo? El motivo por el que me preocupo es que no podemos ser optimistas», dijo el presidente estadounidense. Era otra época.
En pocos meses, la situación se ha invertido y, entre los países del G-7, cuya presidencia tendrá Italia el año próximo, el Gobierno Meloni es uno de los que con más fuerza comparte los objetivos de Estados Unidos. «La defensa de los principios de la democracia, los derechos humanos, el derecho internacional, la autodefensa de Ucrania y la condena inmediata de la agresión rusa son encomiables y ahora reconocidas incluso por los más escépticos en Washington», afirma la politóloga Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacional. Giorgia Meloni conquistó así a Biden, porque ha ofrecido las garantías que le pedía en dos campos fundamentales para Washington: apoyo total a Ucrania y un reequilibrio de la relación de Roma con China, que llevará a Italia a abandonar, como desea la Casa Blanca, la Nueva Ruta de la Seda, impulsada por Pekín.
En el 2019, el Gobierno populista de Giuseppe Conte, líder del Movimiento 5 Estrellas, firmó la incorporación de Italia al ambicioso programa chino de infraestructuras que a través de seis grandes corredores o vías de transporte, por tierra y mar, pretende desarrollar la conexión y la colaboración entre China y unos 70 países, creando un gran espacio económico euroasiático integrado. Italia es el único país del G-7 que se unió a la Nueva Ruta de la Seda, con un acuerdo muy polémico que no agradó en la Unión Europea y disgustó a Estados Unidos. Giorgia Meloni, que lo consideró públicamente como un «grave error», renunciará a renovar ese acuerdo con China, aunque la decisión irrite a Pekín, donde viajará próximamente.
Continuidad
Los analistas italianos consideran que el pragmatismo, seguramente la palabra más querida de Giorgia Meloni, ha hecho posible lo que parecía imposible cuando llegó al poder. Ese pragmatismo ha llevado a la líder de Hermanos de Italia, la única que hizo oposición al Gobierno de unidad nacional de Mario Draghi, a marcar una fuerte continuidad con el expresidente del Banco Central Europeo, lo que es una paradoja, según explicaba el respetado periodista Paolo Mieli, ensayista y editorialista del ‘Corriere della Sera’: «Meloni sigue la política de Draghi al 90%, tanto en política exterior, con fidelidad euroatlántica, que representa el 50% de su gestión, como en economía (40%); en el otro 10% de su política interior se ha metido en algún lío como la reforma de la Justicia». Meloni ha recibido críticas en el exterior por algún paso en su política de derechos civiles, en particular del colectivo LGBTI. A este respecto, Joe Biden le dio un consejo: «Lo estás haciendo bien, pero no te olvides nunca de tener en cuenta también la opinión pública internacional».
Su pragmatismo en política exterior ha hecho de Giorgia Meloni una primera ministra «fuerte e incluso transversal», explica Claudio Cerasa director de ‘Il Foglio’, diario conservador liberal: «Observando el encuentro entre Biden y Meloni, quedó claro que una mezcla formada por atlantismo, europeísmo, anti putinismo y reequilibrio de las relaciones con China ha permitido a la primera ministra llevar a cabo una sólida operación, sorprendente y quizás destinada a tener un futuro: transformar la política exterior no solo en el buque insignia de Italia sino también en una barrera transversal contra el extremismo de derecha e izquierda».
Ha sido en Washington donde Giorgia Meloni ha hecho gala de transversalidad y equilibrismo, con una frase que pudo satisfacer al demócrata Joe Biden y a los republicanos: «Muchas cosas están cambiando a nuestro alrededor. Pero hay algo que otros no habían previsto: que el mundo occidental está unido y quiere defender un mundo basado en reglas, porque en un mundo sin derecho internacional viviríamos en el caos y quien tiene el poder militar puede pensar en invadir a su vecino. No es el mundo en el que queremos vivir. Queremos vivir en un mundo basado en el respeto y la libertad». Una frase perfecta, la definió el diario ‘La Stampa’, porque agradó a la derecha y a la izquierda. Giorgia Meloni cuida sus relaciones personales en el exterior, más allá de su amistad con el ultraderechista Viktor Orbán, primer ministro húngaro. Hoy es gran amiga de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, después de meses de frialdad.
El ex primer ministro y excomisario europeo, el riguroso Mario Monti, ha hecho este balance del Gobierno Meloni: «En contra de las predicciones generalizadas, rápidamente conquistó Europa y los mercados financieros. Para adquirir esa credibilidad, el Gobierno y los partidos mayoritarios no han dudado en abjurar de un tirón de las posiciones y acciones que en la última década les habían llevado, en mayor o menor medida, a ser considerados euroescépticos, soberanistas, intolerantes con la responsabilidad presupuestaria».
La credibilidad que se ha ganado en el exterior Giorgia Meloni se ve ratificada también en Italia, según la encuesta de Ipsos publicada recientemente por el ‘Corriere della Sera’: El índice de consenso de la primera ministra es del 52%, mientras su partido Hermanos de Italia alcanza el 30,4%, cuatro puntos porcentuales más que cuando ganó las elecciones generales.