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“Go, Sophia, go!” La selección de EU golea al racismo en París

El equipo campeón de Estados Unidos, jugadoras hijas de inmigrantes, afroamericanas, de orígenes económicos diversos, son reflejo de los discursos de inclusión de la generación Z.

La selección de EU golea al racismo en París 2024

 

 

Los aficionados pueden catalogarse de muchas maneras. Pero los que venimos al partido de futbol femenino olímpico, esta tarde de julio, tenemos algunas opciones. Identificarnos por los colores de las banderas de Alemania y Estados Unidos, que están por jugar. Identificarnos por la edad: los que recordamos la primera vez que el futbol de mujeres participó en unos Juegos Olímpicos (en 1996) y los que aún no habían nacido. Y lo mejor, identificarnos por los nombres detrás de nuestro jersey.

Los hinchas del equipo estadounidense llevan los nombres de ‘Swanson’, por Mallory, la popular delantera del número 9; ‘Rodman’, por Trinity, la número 5 que tiene las trenzas pintadas de rosa, o ‘Lavelle’, por Rose, mediocampista que porta el 16 y cuya perrita bulldog, Wilma, es casi tan popular en las redes sociales como lo es ella misma.

Los Juegos Olímpicos de 2024 son los de mayor paridad de género, con la presencia de jugadoras en casi todas las disciplinas. En el caso del futbol femenino, los 12 equipos participantes se dividen en tres grupos, pero el grupo B tiene al equipo estrella: con cuatro medallas olímpicas de oro, cuatro Copas Mundiales, y haber ocupado los primeros dos lugares del ranking de la FIFA en los últimos años, el Team USA es un espectáculo digno de verse.

En mi caso, además de tratarse de mi segundo país, el interés tiene que ver con el impacto que estas chicas causan en el público, sobre todo entre los más jóvenes: niños, niñas y adolescentes dentro y fuera de Estados Unidos que se identifican con las jugadoras porque se parecen a ellos: afroamericanas, anglosajonas, hijas de inmigrantes mexicanos o irlandeses, de orígenes económicos variados, esta selección despierta muestras de cariño por lo que comparten en sus redes, la forma en la que hablan, cómo lucen y el mensaje que envían: sin importar quién seas ni de dónde vengas: si eres el mejor, puedes estar aquí.

Así que este domingo 28 de julio, todos nos aguantamos el calorcito pegajoso del verano que nos alcanza en la entrada del Metro para ir a ver chicas jugar al futbol. Frentes sudadas, piernas descubiertas por pantalones cortos, y manos que utilizan cualquier papel como abanico, se van agrupando en el andén de la estación Castellane con dirección a Sainte-Marguerite.

Ahí, esta marea de gente bajará del vagón, se encaminará hacia la entrada del estadio Vélodrome —el segundo más grande de Francia—, y se detendrá un momento para tomarse una selfie frente a la fachada de silueta ondulada, hoy vestida de aros olímpicos, en su segunda jornada de futbol femenil.

Soy de las que llevan atuendo rojiazul y recuerdan el futbol femenino olímpico de Atlanta 96, cuando solo compitieron ocho equipos y Estados Unidos, el país anfitrión, se llevó la primera medalla de oro en esta disciplina. Yo no llevo camiseta, pero si la llevara, la mía diría “Smith”, por Sophia, la delantera del número 11 y que a los 22 años fue la primera negra nombrada Most Valuable Player de la liga estadounidense de futbol femenino.

En este partido que está por empezar, Sophia anotará dos de los cuatro goles de Estados Unidos contra uno de Alemania y, diez días después, luego de pasar a cuartos de final y a semifinales, anotará el gol que las llevará a la final, el 10 de agosto; ahí vencerán al equipo de Brasil, llevándose su quinto oro olímpico.

Pero hoy, junto con todas estas Swanson, Morgan y Fox, cruzo el control de seguridad, atravieso el túnel y salgo a la tribuna, justo frente al sitio donde, en letras gigantes, este estadio nos recuerda que estamos en Marsella. Y el simbolismo que conlleva no es poca cosa.

Mayor paridad y equidad en los Juegos Olímpicos de París

Una horda de aficionados ultras salta, grita, lanza bengalas, enloquece en la tribuna del Vélodrome, sede del equipo Olympique de Marsella, el OM, que por décadas ha sido la némesis del Paris Saint-Germain. Aunque los fanáticos de siempre no están aquí hoy, quienes éramos jóvenes en los noventa tenemos una imagen grabada a fuego gracias al videoclip de “Santa Maradona” —y su pegajoso estribillo: “Santa Maradona priez pour moi”—, de la banda Mano Negra. Manu Chao, su líder, decidió grabar ahí imágenes en plena euforia futbolera de la afición del OM, cuya ideología antifascista y antirracista la ha convertido en un icono no sólo de la ciudad, sino de algunos grupos altermundistas y de izquierda.

Marsella es la ciudad más antigua de Francia, baluarte legendario del comercio marítimo y la inmigración, hoy su población incluye a personas de origen griego, italiano, vietnamita, ruso, subsahariano y turco, por mencionar algunos, y se estima que uno de cada cuatro de sus habitantes profesa la religión musulmana. Su ubicación en el Mediterráneo la ha convertido al mismo tiempo en polo de atracción para los negocios y el turismo, y en un centro de operación del narcotráfico, con un entorno de alta inseguridad.

La paradoja no termina ahí: el alcalde progresista, el socialista Benoît Payan, lidera las encuestas para ser reelecto en 2026; y aunque el pasado 7 de julio Francia celebraba el triunfo de la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular, Marsella votaba mayoritariamente por el partido ultraderechista Reagrupación Nacional. Es curioso que en un contexto en el que la extrema derecha va ganando terreno político en Europa, sea Francia la que esté a cargo de la celebración de la armonía y el respeto a los principios éticos por excelencia.

Justo un francés, Pierre de Coubertin —creador de la filosofía ‘olimpismo’—, aseguraba que el deporte podía ayudar a unir a las comunidades, a detener las guerras y a promover competencias libres de discriminación.

Muchas circunstancias, desde las macro, como el genocidio en Palestina y la invasión en Ucrania, hasta las más coyunturales y recientes, como las manifestaciones de racismo y transfobia en el caso de la boxeadora argelina Imane Khelif, podrían dar la impresión de que el objetivo del ‘olimpismo’ ha quedado en papel mojado.

Pero una mirada al amplio espectro da ilusión: además de ser los Olímpicos con mayor paridad de género —con 152 eventos en categoría femenina, 157 en categoría masculina, y 20 en categoría mixta—, de los 32 deportes de esta edición, 22 se celebrarán también en la categoría de paralímpicos, y por tercera ocasión tenemos un equipo de atletas refugiados representando a los más de 100 millones de personas víctimas de desplazamiento forzado en el mundo. Una de estas jugadoras, Cindy Ngamba, quien huyó de su natal Camerún debido a que en ese país las personas homosexuales como ella terminan en la cárcel, este 2024 ha conseguido la primera medalla para el equipo de refugiados.

No existen estadísticas demográficas sobre origen racial o étnico de los participantes olímpicos, pero un vistazo a las competencias y al medallero permite tener motivos para el optimismo en esa área también. En estos Juegos se ha visto, por primera vez, un podio de medallistas de gimnasia femenina con tres competidoras negras; una imagen que se volvió viral, con las gringas Simone Biles y Jordan Chiles haciendo una reverencia ante la ganadora del oro, la brasileña Rebeca Andrade. En el caso del Team USA de futbol femenino, de las 18 chicas convocadas, ocho son de origen afroamericano.

Este fin de semana las calles y los muros pintarrajeados de Marsella combinan un poco de todo lo anterior. En la Plaza Julien, uno de los puntos de ingreso al metro para ir al Vélodrome, el grafiti sigue cubierto por los carteles electorales. También está el logo de los Juegos, la llama olímpica que ocupa postes, ventanas y tiendas de souvenirs.

Los restaurantes se llenan de turistas estadounidenses, irlandeses, portugueses que, banderas en la espalda, han venido a ver las competencias de vela y futbol femenino. Se escucha hablar en inglés, pero sobre todo en un francés de muchos acentos, porque no es lo mismo el francés parisino que el provenzal, pero tampoco el argelino, ni el tunecino, ni el marroquí. Santa Maradona, priez pour moi.

Los partidos de futbol femenino son diferentes, se sabe

El estadio Vélodrome tiene cupo para más de 60 mil personas, pero esta tarde no se ha llenado ni a la mitad. No importa. Quienes han venido no están aquí porque este sea el Vélodrome, ni porque aquí juegue el OM, y me atrevo a pensar que ni siquiera es lo más relevante que este sea un partido olímpico. Los que están aquí quieren ver a las chicas jugar.

Son familias completas, muchos niños y niñas, gente joven; junto a mí una adolescente alemana está sentada junto a su madre, y detrás de mí un papá estadounidense explicándole cada jugada a su niña de tres años. Dos filas adelante, un joven rubio lleva la camiseta de Sophia Smith, porque sí, estas camisetas se fabrican en modelo y talla para hombre y mujer.

La popularidad de estas chicas no viene solo de su trabajo en la cancha. La mayoría de ellas, activas en Instagram o TikTok, suelen compartir ahí su día a día y, en este proceso, conectan con una audiencia que se identifica con ellas y hace que sus historias personales se amplifiquen: durante la Copa Mundial femenil de 2023, los medios hablaban de Alyssa Thompson, delantera, que se describe como una mezcla de ascendencia negra, filipina, peruana e italiana; o de Naomi Girma, defensa, hija de inmigrantes etíopes; o de Ashley Sanchez, una de las tres jóvenes mexicoamericanas que se sumaron a la selección ese año.

Smith se convirtió en la imagen de la cadena de restaurantes ‘texmex’, y jóvenes en México y Estados Unidos han seguido en vivo la historia de amor entre Alex Morgan, la centrodelantero de San Diego, con Servando Carrasco, el tijuanense del Inter de Miami.

Los partidos de futbol femenino son diferentes, se sabe. Los niveles de violencia verbal y física en la tribuna son menores, posiblemente porque la asistencia de niños, niñas y mujeres es mayor. También se sabe que la violencia en la cancha es menor.

Esta tarde todo el mundo parece relajado. Cuando faltan 50 minutos para que empiece el partido, las jugadoras empiezan a asomarse a la tribuna. Una de las alemanas atraviesa la cancha. Más tarde las gringas empezarán a hacer ejercicios de calentamiento frente a una audiencia que les aplaude, les toma fotos y se emociona. “Go, Sophia, go!”, le gritan a la número 11.

Las jóvenes hacen un círculo, se pasan el balón unas a otras, se separan, se vuelven a juntar. Desde que salen, todo es un trabajo de equipo. Y así, en equipo, tras el protocolo de los himnos nacionales y el silbato de salida, Lavelle y Rodman abren un espacio a la derecha y al minuto 10 cae el primer gol de Smith. “Go, Sophia, go!”.

Sobre la composición diversa de la selección, Smith ya declaró a inicios de año al medio Goal: “Esto es algo de lo que nosotras y otras personas somos conscientes. Es algo realmente bueno porque la representación sí importa. Para todos los jóvenes, mujeres y hombres, niños y niñas […] que tengan un sueño y que quieran estar en este equipo, o cualquiera que sea su sueño, es importante que vean a personas que se parecen a ellos haciendo eso”.

 

PARTIDO DE LA FINAL FEMENINA, EEUU – BRASIL –  HACER CLIC EN «WATCH ON YOUTUBE»:

 

Y en este equipo, la que quiera hacer eso no está sola

Si el primer gol lo anota Smith con un pase de Rodman, el segundo lo tira Swanson con un pase de Smith, quien también anota el tercero; el cuarto llega con un tiro de Williams. Es una coreografía en la cancha que la gente aplaude a rabiar, incluidos algunos alemanes, porque lo que hace este equipo solo se logra con la combinación perfecta de materia prima. “Este es apenas el sexto o séptimo partido que jugamos juntas al frente, pero siento que estamos conectando súper bien, muy-muy rápido”, dirá Smith al final del partido.

Si las jugadoras son la materia prima ideal, la encargada de ponerlas en órbita es Emma Hayes, la británica con frecuencia fotografiada con cara de mala leche. Nadie se atrevería a cuestionar sus decisiones: directora técnica durante 12 años del equipo de futbol femenino Chelsea, al que llevó a ganar siete veces la Women’s Super League; ganadora además del premio a Mejor Entrenadora de la FIFA en 2021 y la condecoración de Oficial de la Orden del Imperio Británico en 2023. Su estilo, tanto en la cancha como fuera de ella, de frente y sin eufemismos, resulta chocante para quienes celebran la imagen del entrenador superestrella y todopoderoso. Esa es la entrenadora que hoy busca llevar a este equipo al podio olímpico.

Tras el incidente del beso no consensuado del entonces presidente de la Real Federación de Futbol Española, Luis Rubiales, a la jugadora Jenni Hermoso, Hayes fue clara y directa en una entrevista con la BBC Radio: “Este no es sólo un incidente aislado, se trata de un problema sistémico de varios años”, dijo con voz firme, asegurando que ella misma tiene que lidiar con esto. “Algunas personas no son conscientes de lo intrínsecamente misóginas que son”.

Esta tarde en el Vélodrome, sin embargo, la voz de Hayes no se alcanza a escuchar hasta la tribuna. La entrenadora se limita, cada tanto, a cambiar su peso de una pierna a otra, a marcar los cambios, quién entra, quién sale. Y al final del partido, con un merecido marcador 4-1 a favor, abrazará a estas chicas, jóvenes, diversas, vulnerables pero fuertes. Ellas aún no lo saben, pero terminarán llevándose el oro olímpico. Igual prestan sus nombres para que la tribuna los coree, los aplaudan los voluntarios y los llevemos en el pecho y la espalda, con camiseta puesta o sin ella.

Para que en la estación del Metro de regreso, sudados y contentos, a pesar de la ultraderecha y el racismo, y el discurso de odio que nos quieren vender, nos hagamos un gesto cómplice, de la fe recuperada a pesar de todo, al reconocernos en el vagón.

 

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