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Granés: La mano dura bukeliana

La clave hay que buscarla en la rapidez con la que actuó el salvadoreño

Hace poco más de un mes, el 1 de junio pasado, tomaba posesión de su segundo mandato el salvadoreño Nayib Bukele. Lo hacía ataviado con un traje de chaqueta negra y larga, ribetes color oro y bordados decimonónicos en los puños y el cuello, una prenda que hablaba por sí sola, como si fuera un símbolo explícito de aquello en lo que se había convertido el presidente. Su imagen encarnaba la mezcla del profeta que le trae una revelación a las derechas hispánicas, y del espadón centroamericano que, como el guatemalteco Jorge Ubico, se vestía de Napoleón para obligar a los pobres a trabajar en las bananeras.

Bukele se ha convertido en un fenómeno de masas debido a la exitosa fórmula de mano dura que aplicó con las pandillas. En su país goza de enorme popularidad y en el resto del continente le salen clones debajo de cada piedra, Bukelitos que intentan colgarse de su éxito para llegar al poder prometiendo replicar su modelo. Pero a pesar de lo sencillo que parece, la mano dura bukeliana ha demostrado no ser tan fácilmente exportable. Alberto Vergara y Manuel Meléndez-Sánchez lo explican en un reciente ensayo publicado en ‘Journal of Democracy’, donde muestran cómo los presidentes que han copiado la estrategia de Bukele, el ecuatoriano Daniel Noboa y la hondureña Xiomara Castro, no han obtenido resultados equiparables.

La clave, dicen los autores, hay que buscarla en la rapidez con la que actuó el salvadoreño. En sólo dos años había encarcelado a 78.000 compatriotas, muchos de los cuales no pudieron ejercer sus derechos ciudadanos y otros tantos sin ni siquiera ser mayores, pues se rebajó la edad de responsabilidad para crímenes relacionados con el pandillaje. Pero no fueron estos resultados apabullantes los que convirtieron a Bukele en ese profeta napoleónico que vimos el 1 de junio. Si el presidente pudo decretar un régimen de excepción e inventarse juicios masivos, sin garantías, y llevarse por delante a simples sospechosos o a quien pasaba por ahí, es porque ya lo era. El modelo de mano dura funciona si previamente se ha destrozado el poder judicial, se ha silenciado a las voces críticas, prensa incluida, y se ha amedrentado a la rama legislativa. Bukele ya había hecho esas tareas.

Muchos lo celebraron creyendo que si había que escoger entre la seguridad y la democracia, mejor era quedarse con la primera. Pero ahora que no hay maras empiezan a descubrir que la mano dura, lejos de ser una medida quirúrgica para extirpar taras sociales, es una manera de retener y controlar el poder, de quitarse de en medio todo lo que estorba y de doblegar al ciudadano. Ahora lo saben los comerciantes, porque les llegó el turno. Bukele acaba de amenazarlos con aplicarles la misma mano dura que a las maras si no bajan los precios de los alimentos. Una consecuencia más de no aprender de la historia, de ver profetas donde sólo hay tiranos, y de entregar las instituciones a salvadores que libran de bandas extorsionadoras, solo para poder extorsionar después al país entero.

 

 

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