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Granés: Las nuevas reglas de Trump

«Cuando habla de Canadá como el estado 51 de Estados Unidos, o cuando rebautiza el Golfo de México, Trump parece estar jugando, a ver si cuela, a ser Putin»

Las nuevas reglas de Trump

  Donald Trump. | Ilustración de Alejandra Svri

 

 

Ni siquiera lleva un mes en la Casa Blanca y cuesta creerlo, porque unos pocos días le han bastado a Trump para emprender una guerra comercial con sus vecinos, con sus socios y con el mundo entero; involucrarse de manera precipitada, con propuestas alocadas, en las guerras de Palestina y Ucrania; revelar sus pulsiones expansionistas apuntando a Groenlandia y al canal de Panamá; y dejarle en claro a Europa que no cuenta con ella, porque en este mundo multipolar que se inventó Rusia y que a él parece gustarle, sus valores, regulaciones y burocracias lastran los intereses económicos de Estados Unidos y fomentan un izquierdismo que la nueva internacional reaccionaria está tratando de erradicar de la faz del mundo.

En pocas palabras, Trump llegó a cuestionar los acuerdos internacionales que brindaron prosperidad económica y estabilidad política al hemisferio occidental, y a producir, con la ayuda de un multimillonario huracanado cuya ideología, intereses y propósitos siguen siendo oscuros, un revolcón general en las instituciones estadounidenses que hasta ahora habían conformado la espina dorsal de su democracia. Trump le está diciendo a los occidentales que hay un nuevo caudillo, sin charreteras pero con un peluquín igual de dorado y brillante, que va a poner nuevas reglas, siguiendo sus caprichos e intereses, en lo que él considera su área de influencia.

Y a los estadounidenses, por su parte, les está diciendo que el Estado ya no es neutral, que tiene ideología, como en Venezuela o Rusia, y que quien desee trabajar en sus instituciones ya no deberá guardar fidelidad a la Constitución y a las leyes, sino al caudillo. Trump lo dejó caer cuando explicó las causas del accidente aéreo de finales de enero: la culpa fue de las políticas de inclusión, es decir, el wokismoque había llenado las instituciones de discapacitados mentales e incompetentes. Sin menos artificio, el vicepresidente J. D. Vance dijo que todos los burócratas y funcionarios del servicio administrativo debían ser despedidos y reemplazados con «nuestra gente», y hace unos pocos días afirmó que los jueces no tienen derecho de intervenir en los planes del presidente.

En política exterior, cuando se deja ir y habla de Canadá como el estado 51 de Estados Unidos, o cuando rebautiza el Golfo de México como Golfo de América, Trump parece estar jugando, a ver si cuela, a ver qué pasa, a ser Putin. Como el líder ruso, que ejerce el terror militar y la amenaza velada para mantener a los países de su entorno en permanente tensión, Trump lanza boutades –por el momento lo son- que inquietan y desconciertan a su vecino más cercano y a toda la región. Es un síntoma preocupante, porque indica que Trump ya no piensa en el mundo como lo pensaban todos los presidentes estadounidenses desde 1945 –como una alianza atlántica entre democracias liberales-, sino que lo ve con los ojos de un Aleksandr Duguin, un Samuel Huntington o el mismo Putin: como un mundo que las civilizaciones más poderosas deben repartirse, de ser necesario, mediante la fuerza.

«Trump ya no piensa en el mundo como lo pensaban todos los presidentes estadounidenses desde 1945, sino que lo ve con los ojos de un Aleksandr Duguin, un Samuel Huntington o el mismo Putin»

La toma de todas las instituciones de la administración pública, algo que tampoco es nuevo, pues se viene haciendo en el mundo hispano desde hace mucho, en ocasiones, dejando al país sin pasaportes, como en el Perú de Pedro Castillo, sin datos estadísticos, como en la Argentina de Cristina Kirchner, sin encuestas públicas fiables, como en la España de Pedro Sánchez, es necesaria para sustentar este tipo de política exterior. Trump necesita encontrar, y Musk lo está ayudando, funcionarios convencidos de su infalibilidad, fieles a su causa y a su liderazgo: nuestra gente. Porque con nuestra gente al mando el país se va a mover como se movía la Argentina de Perón, al paso y en la dirección que le dictara el Conductor, sin voces opositoras ni debate interno, y sin remilgados izquierdistas que se sintieran compelidos a poner antes la Constitución que el carisma y el amor al líder.

Cuando Trump ganó sus segundas elecciones con una mayoría en el Congreso, pensé que se limitaría a promover una agenda conservadora. Ahora da la impresión de que eso le parece muy poca cosa, y que más bien busca hitos realmente ambiciosos, como cambiar las reglas de juego en el campo internacional y reemplazar, en el terreno nacional, un régimen de contrapesos, Estado de derecho, legalidad y objetividad, por otro de personalismo y fidelidad. Trump empieza a comportarse con la arbitrariedad de un caudillo latinoamericano, pero con un poder desbordante. No lleva un mes y ya tiene a sus antiguos aliados, a Europa, a buena parte de Occidente, comiéndose las uñas. 

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