Sin embargo, anunciar el regreso de una Guerra Fría no es sólo un arma conveniente para que las potencias reanuden el debate y unan a sus sociedades frente a un enemigo común. Según Carlo Galli, plantear la hipótesis de una segunda Guerra Fría es también una forma de reflexionar sobre lo que vincula y distingue a la situación contemporánea de aquella posterior a la Segunda Guerra Mundial, y de intentar, a través de esta comparación, comprender mejor nuestro presente geopolítico. Es innegable que la guerra de Ucrania contribuye tanto a opacar estas redes de lectura como a precipitar la necesidad de pensar en el nuevo orden mundial que resultará de ella. O en su desorden. Esta es, sin duda, la primera diferencia: “Si la primera Guerra Fría había producido, a su manera, un orden mundial, la segunda, en cambio, se presenta bajo el signo de la incertidumbre, como un momento particularmente intenso del desorden que caracteriza el fin de la globalización. Hoy, a diferencia de entonces, el mundo no está realmente dividido en dos.” Habrá que seguir con atención el cambiante «no alineamiento» de potencias como China o Brasil, que el Groupe d’études géopolitiques cartografió en los primeros días de la guerra. Hoy, “muchos Estados, lejos de ser marginales, permanecen alejados de cualquiera de los contendientes, con una importancia mucho mayor que los «países no alineados» de antaño.” Sus actitudes, ya sean acercamientos circunstanciales o profundos realineamientos ideológicos, tendrán que ser observadas de cerca para cartografiar lo mejor posible la salida del interregno. A escala más regional, existe un punto común importante, que Ucrania pone de manifiesto: como recuerda Carlo Galli, Ucrania es una clave geopolítica del continente, «uno de los dos pivotes o pilares del istmo de Curlandia, entre Kaliningrado y Odesa, cuyo control es decisivo para determinar quién se impone en la balanza entre Rusia y Europa». Al igual que durante la Guerra Fría, Europa, en su integridad territorial y por la excepción política, económica y social que representa, será la que estará en juego en el conflicto que se desarrolla en sus diferentes interfaces con el mundo. Corresponderá a los miembros de la Unión, así como a las alianzas que la atraviesan sin coincidir exactamente -la OTAN, la zona euro, el Consejo de Europa, …-, saber estar a la altura de este reto en las próximas décadas. Si puede haber una «guerra fría», es porque el conflicto sin lucha a escala geopolítica mundial va unido a otras formas de enfrentamiento. En primer lugar, una confrontación de carácter «tecnopolítico», dice Galli, incluso diríamos ecopolítico. De hecho, el imaginario de la Guerra Fría, incluso en sus versiones novelescas y cinematográficas, estuvo dominado en gran medida por el miedo a una guerra nuclear global. Aunque dicho riesgo sigue existiendo, podemos ver que lo que está en juego ha cambiado hoy en día: «la nueva Guerra Fría ya no trata de la carrera por la tecnología nuclear sino de la energía, el control de sus fuentes, la diversificación de los suministros y las estrategias para sustituir los combustibles fósiles.” La dependencia europea de la energía se está convirtiendo en un problema estratégico, y estamos descubriendo lo que Pierre Charbonnier llamaba, en nuestras columnas, «la ecología de guerra». Por último, existe una confrontación teológico-política entre «el cesaropapismo oriental de la Tercera Roma —mezclado con la ideología imperial, euroasiática, antidemocrática y antimoderna de Alexander Dugin— por un lado, y el individualismo secularizado resultante del dualismo occidental entre política y religión, por otro.” Mientras que la URSS proponía un modelo de sociedad, una utopía política, la Rusia de Putin se contenta por el momento con alimentar su imperialismo con el odio a Occidente. Pero no es imposible que surja un nuevo discurso que haga del imperio ruso un espacio híbrido, euroasiático y autónomo, del mismo modo que China, por su parte, ha consolidado su corpus ideológico, como nos ayuda a comprender la serie de textos traducidos y comentados por David Ownby para el Grand Continent. Si la Guerra Fría es una hipótesis útil para pensar, o un escenario a considerar, ¿no es un guionista al que deberíamos recurrir? Hemos planteado algunas preguntas a Antonin Baudry, autor del cómic Quai d’Orsay hace unos años, y más recientemente guionista y director de El canto del lobo, una película sobre un submarino nuclear a punto de recibir la orden de lanzar un ataque atómico. Como explica, «cuando uno piensa en un sistema como director o guionista, tiene que llevarlo al límite”. Así, tanto si se trata de evitar ciertas crisis como de anticiparse a otras, el ejercicio de adaptar un escenario de Guerra Fría al interregno contemporáneo puede no ser inútil. No se trata de producir la vigésimo sexta película de James Bond y soñar con un gigantesco ataque nuclear, sino de adaptar al presente las estructuras narrativas, políticas y conflictivas para las que nos prepara el concepto de una guerra sin conflicto armado directo entre sus dos mayores potencias. «Debemos aplicar a la realidad las preguntas que nos hacemos en la ficción.» |