Ciencia y TecnologíaCulturaDemocracia y PolíticaRedes sociales

Guillermo Tell Aveledo: Google, 25 años

Google se nos aparece con buenas intenciones y propósitos elevados. Pero que en última instancia responde a sus inclinaciones estructurales y a la inercia de su propio poder.

Google 25 años. Imagen: Guillermo Tell Aveledo

De un modesto emprendimiento de garaje a un conglomerado global de abrumadora ubicuidad. Google es uno de los pilares de la transformación tecnológica y económica del siglo, mezclándose con el mar de fondo de los cambios sociales y políticos de finales del siglo XX. ¿Cuáles son las implicaciones de Google y sus herramientas para la política democrática del futuro?

Recuerdo cuando llegó a nuestras vidas: era yo auxiliar de investigación en la universidad y cursaba el tercer semestre de estudios políticos. Mi trabajo consistía en revisar embrionarios archivos digitales de los partidos y guardar declaraciones de candidatos en la campaña electoral de 1998 en Venezuela. Requería la búsqueda de información por las redes. Aunque no éramos nativos digitales, los estudiantes que asistíamos a investigadores mayores éramos de la generación X. Habíamos llegado a la red con la explosión digital de los noventa, las dot-com y la miríada de navegadores torpes, directorios limitados y buscadores que hoy nos parecen casi artesanales: Altavista, Excite, Infoseek, Lycos, Magellan, Yahoo.

Súbitamente, en nuestras ventanas de Netscape Navigator o Explorer de Microsoft —no existían aún ni Mozilla ni las pestañas—, como un rumor se asomó una extraña página de búsqueda. Austera, pese al extraño logotipo de letras de colores, pero rápida y precisa. Apareció Google.

El ubicuo gigante multicolor

Ha sido tal su omnipresencia, que se ha convertido en un verbo. Todos googleamos, y se nos olvida la acumulativa influencia de la empresa en nuestras vidas. Nadie habla de Alphabet, el nombre oficial del consorcio fundado por Larry Page y Sergei Brin en 1998, del mismo modo que hablamos de Amazon, Apple, Meta y Microsoft. A Google, millones de personas entregamos constantemente información que alimenta a este gigante de coloridas herramientas dedicado a motores de búsqueda, inteligencia artificial, publicidad en línea, videos y entretenimiento, computación en la nube, computación cuántica, comercio electrónico y sistemas operativos. Su dominio del mercado, recopilación de datos y ventajas tecnológicas en el campo de la inteligencia artificial es casi absoluto en todas estas categorías.

La innovación tecnológica esencial de Google, el algoritmo PageRank, ha sido la clave para la monetización de nuestra navegación. Al hacer las búsquedas rápidas, relevantes y útiles terminó convirtiéndose en un compañero constante de nuestra navegación. De la búsqueda, Google pasó al correo electrónico, al manejo de contraseñas y la navegación, a las aplicaciones de trabajo y al sistema operativo. Y, con ello, la optimización de la productividad. Ahora teníamos una especie de poder de omnisciencia sobre la cual se construía la omnipresencia del consorcio, con servicios que funcionan sin costo. Sin embargo, su pago es la información de cada usuario: la que proporcionábamos abiertamente —como hacen los creadores de contenido en sus redes sociales y de entretenimiento, como YouTube—, como el rastro que dejábamos inadvertidamente con cada clic.

Millones de datos

Así, la empresa fue reuniendo millones de datos a cada segundo. Con ello destiló un perfil digital de cada usuario, gustos, idiomas, historial, compras, intereses, inclinaciones y vaivenes le permiten predecir nuestros patrones de consumo y también muchas otras de nuestras decisiones. Convenientemente, hemos accedido a la distraída entrega de nuestras identidades a una entidad que nos conoce mejor que nuestro más íntimo contacto. Dos millones de gigabits por minuto, y cuarenta mil petabits por día, para una emisión de gases de invernadero anual —entre servidores y emisiones operativas— de hasta una decena de toneladas métricas de dióxido de carbono. «Nuestra misión —dice lacónicamente la empresa— es organizar la información del mundo para que todos puedan acceder a ella y usarla», nos dice.

Son tales los recursos que ha adquirido Google, que asumió por años el lema «Don’t be evil» (‘no seas malvado‘). Aunque lo cambió recientemente al ambiguo «Haz lo correcto». En ese sentido, la empresa ha hecho parte de su cultura el proyectarse como una organización ética, progresista y de avanzada.

Google ha escapado relativamente del espectro de malevolencia que cubre a los otros gigantes de la tecnología en el Valle del Silicón, pero no sin controversias.

Del clic a las urnas

El proceso político en el mundo moderno se mueve entre la comunicación política y la decisión de los electores. La influencia de Google y sus herramientas en las campañas no es desdeñable. A través de Google Ads, los partidos y comandos pueden dirigirse a los votantes en función de su ubicación, intereses, datos demográficos y comportamiento en línea, propagando ideas en función de sus inclinaciones como consumidores. A esto se suma la influencia de Google News. En las pantallas de nuestros buscadores y teléfonos aparecen, sin que medie una decisión del usuario, la agregación y curadoría de artículos de noticias de diversas fuentes. Estos se basarían en algoritmos que los clasifican según su relevancia, calidad y diversidad.

Google también incluye secciones especiales para noticias relacionadas con elecciones y políticas, como «Noticias destacadas», «Verificación de hechos» o «Cobertura completa», con el propósito de proporcionar acceso a información completa y confiable. Dada la opacidad y relativa inconsistencia de sus políticas de privacidad y de sus cambiantes algoritmos de búsqueda, hay dudas sobre los sesgos de la empresa, e incluso de su capacidad real para enfrentar el abuso y la desinformación.

Civic Information API

Para contrarrestar estas dificultades, Google ha lanzado esfuerzos como la Civic Information API, una interfaz de programación de aplicaciones que permite a los desarrolladores acceder a información sobre las elecciones: candidatos, lugares de votación, información de las boletas y registro de votantes en algunas circunscripciones. Filtra esta información de fuentes oficiales, como agencias gubernamentales u organizaciones no partidistas. Tiene el objetivo de hacer que la información electoral sea más accesible y precisa para los votantes. Esto se ha celebrado en la bibliografía especializada en transparencia electoral y democracia como ejemplo cívico de tecnología a favor de la democracia.

Sin embargo, algunos expresan su preocupación por la confiabilidad e integridad de los datos, y por la posibilidad de manipulación o sesgo por terceros. Esto sería evidencia no sólo en el retroceso democrático correlativo al auge de los gigantes de la tecnología, sino en el hecho cierto de que en última instancia la corporación, por sus herramientas, dimensiones y su propia naturaleza corporativa, carece de los contrapesos y la vigilancia propia de las instituciones democráticas.

Entre gigantes filantrópicos

Google parece estar consciente de esta ambivalencia. Su promoción corporativa nos habla de unos nerds de buen corazón, que están comprometidos a usar la ciencia y la tecnología para el bien. Nos recuerda sus iniciativas en pro de la diversidad social y la igualdad de oportunidades, el medio ambiente, el reto del cambio climático y el propósito de ser una compañía libre de emisiones de carbono. Los famosos y esperados Google Doodles, son una galería global de íconos que retan el colonialismo, el racismo y el sexismo, celebrando la diversidad y llamando la atención de figuras y fenómenos menos conocidos desde los centros de poder tradicionales, apoyando movimientos sociales.

Desde algunos círculos, esto se manifiesta como una imagen que es a la vez asfixiante y engañosa. Google ha sido acusado de tener sesgos ideológicos en sus productos y servicios, especialmente en su motor de búsqueda y en su plataforma YouTube. Se la acusa de favorecer los puntos de vista progresistas y de censurar ideas conservadoras con la propaganda abierta de cierto contenido, o con la manipulación de sus algoritmos y políticas. De modo célebre, el expresidente norteamericano y líder republicano Donald Trump ha acusado a Google de manipular resultados a favor de sus contrincantespropagar mentiras en su contrapromover medios que le critican y atacar su imagen.

Cabildeo político

Otro ejemplo es el ad-pocalipsis de YouTube de 2017 a 2018, con el que decenas de creadores en YouTube perdieron acceso a ganancias por publicidad, debido a cambios en las políticas y algoritmos publicitarios de YouTube. Google respondió que era su deber con usuarios y anunciantes protegerlos de contenido inapropiado contrario a sus valores y dentro de los parámetros legales contra el discurso de odio. Por esa misma época, Google despidió al ingeniero James Damore tras la publicación de un manifiesto viral —Google’s Ideological Echo Chamber contra la hostilidad ideológica de la empresa. Damore sostenía que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres podrían explicar la brecha de género en el campo de la ciencia y la tecnología, en el contexto de una revisión de las políticas salariales de la empresa.

Lo cierto es que, más allá del discurso y el apoyo a activistas, Google participado activamente en el cabildeo político, las donaciones de campañas y la promoción de diversas causas y políticas, especialmente en el área tecnológica y corporativa. Ejemplos de ello son la reforma migratoria (dada la base demográfica de sus equipos de ingenieros y computistas), la desregulación laboral, la neutralidad de la red, la energía renovable, la reforma de patentes, la regulación antimonopolio, la privacidad en línea y la libertad de expresión.

Influencia en la conducta privada

Según el Center for Responsive Politics, Google (y Alphabet) ha gastado decenas de millones de dólares en el cabildeo dentro del sistema político norteamericano. Es una de las primeras diez corporaciones estadounidenses en donaciones. Aunque históricamente las dirigió al Partido Demócrata, la donación a Comités de Acción Política en los últimos años refleja un leve sesgo pro-Republicano. Esfuerzos similares, dentro de la ley, hace la empresa en la Unión Europea y en China.

La posición de los Estados ante Google da cuenta del poder de esta y de la suspicacia ante ese poder. Google maneja enormes cantidades de información, refleja e influye en la conducta privada de los ciudadanos, y tiene también efectos en la esfera pública. Ese poder de datos e inteligencia artificial es uno que los gobiernos de todo el mundo desearían tener. Por ejemplo, el Proyecto Maven del Pentágono para la aplicación militar de aprendizaje de máquinas en datos de reconocimiento aéreo. En este, Google colaboró hasta finales de la década pasada. También ayudó en regular el uso de los datos por corporaciones privadas. Estados Unidos, Europa y Australia han enfrentado a Google por la privacidad de los datos de sus usuarios. De igual forma, por prácticas monopólicas con los anunciantes y con los usuarios de la plataforma Android.

La difícil relación con China

Pero el caso más difícil para la empresa —como lo es para todo Occidente— es su relación con China. Este no es solo un mercado, sino un Estado con un control autoritario crecientemente sofisticado sobre sus ciudadanos, a la vez celoso de sus competidores. A comienzos de siglo, las incursiones de Google en el mercado chino fueron impulsadas por su ambición de expandir su alcance e influencia global. Intentaba garantizar la privacidad y la libertad de información de sus usuarios en China con esfuerzos evasivos que dirigían el tráfico de búsqueda hacia el entonces relativamente libre Hong Kong.

Al final, Google tuvo que claudicar ante la «Gran Muralla» de censura y vigilancia de Beijing y retiró su motor de búsqueda de China en 2010. Tal fue la claudicación que China no solo tiene un ecosistema de red en el cual Google meramente es un proveedor de plataforma de telefonía secundario, sino que además llegó a plantearse el diseño de un buscador especial de registro público de búsquedas privadas y proporción de información limitada, en colaboración con las agencias oficiales —el proyecto Dragonfly—, descartado al final por la inviabilidad económica y por los riesgos a la reputación y credibilidad de la empresa.

Colores y grises

Quizás es ingenuo plantearse que una sola corporación puede afectar los destinos y decisiones de millones de ciudadanos alrededor del mundo. Al final, somos individuos racionales que debemos ser responsables nuestras propias decisiones en el consumo privado y en el espacio público. Sin embargo, el hecho mismo de la asimetría entre la capacidad de organización y la acumulación de recursos de las organizaciones, en contraste con aquella de los particulares, es una de las circunstancias paradójicas que ha alarmado a los teóricos de la democracia moderna en los últimos siglos.

Haciendo balance, Google se nos aparece como una organización que tiene buenas intenciones y propósitos elevados. Pero que en última instancia responde a sus inclinaciones estructurales y a la inercia de su propio poder. La ciudadanía no puede depender de la buena voluntad circunstancial de unos pocos actores poderosos. Antes bien, ha de privilegiar las estructuras de control y contrapeso que proveen equilibrio ante sesgos y cambios de parecer de estos gigantes, cuyas acciones estamos obligados a revisar críticamente. La lección de este último cuarto de siglo con el gigante multicolor es la misma lección de toda la historia. El poder puede corromper incluso a aquellos que no quieren ser malvados.

 

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

Botón volver arriba