Guy Sorman: Cómo Putin perderá la guerra y Rusia
Nadie puede poner fecha a la caída de Putin y a la evacuación de Ucrania, pero ambas son seguras. Corresponderá entonces a las democracias occidentales definir, si no una nueva organización, al menos una forma de colaboración. También convendría perfeccionar las virtudes de nuestra democracia liberal
Solo hay un futuro cierto: Ucrania nunca volverá a ser rusa. Con su absurda agresión, Putin ha conseguido crear un sentimiento de unidad nacional ucraniana sin precedentes. Ucrania, por lo tanto, será independiente, democrática y, con el tiempo, miembro de la OTAN y quizá de la Unión Europea. Este será también el destino de Moldavia, e incluso de Georgia. Todos estos pueblos de civilización europea han aprendido, gracias a Putin, que no tenían más futuro que la democracia liberal, en el campo occidental. La alternativa sería el vasallaje a un despotismo conjunto de Moscú y Pekín. El mundo vuelve a dividirse en dos, no el comunismo contra el capitalismo, sino el bando de la democracia, en vías de organización, contra el de la tiranía. Pekín será el centro, porque China se está enriqueciendo, mientras que Rusia se está empobreciendo. La incertidumbre es el camino que nos conducirá a este futuro cierto.
Primero debemos considerar la ocupación militar de Ucrania por parte del Ejército ruso, independientemente del valor de los combatientes de la resistencia ucraniana. Pero, ¿qué harán los rusos con esta Ucrania ‘liberada’? Sus soldados y administradores títeres serán el objetivo constante de una guerra de guerrillas alimentada con armas letales por sus vecinos europeos y sus asesores estadounidenses. ¿Cuántos muertos tolerarán los dirigentes rusos y el pueblo ruso antes de abandonar Ucrania de la misma manera que abandonaron antaño Afganistán? Los rusos ya se están manifestando contra la guerra en todas las principales ciudades de su país, algo sin precedentes. La caída, ya iniciada, del nivel de vida del pueblo ruso acelerará este descontento popular. Y, a pesar de la censura total de la información, los rusos saben que la conquista de Ucrania no es una guerra patriótica contra los ‘neonazis’, como quiere hacerles creer Putin. Lo que derrocará a Putin y liberará a Ucrania no es un levantamiento popular; la tradición local es más bien la del golpe de Estado. Lenin llegó al poder por medio de un golpe de Estado, y Kruschev y Gorbachov lo perdieron también por un golpe de Estado. Planteémonos, a modo de hipótesis, que Putin será eliminado por los suyos: los altos mandos militares, consumidos por una guerra imposible de ganar y sin un propósito, y los oligarcas privados de su fortuna y del acceso a los mercados y placeres de Occidente. Me viene a la mente otro precedente: el intento de asesinato de Adolf Hitler en julio de 1944 por parte de su propio Estado mayor. Hitler escapó de milagro.
¿Se puede comparar a Putin con Hitler? Por supuesto que sí. Ambos comparten la misma concepción de nación: una etnia, un territorio y el pueblo como carne de cañón. Ambos vivieron y viven en un mundo que ya no existe, una visión mitológica de la raza aria en Hitler, una mitología eslavófila en Putin. A Putin solo le falta ser antisemita, pero al ser el presidente ucraniano judío, no descarto que Putin, tarde o temprano, atribuya su fracaso a un complot sionista.
Hoy en día ser ucraniano es una gran desgracia. Pero también es una desgracia, aunque menor, ser ruso, rehén de un dictador sociópata y de unos oligarcas mafiosos. ¿Cómo acabar con esta doble desgracia? Con la inteligencia occidental de nuestras democracias liberales.
Estas, de momento, están gestionando bastante bien el conflicto. No cederán ante Putin como hicieron en Múnich en 1938 ante Hitler; todos los líderes occidentales tienen este precedente muy presente. No intervenir directamente en Ucrania, para que Putin no se vea tentado de ampliar el conflicto a los Estados bálticos y Moldavia, es hábil. Armar discretamente a los ucranianos, hoy con equipo pesado, mañana con equipo de guerrilla, es lo que hay que hacer. La unanimidad en Europa y Estados Unidos sobre esta estrategia, incluso en Alemania y Escandinavia, constituye una grata sorpresa. Los prorrusos, como Podemos en España y la extrema derecha en Francia, se están marginando y acabarán siendo abandonados por sus tropas. A este frente de las democracias, quedan por sumarse las grandes multinacionales, las importadoras de petróleo y gas rusos; para ellas la ganancia siempre estará por encima de la moralidad y, como decía Lenin, estos capitalistas «venderían la cuerda para ahorcarlos». Pero estas empresas cederán bajo la presión de la opinión pública; aunque implique conducir menos o calentarse un poco menos, los consumidores occidentales boicotearán todo lo que venga de Rusia.
Nadie puede poner fecha a la caída de Putin y a la evacuación de Ucrania, pero ambas son seguras. Corresponderá entonces a las democracias occidentales definir, si no una nueva organización, al menos una forma de colaboración. También convendría perfeccionar las virtudes de nuestra democracia liberal y explicárselas mejor al resto del mundo. La propaganda de Putin es ridícula, y la de Xi Jinping poco creíble, pero la de las democracias es inexistente. Deberíamos pensar también en eso.