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Guy Sorman: La obsesión transgénero

¿Cómo es posible que el debate político en Estados Unidos haya caído tan bajo? Probablemente se debe a que el país va bien. Ya no se habla de desempleo o inflación, ya que ambos, por el momento, han desaparecido. Ya no se habla de la guerra, ya que el Ejército estadounidense, cosa rara en su historia, está ausente de todos los campos de batalla

Transexualismo fotos de stock, imágenes de Transexualismo sin royalties | Depositphotos

La moda, como de costumbre, empezó en Estados Unidos y se ha extendido como la pólvora por todo el mundo. Como Estados Unidos está obsesionado con la sospecha de discriminación -una mala conciencia que se remonta, evidentemente, a la época de la esclavitud-, los estadounidenses la detectan en todas partes. Por ejemplo, en la designación de ‘género. Ya no hay que decir o escribir ‘él’ o ‘ella’, sino emplear un término neutral, como ‘ellos’ (‘they’) o ‘elles’ en español. Las universidades y los medios de comunicación lo adoptaron de manera unánime y las grandes empresas siguieron el ejemplo.

Cuando escribo en la prensa estadounidense o pronuncio un discurso en la Universidad de Nueva York, me aseguro de no designar a nadie, vivo o muerto, si no es con ‘elles’. Si dijera o escribiera ‘él’ o ‘ella’, seguramente habría algún activista que me devolviera al buen camino. Por lo tanto, el género se ha vuelto neutro. También conviene no confundir la seducción con el acoso y asegurarse, mejor tres veces que una, el consentimiento del otro. Ni que decir tiene que, en todos los establecimientos accesibles al público, los aseos ya no tienen género o acogen a todos; al principio te confunde la falta de señalización, pero luego te acostumbras.

Todo esto carecería de importancia si esta nueva norma social permitiera que algunos se sintieran respetados en lugar de ofendidos. La verdad es que no me cuesta nada decir ‘elles’ en lugar de ‘ellos’ o ‘ellas’. Pero el exceso nunca está lejos desde que la clase política se ha apoderado de este debate, literario en un principio, para convertirlo en una causa nacional. En la derecha, en particular, los candidatos a las próximas elecciones presidenciales de 2024 han hecho del género su caballo de batalla. Quieren restaurar el viejo orden de los sexos, el de él y ella, en nombre de los buenos viejos tiempos o de los Evangelios, o de ambos. Según estos candidatos a altos cargos, la peor amenaza para la sociedad occidental es la confusión de géneros y su horrible culminación: el transgénero.

Si seguimos, por ejemplo, la campaña del gobernador de Florida, Ron DeSantis, la prioridad absoluta del próximo presidente de Estados Unidos será prohibir el cambio de sexo, que de todos modos es un procedimiento quirúrgico extremadamente raro, incluso en Estados Unidos. El transgénero es el enemigo, peor que Putin y Xi Jinping juntos. Esta nueva guerra cultural, la defensa del Occidente cristiano, se suma, por lo visto, a la prohibición del aborto, una batalla prácticamente ganada por los ultraconservadores gracias a una sentencia del Tribunal Supremo; el aborto ya no es un derecho garantizado por el Estado federal. Lo siguiente en el punto de mira de los conservadores es el matrimonio homosexual.

En todos los casos observamos que el enemigo en cuestión es muy poco numeroso, del 1 al 2 por ciento de la población, sin duda. Pero, aunque el diablo sea una minoría, sigue siendo el diablo, cuya utilidad política, en verdad, es reunir a los creyentes en torno a un enemigo común. Porque estos conservadores, aunque han encontrado un enemigo, más inventado que real, no tienen programa. Están muy lejos del Partido Republicano de Ronald Reagan o de George W. Bush, que luchaba por la libre empresa, la globalización y los derechos humanos. No olvidemos a Donald Trump, el varón blanco absoluto, la virilidad encarnada. Da igual que no pague sus impuestos y viole a las mujeres, porque él es Trump, el Donald absoluto y eso es suficiente para sus seguidores.

¿Cómo es posible que el debate político en Estados Unidos haya caído tan bajo? Probablemente se debe a que el país va bien. Ya no se habla de desempleo o inflación, ya que ambos, por el momento, han desaparecido. Ya no se habla de la guerra, ya que el Ejército estadounidense, cosa rara en su historia, está ausente de todos los campos de batalla; la guerra se ha subcontratado a los ucranianos y a los fabricantes de armas. Desde luego, podríamos evocar las gigantescas desigualdades sociales o la violencia policial contra los negros, pero eso es asunto de la izquierda demócrata. Mi conclusión, paradójicamente optimista, sobre esta obsesión con la transexualidad es que el capitalismo y la paz reinan a escala global; el programa republicano clásico se ha convertido, de hecho, en la norma reinante. De ahí la invención de un enemigo sustituto, el transgénero.

Como Estados Unidos dicta la moda, los ultraconservadores europeos se han lanzado a su vez a esta caza al transexual. Los conservadores húngaros y polacos, claro está, que como ya no siguen siendo cristianos se han convertido en defensores de la virilidad y de buena gana enviarían a las mujeres de vuelta a sus fogones y a sus cunas. En Italia, la primera ministra, tras renunciar a todo su programa electoral antieuropeo y antiinmigración, se ha centrado por completo en el verdadero debate que acecha a los italianos: la transexualidad. Giorgia Meloni ahora apoya a Ucrania, a la OTAN y a la UE, después de prometer lo contrario, pero no transigirá en lo esencial: con ella en el Gobierno, los transexuales tendrán que esconderse. No los apoya y los vilipendia. Este extraño contagio antitrans está contaminando incluso a la ultraderecha israelí, que ha intentado obstaculizar el Orgullo Gay de Tel Aviv, uno de los más coloridos del mundo.

¿Cómo interpretar esta obsesión antitrans, este nuevo programa común de los ultraconservadores? Por su falta de programa político, sin duda, y más aún, por miedo al mundo cambiante. Podemos entender este miedo; el cambio no siempre es deseado o deseable. Pero ¿no sería mejor analizar este cambio de las costumbres y tecnologías (hola a la Inteligencia Artificial que se aproxima) en lugar de buscar chivos expiatorios y quemar a las brujas? Magos o brujas, ya no sabemos; ¿ellos, ellas o ‘elles’?

 

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