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Hacer humor y ser políticamente correctos

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Las piernas les sirven a los hombres para caminar y a las mujeres para abrirse camino

Alphonse Allais

Es una frase de doble sentido, humorística, pero es incorrecta políticamente. Creo que sobran las explicaciones, pero ¡qué sería de Alphonse Allais si estuviera vivo! Afortunadamente, en la sociedad occidental la gente no venga las burlas drásticamente, bien sea hacia los políticos, los dioses o los profetas; solo responde a ellas con una sanción rápida y ágil.

Los humoristas del siglo 21 se encuentran en aprietos. La presión social sobre lo que es políticamente correcto es dura. La flexibilidad social, que dejaba que se comentaran con gracia o con burla los distintos aspectos de la sociedad misma, se ha ido perdiendo; no permite hacer burlas y chistes sobre todos los temas; hoy, estos están muy restringidos, así que las posibilidades de hacer reír se han ido reduciendo.

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Los comediantes gringos Bill Maher y Jerry Seinfeld se han quejado de las sanciones sociales. Seinfeld expresó abiertamente que no deseaba volver a los campos universitarios, pues los estudiantes se habían vuelto muy correctos políticamente. Dijo también, en el programa “Late Night with Seth Meyers”, que el chiste que él hacía con frecuencia, de que los gestos de la mano cuando se manipula un celular hacen parecer al usuario como un rey francés gay, ya no gustaba. Bill Maher hizo su chiste sobre el jugador olímpico trasngénero Caitlyn Jenner y no sintió que el público lo recibiera con agrado.

En el serio estudio sobre el humor que realizó Antonio Vélez en su libro El humor nos explica que la burla es un mecanismo eficaz para mantener las “normas” sociales en su lugar. Así lo dice:

“Son universales y numerosos los chistes burlones dedicados a las personas que se apartan de lo que cada sociedad considera ´normal´. En general, se ríe de aquellos que son diferentes o no armonizan con el grupo. En nuestra cultura se ríe y se hacen chistes del extravagante, del avaro, del glotón, del bizco, del anticuado, del tartamudo, del tonto, de los razonamientos absurdos, del extranjero que habla mal y confunde las palabras, del campesino y sus incorrecciones lingüísticas, del sordo, del deforme (enanos y jorobados eran utilizados como bufones en las cortes), del moralista a ultranza, del ceremonial exagerado, del mojigato, del anacrónico, de la monja y del cura, del negro y del indio, de las modas pasadas de moda, del matrimonio y de la soltería, de la fealdad extrema, del gordo glotón, del borracho, del pícaro y del santo, y del idiota y el loco, los dos extremos del espectro sicológico (en el humor de El Quijote, por ejemplo, Cervantes se burla de la ingenuidad de Sancho y de las locuras de don Quijote).”

Más adelante nos explica:

“Al hacer humor de la manera más común, esto es, por medio de la burla, se agregó un ingrediente más para ser elegido por selección sexual: demeritar al prójimo, degradarlo. Todos sabemos que con la celebración risueña y burlona se destacan los desaciertos, se sancionan con crueldad las torpezas, se desalienta la ingenuidad, se castiga el ridículo, se penaliza la cobardía y se corrigen los errores. El burlador ríe, el burlado se muere de la ira, o de la vergüenza. En general, todos nos reímos de las acciones que encontramos discordantes con las normas establecidas. Buena parte del placer derivado del humor se obtiene al denigrar de personas que se hallan fuera de nuestro círculo de preferidos, «lo cual refuerza la amistad –dice Steven Pinker (1997)– a través del principio de que el enemigo de mi amigo es mi enemigo.

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Así que la tendencia a burlarnos de las minorías y de todo lo que se salga de la norma es natural; sin embargo, un sentido ético nos dice que debemos respetar a las minorías, y que la burla crea más una reacción social de exclusión que de inclusión, pues nadie quiere pertenecer al grupo de los burlados. Hoy, se les ha puesto la cosa seria a los humoristas, pues hemos empezado a sancionar a los chistosos que se burlan de lo que no se deberían burlar. La paradoja está en que tendemos a reírnos de asuntos de los cuales muchas veces no deberíamos. La pregunta es: ¿hasta dónde ser flexibles?, ¿qué debemos hacer con los chistes sobre los negritos de Puerto Tejada, los chistes sobre pastusos, los chistes sobre maricas (de los gays ya no se burla nadie), sobre suegras insoportables, esposas bravas o maridos machistas? Quizás… olvidarlos.

La otra contradicción recae sobre la libertad de expresión y de prensa. Estamos de acuerdo en que ciertos chistes deberían morir, pero queremos que haya libertad de expresión. No olvidemos las discusiones sobre el tema, a raíz de la masacre en Francia generada por unas caricaturas burlonas sobre Mahoma; la sociedad parece caer en una gran contradicción cuando habla de la necesidad de libertad de prensa y obliga a personas importantes a renunciar a sus trabajos por haber dicho algo que no “sonó bien”. El científico, premio nobel, Sir Tim Hunt se vio presionado a renunciar a su trabajo por haber dicho algo sincero, no positivo, sobre las mujeres en los laboratorios. Lawrence Summers tuvo que renunciar a su puesto de director de Harvard, después de haber afirmado que los hombres, por razones biológicas, superaban a las mujeres en matemáticas. El que ellos lo piensen no quiere decir que sea verdad, pero deberían tener la libertad de decirlo, en chiste o en serio, sin pagar su cuota de castigo por ello.

Tenemos mucho miedo de ofender y al mismo tiempo gozamos haciendo hincapié en las diferencias. Queremos reírnos, porque es placentero hacerlo, pero está mal hecho hacerlo en muchos casos. Cuál puede ser la solución a estas paradojas, nadie parece conocerla, pues así somos de contradictorios los humanos. Estamos perdiendo el sentido del humor, nos estamos volviendo sociedades muy serias; qué bueno y qué pesar. El humor deberá ser asunto privado, para decir lo que queramos, pero en casa, con nuestros amigos íntimos, pues a todos nos encanta reír. Como dice el poeta León Gil: “Las amistades sin sentido del humor no tienen sentido…”

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