Héctor Abad Faciolince: Hobbes vs. Locke
Las opiniones están divididas: para algunos el animal humano, es decir las personas que pertenecemos a la especie Homo Sapiens, somos de verdad unos primates muy especiales y sabios, capaces de hablar, de crear melodías, poemas, silogismos y teoremas, capaces también de ser generosos, de sentir compasión y de ser justos con los demás. Para otros, este mismo Homo Sapiens no es ni tan sabio, sino que en él prevalece una bestia salvaje que mata, viola, golpea, roba, abusa, saquea, quema… Aun su mayor virtud, el pensamiento complejo, el animal humano lo usa para el dominio y el abuso, y no para la justicia, la belleza o la bondad.
Yo diría que la observación y la experiencia nos ofrecen ejemplos y buenos argumentos para defender cualquiera de estas dos posiciones: el ser humano con su garganta canta y grita, insulta y rima; con sus manos estrangula y acaricia, crea y destruye. Un mismo instrumento inventado por el hombre, digamos un cuchillo, sirve para cortar una fruta, para cazar o para matar a un niño.
Podemos ir más allá: la sola observación de uno mismo, de lo que uno hace y de lo que a uno se le ocurre, nos puede llevar a conclusiones que se dirigen más hacia el sabio, o más hacia el salvaje. Y esa conclusión íntima (decidir si las personas son más buenas que malas o más malas que buenas) es importante, pues es la que nos inclina hacia un tipo de gobierno más o menos tolerante, más o menos autoritario. Si los seres humanos somos bestias salvajes, con inclinaciones mayoritariamente egoístas y perversas, se requiere un Estado (o un Rey o una Religión) que lo gobierne y limite con mano de hierro. Si en cambio en el fondo tendemos hacia el bien, aunque tengamos inclinaciones egoístas, cuanta más libertad y sosiego se nos concedan, mejor será la sociedad. En la visión optimista, una cultura de tolerancia y oportunidades orienta a la mayoría hacia una convivencia pacífica y creativa. En la visión pesimista, tan solo la represión feroz de unos cuantos iluminados, o de un único líder, conduce a la sociedad hacia un orden estable.
Pueden citarse ejemplos de sociedades que funcionan relativamente bien y con buen nivel de vida, gobernadas con la mano furibunda de una ideología pesimista y feroz. Singapur sería un caso que podría citarse. Si a alguien lo cogen con 100 gramos de marihuana o cocaína no lo meten diez días en la cárcel, ni diez años, ni 20 años, no: en menos de un mes lo ejecutan. Pena capital. Esto, naturalmente hace que el consumo de drogas prohibidas sea prácticamente nulo en Singapur. Mucha gente está de acuerdo con una medida así, despiadada y general. Hasta que piensa que un hijo podría cometer un error, y ya no está tan de acuerdo con que se lo maten.
En Holanda, donde se practica frente a las drogas una ideología inversa, y mucho más liberal, donde los mayores de edad pueden entrar y consumir distintos tipos de marihuana en cafés especializados, no es un país más drogadicto que, digamos, Estados Unidos, donde el comercio y consumo de drogas es mucho más represivo. Lo curioso es que las cárceles de Holanda están vacías; tan vacías que se las ofrecen en alquiler a otros países europeos cuyas cárceles están saturadas de presos. El modelo holandés se puede enfrentar al modelo de Singapur. Si el ser humano es el mismo en el trópico que en la zona templada, el modelo de los Países Bajos debería poder funcionar también en un puerto tropical del Pacífico.
En este año de elecciones que empieza mañana muchas de nuestras preferencias políticas van a depender de si tenemos una visión de los seres humanos más pesimista (Hobbes) o más optimista (Locke). Por eso vamos a escoger una dosis de control o de libertad mayores. Al menos en un mundo en el que la política fuera racional, debería ser así. Un candidato pesimista, que cree en la maldad humana y en su propia maldad, compra votos y ofrece corrupción. Uno optimista dará argumentos para pedir el voto por una política que saque lo mejor de nosotros como seres humanos imperfectos.