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Henkel García: Un sistema de incentivos perversos

 “¿El camino es más federalismo?, ¿un régimen con mayor sesgo parlamentario?, ¿hace falta una cámara alta en la Asamblea?, ¿cómo logramos incorporar el principio de subsidiariedad en el funcionamiento del Estado?”, preguntas que hace el autor en el contexto de lo que significan las transformaciones que hacen falta en Venezuela, más allá del necesario cambio político. Y agrega: “Como sociedad debemos enfocarnos en lograr la temporalidad en el ejercicio del poder (…) a quienes elijamos deben estar conscientes que les otorgamos ese poder de manera finita”.

 

Un cambio de actores políticos es necesario, pero insuficiente. Esta es una verdad que debemos asimilar y debatir. No importa la fortaleza moral, no importa si tienen un pasado prístino, no tienen peso las buenas intenciones del aspirante a puestos de poder, si llega a tomarlo el sistema lo devorará, lo triturará. Sí, estamos entrampados y pareciera no haber consciencia sobre ello. Venezuela es un país con claro sesgo presidencialista, en el que el Estado es dueño de las principales riquezas del país y con una profunda influencia del rentismo que gira alrededor del petróleo como actividad económica. Estas características no llegaron con el chavismo, pero sí se profundizaron al extremo en estos 23 años.

Voy a nombrar solo dos ejemplos. El presidente de PDVSA, la principal empresa del Estado, la que controla la mayor parte de la industria petrolera, es designado, no por la Asamblea Nacional, sino por el mismísimo Presidente de la República. Un caso similar pasa con el Presidente y directorio del Banco Central. En Venezuela no hay contrapeso, ni balance en el poder. Hoy las instituciones obedecen a una sola parcialidad política. El diseño institucional que crearon los favorece abiertamente y hay pocas, o ninguna “rendija” por la cual meterse para impulsar cambios, para modificar ese arreglo extractivo.

Cuando la oposición ganó la Asamblea Nacional en 2015, la AN saliente del momento, el Ejecutivo y el Tribunal Supremo de Justicia se movieron para anular cualquier iniciativa que proviniera de esa instancia. No en vano calificaron esa pérdida electoral como una “mayoría circunstancial”. Un esquema político como el nuestro, lleva a pensar a quienes ocupan el poder que el país entero es de ellos, y que tiene que ser así por el “bien del pueblo”. Los “recursos” son de ellos y se los “reparten” con magnificencia al pueblo. Insisto, no es nuevo, Juan Vicente Gómez pensaba de manera similar, solo que ese presidente andino dejó una institucionalidad algo más funcional que la que hoy tenemos.

Al un grupo manejar tal poder, acercarse a él, colaborar con su mantenimiento en el tiempo puede ser una decisión de gran beneficio cortoplacista. Es decir, tal sistema de incentivos perversos, puede tentar a las élites y ponerlas a trabajar en favor del statu quo. Ello le sirve a esos grupos, al poder, pero va en detrimento del bienestar de millones de ciudadanos que quedan resignados a vivir bajo un sistema que coarta, que controla, que domina, que anula.

Son muchos los cambios institucionales que necesitamos. El espíritu que debe dominar tal proceso es el de la desconcentración del poder, tanto político como económico. Hay que debatir de manera profunda sobre ello. ¿El camino es más federalismo?, ¿un régimen con mayor sesgo parlamentario?, ¿hace falta una cámara alta en la Asamblea?, ¿cómo logramos incorporar el principio de subsidiariedad en el funcionamiento del Estado?

Muchas inquietudes, pero por algún lado debemos comenzar. Para mí el punto de partida debe estar en la eliminación de la reelección indefinida para todos los cargos. Como sociedad debemos enfocarnos en lograr la temporalidad en el ejercicio del poder. Sería un gran paso que seguramente abrirá las puertas para muchos otros. A quienes elijamos deben estar conscientes que les otorgamos ese poder de manera finita, y con unas funciones específicas, que además estarán controlados y supervisados por los demás poderes, y también por una sociedad fortalecida y organizada.

“Nuestro rol como ciudadanos que quieren un país distinto es organizarnos, no solo para ideas como las que hoy comparto, sino para enfrentar cualquier intento de control y dominación por parte del Estado”

Piénsenlo bien. ¿Cuál era el destino final de un país en el que el Presidente tiene discrecionalidad absoluta, maneja a placer los recursos de un Estado patrimonialista, que puede utilizar la renta del petróleo a su antojo y que además puede hacerlo de manera permanente? Estábamos condenados, no por los actores, sino por la obra de teatro.

Si llegaron hasta este párrafo, mi solicitud es que discutamos abiertamente el tema institucional, pero este (la reelección indefinida) de manera específica para concentrar esfuerzos. Seguramente una propuesta de este tipo tendrá sus oponentes desde el poder, desde el mundo político y otros actores a los que les conviene el statu quo. Nuestro rol como ciudadanos que quieren un país distinto es organizarnos, no solo para ideas como las que hoy comparto, sino para enfrentar cualquier intento de control y dominación por parte del Estado.

¿Se animan?

 

 

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