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Heráclito y nosotros

«El filósofo Heráclito», atribuido a Johan Moreelse (s. XVII). Museo de Sheffield (South Yorkshire).

 

De los filósofos antiguos, pocos tan incomprendidos, pocos tan citados, pocos tan manidos, antes y ahora. También pocos filósofos griegos, poniendo aparte a Sócrates, Platón y Aristóteles, han influido tanto en el pensamiento posterior, y pocos han concentrado su saber en frases que se han hecho populares y todavía seguimos repitiendo, aunque no sepamos bien lo que exactamente quieren decir. En el fondo era lo que buscaba el filósofo. No tanto ser popular –nada hubiera repugnado más a este aristócrata-, sino que su sabiduría solo fuera realmente asequible a unos cuantos elegidos.

Heráclito nació en Éfeso, una pequeña ciudad jonia que llegaría a ser muy importante bajo Alejandro y Roma, pero que cuando Heráclito nació, hacia el año 500 a.C., solo era una pequeña satrapía del imperio persa. Había pertenecido a Lidia bajo el reinado del mítico Creso, hasta que éste fue derrocado por Ciro el Grande en el año 547. A partir de entonces, la ciudad aparece estrechamente ligada al imperio aqueménida. Fue solo después de la rebelión de 494 a.C., cuando muchas ciudades jonias se alzaron contra el dominio persa, que Éfeso emergió como una de las principales ciudades de la costa oriental del Egeo.

La fuente principal para el estudio de la vida de Heráclito, como de otros tantos filósofos, son las Vidas de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio, una estupenda colección escrita en el siglo III (más de setecientos años después), cuyos datos, anécdotas y chismes hay que saber leer con buena lupa. Tradicionalmente se acepta que “floreció” (así decían los antiguos) hacia la olimpíada 69, es decir entre los años 504 y 501 a.C. Ello porque existe un par de cartas que supuestamente envió el filósofo a Darío I, que vivió en esta época. Hoy sabemos que las cartas, reproducidas por Diógenes Laercio, son falsas. En cambio, un fragmento en que se refiere como contemporáneos, si bien algo mayores, a los filósofos Pitágoras y Jenófanes, y al geógrafo Hecateo de Mileto, nos permite confirmar que vivió hacia finales del siglo VI a.C.

Vástago de una de las más ricas familias de la aristocracia efesia, Heráclito no parece haber sentido gran simpatía por la democracia. Sin embargo tampoco era partidario de las oligarquías. En realidad, pensaba que cualquiera puede acceder al verdadero conocimiento, el lógos, si lo busca realmente. Xynón esti pâsi tò phroneéin, “pensar es común a todos”, dice en el fragmento B 113. La verdad es que, como Solón de Atenas, temía los conflictos y aspiraba a la armonía civil. Diógenes Laercio dice que escribió un solo libro, un papiro que no ha llegado hasta nosotros, aunque sí poco más de cien citas hechas por otros filósofos y comentaristas. Tampoco se conserva su nombre, aunque la mayoría de los filósofos de su tiempo escribían largos poemas que titulaban Perì physeos, “acerca de la naturaleza”. Sí, poemas. En estos tiempos la poesía era la forma de expresión de todo el conocimiento, la llamada sophía: física, cosmología, ética, política… todo. Y todo era considerado como parte del mundo natural, la physis. 

Aunque Diógenes Laercio afirma que el libro estaba dividido en tres partes, hoy los estudiosos lo ponen en duda, y prefieren pensar que se trataba de una pequeña colección de aforismos. Se dice que Heráclito escribió una sola copia de su libro y lo depositó en el Artemision, el monumental santuario de Artemis que había en Éfeso, como ofrenda a la diosa. El libro no obstante se hizo popular, y parece que todavía en época de Plutarco (siglo I d.C.) y Clemente de Alejandría (siglo II d.C.), incluso después, era posible encontrarlo. Sin embargo Simplicio de Cilicia, uno de los últimos neoplatonistas que estuvo entre los filósofos paganos perseguidos por Justiniano, menciona en sus obras 32 veces a Heráclito aunque nunca lo cita. Simplicio se queja, ya en el siglo VI, de que el libro de Heráclito era tan raro que no era posible hallarlo ni siquiera en la Academia de Atenas.

Así pues, y a su pesar, Heráclito había sido famoso en su tiempo, pues contemporáneos como Cratilo, uno de los maestros de Platón, y su paisano Antístenes de Éfeso se consideraron sus seguidores. Su libro pronto dio al autor fama de enigmático y complicado, lo que se convirtió en casi un lugar común de la filosofía antigua. En sus Vidas, Diógenes Laercio hace decir a Sócrates que para leer un libro tan profundo como el de Heráclito “se necesita un buzo de Delos”, la isla en el Egeo. También Aristóteles en la Retórica se queja de su redacción difícil, y el escéptico Timón de Fliunte lo llama “el acertijo” (ainigtês), diciendo que se trataba de un libro “bastante confuso”, escrito para que solo lo entendieran los “capaces”. Después Cicerón pondrá la guinda. Dijo que Heráclito se expresaba deliberadamente nimis obscure, “demasiado oscuramente”, lo que desde entonces le ganó el apodo de “el oscuro”, skoteinós.

Muchas de esas frases enigmáticas y oscuras permanecen hasta hoy. La filosofía de Heráclito puede resumirse en dos grandes doctrinas: el “flujo” -el cambio continuo de las cosas- y la “unión de los opuestos”. Como afirma Jonathan Barnes (The Presocratic Philosophers, 1982), quizás la más conocida de las frases de Heráclito sea “todo fluye”, panta rhei. En realidad la frase le fue atribuida por el ya citado Simplicio de Cilicia en el siglo VI. Para colmo, la cita de Simplicio no es exacta, sino una versión de otra frase que a su vez atribuye Platón al efesio en el Cratilo (402 a). La versión platónica dice panta khôrei, que significa “todo se mueve”. La frase según Platón dice así: “todo se mueve y nada permanece, y en el mismo río no nos bañamos dos veces”. Desde entonces, la doctrina heraclitana del eterno fluir estuvo asociada a la metáfora del río que fluye y siempre cambia, en el que no es posible entrar dos veces. Pero Heráclito fue más allá: tampoco nosotros somos los mismos al momento de volver a entrar en el río. El filósofo es muy claro: todo es todo, pánta. La metáfora del río fue formulada por Heráclito en tres fragmentos. En uno de ellos (DK 22 B 49 a) dice claramente: “en los mismos ríos entramos y no entramos. Somos y no somos”. La primera del plural no es gratuita. Como partes del “todo”, también nosotros estamos sujetos a cambio. Ahora somos, y en un instante ya no somos los mismos. Somos y no somos: eîmén te kaì ouk eîmén.

Respecto de la unión de los opuestos, en el fragmento B 88 Heráclito dice: “Como la misma cosa está en nosotros la vida y la muerte, el sueño y la vigilia, la juventud y la vejez, porque estas cosas, cambiando de lugar, son aquellas, y aquellas, cambiando de lugar, son estas”. En el en B 136 dice: “lo frío se calienta y lo caliente se enfría, lo mojado se seca y lo seco se moja”, y en el B 60: “el camino que sube y el que baja es uno y el mismo”. La doctrina de la unidad de los opuestos debe leerse como una forma de entender el mundo. Significa que sus diversos componentes se mantienen unidos gracias a la tensión que producen los opuestos, por paradójico que parezca. Para Heráclito, cada substancia contiene en sí misma su opuesto, y de su continuo movimiento y tensión resulta la estabilidad del kósmos, el universo. Esto lo ilustra el filósofo con otra metáfora no menos paradójica. Dice, otra de sus célebres frases, que “la guerra (pólemos) es el padre de todas las cosas y rey de todas las cosas, que a veces se manifiesta como dioses, otras como hombres, a veces como seres libres, a veces como esclavos” (B 53). Pólemos, la guerra, resulta ser, paradójicamente, la tensión creativa que trae las cosas a la existencia. Para Heráclito, esta fuerza primigenia se manifiesta en forma de fuego, pûr (B 30), el elemento primordial que crea y destruye todo cíclicamente.

Las ideas de Heráclito, originales, paradójicas, profundas, ejercieron una gran influencia en la filosofía posterior. Parménides se opuso a la doctrina del movimiento continuo, pues pensaba que el movimiento no existe y que es solo una ilusión. Platón intentó conciliar ambas doctrinas, diciendo que hay un mundo natural sujeto a movimiento y un mundo eterno e inmóvil, que es el de las ideas. Más tarde los estoicos desarrollaron la doctrina del lógos, así como la de la perpetua renovación del universo a través del fuego, la llamada ekpyrosis. También los primeros cristianos hicieron suyo parte del pensamiento heraclitano, apropiándose también de la doctrina del lógos, resemantizándolo y convirtiéndolo en sabiduría divina. Recordemos que Juan comienza diciendo: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y Dios era la Palabra”, En arkhê ên o lógos, kaì o lógos ên pròs tòn theòn, kaì theòs ên o lógos (Jn. 1:1). Entre los modernos, es posible rastrear la influencia del efesio en filósofos como Hegel y Heidegger. Tampoco está de más recordar que una de las mejores ediciones modernas de los fragmentos de Heráclito fue hecha por el filólogo Miroslav Marcovich cuando vivía en Venezuela, y editada por la Universidad de Los Andes (Heraclitus. Greek Text with a Short Commentary, Mérida, 1967). Esta edición sigue siendo uno de los grandes referentes de los estudios heraclitanos en el siglo XX.

 

 

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