‘House of Cards’ a la nicaragüense: los abusos de Daniel Ortega
Hace una década, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega regresó al poder de manera sorprendente al convencer a los votantes de que merecía una segunda oportunidad de gobernar el país. Fue una victoria reñida para el exlíder de la guerrilla, que venía de sufrir tres derrotas electorales.
Sin embargo, las elecciones presidenciales de noviembre no serán un ejercicio democrático. Sin llamar mucho la atención de la comunidad internacional, durante los últimos años Ortega se ha esforzado para consolidar su poder: ha construido una amplia red de apoyo y ha eliminado a la oposición política.
A finales de julio, 28 legisladores de la oposición fueron destituidos tras un fallo de la Corte Suprema de Nicaragua, la cual está llena de personas afines al régimen. La semana pasada, Ortega anunció que su esposa, Rosario Murillo, quien ha sido la vocera del gobierno durante mucho tiempo, será su compañera de fórmula como candidata vicepresidencial en las elecciones de noviembre, la señal más clara de que intentan establecer una dinastía autoritaria.
El dominio de Ortega en Nicaragua contrasta con el destino de otros gobiernos de izquierda que alcanzaron el poder durante la década pasada. El atractivo de los líderes de izquierda en Bolivia, Venezuela, Brasil, Argentina y Ecuador ha ido desapareciendo, al tiempo que la bonanza de las materias primas que les permitió distribuir generosos beneficios sociales entró en crisis, lo que dejó al descubierto los malos manejos y la corrupción de sus gobiernos.
Ortega y su esposa han estado en el centro de la turbulenta historia nicaragüense durante décadas. Fueron miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional, un grupo rebelde de izquierda que destituyó a la familia Somoza, la cual gobernó el país de manera dictatorial de 1930 a 1979. Ortega se convirtió en presidente en 1984 en una elección que los observadores internacionales consideraron la primera votación creíble de esta nación. Su intento de reelección en 1990 fracasó, en gran parte, debido a acusaciones de corrupción.
Después de que Ortega ganó la elección de 2006, se movió sigilosamente para modificar la estructura política del país. El partido sandinista inhabilitó a sus rivales para que no participaran en las elecciones municipales de 2008, y desde entonces ha usado una combinación de incentivos financieros y procesos jurídicos arbitrarios para cooptar segmentos de la oposición y marginar al resto.
Ortega llenó tanto los tribunales como la Asamblea Nacional de aliados, lo cual allanó el camino para un cambio legislativo en 2014 que permite que el presidente gobierne indefinidamente en periodos de cinco años. Mientras tanto, Murillo se ha convertido en una figura pública muy visible debido a un programa radial diario. También entrega títulos de tierra y otros beneficios personalmente.
Bajo el mandato de Ortega, de 70 años, la pequeña economía del país ha crecido. Se las ha arreglado para trabajar muy de cerca con donantes internacionales, inversionistas extranjeros y el sector privado, y al mismo tiempo recibe ayuda financiera de Venezuela. Nicaragua, que tiene una gran fuerza policiaca que mantiene vigilados de cerca a sus ciudadanos, también sigue siendo un país más seguro que sus tres vecinos del norte: Honduras, El Salvador y Guatemala. Las pandillas y la violencia del tráfico de drogas han hecho que en los últimos años decenas de miles de personas de estos países huyan a Estados Unidos.
La relativa seguridad del país no es razón para tolerar la represión y el autoritarismo. La competencia política y la libre prensa son el remedio que se necesita para la corrupción y la ineficiencia que a menudo corroe los sistemas autoritarios. La historia política de Ortega debería servir como recordatorio de que derrocar a un gobierno puede ser la respuesta de los ciudadanos cuando el resto de los lugares de disenso han sido eliminados.