Ibsen Martínez: La literatura nazi en Venezuela
Tarek William Saab
En su genial antología de apócrifos filonazis de nuestro continente, el gran Roberto Bolaño distinguía a Venezuela con dos de sus autores ficticios: Segundo José Heredia (Caracas, 1927-2004) y Franz Zwickau (1946-1971).
No arruinaré a los lectores que aún no conozcan esta obra incomparable que puso a Bolaño en el mapa de la literatura mundial en 1996, el goce superlativo de leer hoy, ya bien entrado el siglo XXI, sus premonitorias visiones.
Diré, sí, que imagino fácilmente al poeta Tarek William Saab Halabi, tonante fiscal general de la República de Venezuela, integrando con distinción la nómina de infames elucubrada por el autor de Los detectives salvajes.
La invención paródica ha sido, desde el Quijote a nuestros días, pulpa y savia de grandes novelas. Los artistas imaginarios, y no solamente los escritores, sino también los músicos y los pintores de embuste y las obras que los novelistas les han atribuido, darían para un gozoso e interminable simposio.
Bolaño, en su rabelesiana antología, logra algo prodigioso cuando inventa los títulos de sus autores filonazis: compendiar en ellos la peripecia de sus absurdas creencias y la sinrazón de sus muy verosímiles vidas. Solamente la bibliografía del fiscal general lo acreditaría ante Bolaño: su obra más reciente, aparecida el año pasado, se titula Hoguera de una adolescencia intemporal. La quemazón sin tiempo que sugiere, no invita de entrada a leerlo, pero al menos no es tan manido como el de su primer poemario, publicado hace un cuarto de siglo: Los ríos de la ira.
Entre uno y otro, según la nota wikipédica, el poeta fiscal ha publicado doce libros de poemas, uno de ellos titulado Al Fatah que, con seguridad, los analistas del Venezuelan Bureau de la CIA, en Langley, Virginia, han resaltado en sus pantallas con un rectángulo amarillo.
No puedo imaginar los motivos poéticos que Saab pudo volcar en Cuando pasen las carretas, pero sin duda evoca arcaica vialidad rural, estampas criollas con tracción de sangre. Cielo a media asta (2001) y Príncipe de lluvia y duelo (1992) sugieren martirologio de izquierda latinoamericana: las elegías a los muertos en la lucha nutren desde siempre las librerías de pasillo universitario en toda la región. Dejé dicho más arriba que la obra poética de Saab Halabi no es su único mérito para entrar al panteón de los filonazis.
Como fiscal general de la satrapía cleptócrata venezolana, Saab Halabi se ha ganado también un lugar en la pinacoteca universal de los acusadores públicos, junto al impertérrito fisclal estalinista Andréi Vishynski, tratadista del derecho penal soviético, y Antoine Fouquier de Tinville, quien mandó a la guillotina a María Antonieta, a Carlota Corday, a centenares de girondinos y dantonistas.
Cuando no hubo ya dantonistas ni girondinos a quien descabezar, Fouquier de Tinville la tomó con sus propios panas, Robespierre y Saint-Just. Antes de que terminase la película, lo guillotinaron a él también. De te fabula narratur, doctor Saab.
Más cerca en el tiempo y de nuestras costas hallamos al fiscal cubano Juan Escalona Reguera, quien mucho antes de obedecer en 1989 la orden de mandar al paredón al general Orlando Ochoa, solía disponer sin melindres de las vidas ajenas y ello a tal punto que se ganó el macabro apodo de “Juanito charco de sangre”.
Saab Halabi comparte con Escalona Reguera la suprema virtud revolucionaria de la ciega obediencia. El rol que desempeña, con visible fruición, en las redadas de “petrotraidores” es el de perro de presa de su propia panda.
De Vishynski hace mucho que el acusador público venezolano adoptó la doctrina soviética de la “presunción de culpabilidad” de todos los reos que encausa. Roland Freisler, vociferante fiscal de la Alemania nazi, reconocía en Vyshynski a su maestro.
Se avecinan malos tiempos, amigos radioescuchas, no solo para las variadas cepas del chavismo, sino para todos los demócratas de Venezuela, sean o no partidarios de las primarias, de María Corina Machado, de las Empresas Polar, de la oncena Vinotinto, de los Leones del Caracas o de Juan Guaidó.
Queda rezarle, con Baudelaire, a Satanás, “báculo de los exilados y confesor de los ahorcados”, para que nos libre de la larga penalidad venezolana.