Inteligencia artificial ¿bendición o amenaza?
Un libro fascinante se pregunta si la inteligencia artificial es una bendición o una amenaza infernal, mientras leemos que Francia ha descubierto gracias a ella más de 20 mil piscinas ilegales en el territorio nacional, con el lógico fraude fiscal aparejado, y los escritores del mundo entero tiemblan ante la perspectiva de que la ficción brote en el futuro ajena a su genio literario.
En su obra Human Compatible: Artificial Intelligence and the Problem of Control, el informático británico Stuart Russell – que alterna clases de computación en Berkeley y de cirugía neurológica en San Francisco- enfrenta el problema del control de una inteligencia artificial que eventualmente podría neutralizar nuestra capacidad creativa.
Como Samuel Butler, que en el año ya remoto de 1872 imaginó en su novela Erewhon inteligencias sobrehumanas que esclavizaban a sus ingenieros hasta convertirlos en borregos víctimas de su maquinaria, o Elliot Ackerman y James Stavridis, que sitúan en 2034 un mundo absolutamente robotizado donde el progreso se reserva exclusivamente a los individuos y estados con capacidad de utilizar a plenitud las computadoras omnipresentes.
Y no se trata de un asunto meramente académico, porque la empresa china de videojuegos NetDragon Websoft acaba de nombrar directora general a Tang Yu, una androide, para mejorar sus operaciones diarias y gestionar los riesgos con mayor eficiencia mientras sirve de centro de datos en tiempo real y, de ñapa, es fundamental en el desarrollo de talentos, garantizando un trabajo justo y eficaz para todos sus empleados.
¡Todo eso sin percibir salario alguno y, por supuesto, sorda ante cualquier reclamación sindical!
Russell advierte que si se combinaran con bases de datos de manera invasiva, aplicaciones como las tecnologías de reconocimiento de voz e imagen podrían servir para vigilar, controlar y manipular la conducta masiva, algo peligroso por la vulnerabilidad humana que hace necesario un ambiente de información confiable.
No todos comparten, por supuesto, tan apocalípticas predicciones, critican su escaso interés en las numerosas aplicaciones positivas que ya existen en el campo médico y ambiental y ridiculizan escenarios en que un robot doméstico rostiza la mascota familiar para satisfacer al niño que llora hambriento, otro que elimina la especie humana para revertir la acidificación de los océanos y un tercero que propicia la proliferación de tumores para acelerar el hallazgo de la cura definitiva contra el cáncer…
En resumen, la reseña de NATURE afirma que el libro de Russell es una campanada aunque en la dirección equivocada, porque el verdadero problema no sería manejar el arribo de trascendentales criaturas super inteligentes sino meter en cintura a científicos irresponsables, dispuestos a desarrollar tecnologías cada vez más autónomas y potencialmente nocivas.
Bien distantes, por ejemplo, de la experiencia en el Instituto Riken de Japón, de fijar paneles solares en la espalda de ciber-cucarachas y guiarlas en la inspección de áreas peligrosas y el monitoreo de lugares de difícil acceso, tras las huellas de neuroingenieros de la Universidad Rice en Texas con moscas fruteras, a principios de este año; o el pez artificial con una aleta caudal activada por células de un corazón humano desarrollado entre Harvard y el Tecnológico de Emory, Georgia, que pudiera acelerar notablemente el uso de marcapasos en el tratamiento de nuestros problemas cardíacos.
Sin olvidar el esfuerzo de científicos de la compañía IdentiFlight en Colorado para impedir que especies de águilas casi extintas en el Mar Báltico sean víctimas de las 30 mil plantas eólicas que han proliferado en Alemania, nutriendo cientos de miles de imágenes en un algoritmo que conectado a una red de cámaras detectará las volátiles a una distancia prudencial y ordenará a las turbinas que reduzcan sus rotaciones para dar suficiente tiempo a las rapaces de colarse entre sus aspas.
O los productos de la empresa Carbon Robotics, basada en Seattle, que ha devenido aliado vital de los granjeros en la reducción de químicos y pesticidas, eliminando con láser hasta cien mil hierbas malas cada hora.
¿Bendición o amenaza? ¿Qué piensa usted, amigo lector?
Varsovia, septiembre de 2022.