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Irene Vallejo: “La verdadera libertad la tenemos cuando las necesidades esenciales y básicas están garantizadas”

La escritora española Irene Vallejo y varias de las 40 ediciones en que ha sido traducido su libro ‘El infinito en un junco’ (Siruela). /WMagazín

 

La escritora española repasa los cinco años del éxito planetario de su libro ‘El infinito en un junco’, sobre la biografía y los avatares de los libros como reflejo de la historia de la humanidad. Explica uno de los secretos de que su ensayo, que renovó el género, se haya traducido a más de 40 idiomas, cómo es su relación con los lectores y la manera en que les devuelve el cariño y el apoyo, reflexiona sobre la corrección política y reivindica la democracia. PRIMERA PARTE

 

 

Un niño alzó la mano en medio de las de varios adultos que también querían preguntar. ¡El niño, el niño! Grito una mujer con su voz abriéndose paso entre el murmullo de la FIL de Guadalajara de 2024. Le pasaron el micrófono, y el niño preguntó: ¿Irene, cuál fue la parte más difícil o la que más te costó al escribir de El infinito en un junco?

Y después de cinco años de su éxito literario universal, Irene Vallejo no ha cambiado. Es la misma mujer que leyó emocionada el comienzo de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela), tres meses antes de que la obra llegara a las librerías, en septiembre de 2019, ante un grupo pequeño de personas. Sigue hablando del poder de los libros y de la lectura con el mismo amor, asombro y alegría contagiosas de un niño que acaba de descubrir el milagro sonoro que produce la pronunciación de una letra tras otra y no para de descifrar, en voz alta, los letreros que veía en la calle y no entendía.

Desde entonces, El infinito en un junco, que ayudó a enriquecer el género del ensayo al fusionar conocimiento, análisis y emoción, se ha traducido a más de cuarenta idiomas, ha vendido más de un millón de ejemplares, ha sido adaptado a novela gráfica, ha recibido varios premios literarios españoles e internacionales y fue elegido, en 2024, como el mejor libro español del siglo XXI en WMagazín, según veinticinco librerías independientes. Una elección que la emocionó y agradeció diciendo que “las librerías sois territorios indómitos. Y vuestra pluralidad protege nuestra libertad”, además de explicar los motivos por los cuales escribió su ensayo, como se ve en el siguiente vídeo:

 

 

En el quinto año del éxito, Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979) ha decidido ralentizar el vértigo de este triunfo reflejado en viajes, conferencias y actividades varias para poder centrarse más en la lectura e investigación de su nueva obra. Un libro que tratará sobre los cuidados a otras personas a partir de su propia experiencia, en cuyas circunstancias de incertidumbre escribió El infinito en un junco, pues fue cuando su hijo pequeño estaba en el hospital en tratamiento y la escritura le sirvió como un oasis de esperanza y de encuentro con su sueño y con la belleza.

Era la última oportunidad que se daba de intentar sacar adelante su vida como escritora y una forma de pagar una deuda, porque los libros fueron su pandilla y su refugio cuando en la infancia sufrió acoso escolar. Sintió que los libros y sus autores la comprendían cuando los niños de su edad no lo hacían. Esa fue la respuesta al niño que le preguntó en la FIL de Guadalajara cuál fue la parte más difícil o la que más le costó al escribir su ensayo:

“La violencia y la humillación, la del bullying y la del acoso. Porque era algo que había apartado y en la que no había vuelto a pensar, y sacarla a la superficie fue doloroso. Pero la puse en el centro de El infinito en un junco porque pienso que ahí están las raíces de lo que me convirtió en escritora, que en mi caso son oscuras, y vienen acompañadas de una serie de relatos y hablo de gente que recurre a la cultura en situaciones muy difíciles. Me parece importante insistir en esto porque nos dicen que la cultura es algo superfluo y en momentos de crisis o dificultades es lo primero de lo que nos despojamos porque dicen que es una especie de lujo y adorno. Y creo que no, que es algo profundamente esencial. Me he dado cuenta que, pensando en mi acoso escolar, mi pandilla, mis amigos, fueron los  libros”.

La verdad es que la gran acogida de su obra y haber recordado parte de su vida sí ha hecho cambiar a la narradora y ensayista: es una persona más agradecida con la vida y con los lectores a quienes intenta devolverles esta acogida con diferentes acciones: desde apoyos a proyectos de fomento de la lectura en varios países latinoamericanos, hasta actividades de cuentacuentos para niños en algunos hospitales, para que se enamoren de los relatos y luego les pidan a sus padres que les cuenten y lean historias, como lo hicieron con ella los suyos. Al tiempo que recuerda la importancia de la democracia y de la sanidad pública española que ayudó a su pequeño hijo Pedro y permitió que ella pudiera realizar su sueño, y que sus lectores disfrutaran de su historia y de su escritura:

“Para mí la libertad fue la sanidad pública que me permitió salir adelante en el momento más duro de mi vida y me dio la libertad para dedicarme a aquello que era mi ilusión, mi sueño, mi vocación, mi trabajo y mi trayectoria de tantos años. Si no hubiera recibido esa atención hubiera perdido la libertad y las riendas de mi propia vida. La verdadera libertad la tenemos cuando las necesidades esenciales y básicas están garantizadas para todo el mundo”.

Libertad es uno de los conceptos clave para esta filóloga clásica para quien hay tres palabras que cree que deberíamos aplicar más en esta época de la posverdad, del algoritmo, de la polarización atizada en las redes sociales y amenazas a pérdida de derechos de las minorías:

Diálogo.

Confianza.

Buena fe.

Lo dice con su voz pausada y serena en esta conversación por zoom desde su casa en Zaragoza, una mañana luminosa de diciembre de 2024. La sonrisa amable y modales exquisitos de Irene Vallejo siguen intactos, como aquella tarde en que leyó, por primera vez, un pasaje de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. La lectura la hizo en el acto anual Avances literarios de viva voz de WMagazín, en la Feria del Libro de Madrid, en junio de 2019, donde la revista apuesta por cinco autores de la temporada otoño-invierno. Cuando nadie imaginaba el éxito planetario de un ensayo que ha revolucionado este género al entretejer Historia, investigación, sociología, artes, análisis, humanidades, vida y vidas, aventura sobre los avatares a los que ha sobrevivido el libro en sus casi cuarenta siglos y, sobre todo, emoción y sensibilidad. Precisamente, algunos de los principales rasgos del ser humano para contar la historia de la humanidad a través del objeto y relicario que mejor representa nuestra biografía como especie con sus luces y sus sombras: el libro.

Aquella tarde del domingo 16 de junio, la escritora tomó con su esposo Enrique el Ave desde Zaragoza hasta Madrid. Llegaron cuando la Feria acababa de abrir la jornada de la tarde. Luego una foto junto a los otros cuatros autores que iban a leer con ella sus próximos libros: Ana Pacheco, José Ovejero, Cristina Fallarás y María Hesse. Diez minutos después llegó su turno de lectura, empezó contando de qué trataba su obra, como se ve en el siguiente vídeo:

 

 

“Cuento las aventuras de los libros. Cómo empezó todo. El ‘Érase una vez…’ en Grecia y Roma. He viajado a la antigüedad en busca de las primeras veces, al alfabeto, al paso de las narraciones orales a la narrativa escrita, a las primeras librerías, bibliotecas. A los libros más antiguos de los que tenemos noticias, a cuando aparecieron los primeros lectores, las primeras lectoras. Es un viaje al comienzo de lo que somos”.

… Y empezó a leer como si fuera Sherezade:

“Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos. Arrugan la frente hasta que los ven hundirse otra vez en el horizonte. No les gustan los forasteros armados.

Los jinetes cabalgan sin fijarse en los aldeanos. Para cumplir su tarea deben aventurarse por los violentos territorios de un mundo en guerra casi permanente. Son cazadores en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella”.

Todos guardábamos silencio. Yo estaba en primera fila, giré la cabeza para mirar el salón y vi que todos estábamos expectantes con el relato. Entonces, recordé la escena de la novela El paciente inglés, de Michael Ondaatje, popularizada en la película homónima, cuando Katherin (Kristin Scott Thomas) embruja a los expedicionarios, una noche en el desierto alrededor del temblor de las llamas de la hoguera, con aquella historia de Heródoto donde un hombre, Giges, ha visto desnuda a la hermosa reina en un acto prohibido. Ella, al día siguiente, le ofrece una alternativa: matarse por su osadía o matar al rey y quedarse con ella en el trono.

Irene Vallejo terminó de leer. El público quedó deseoso de saber más. Tres meses después, en septiembre, salió el libro y WMagazín publicó un artículo con el vídeo de aquella lectura. A finales de año, empezó a ir de boca en boca. En marzo de 2020, cuando el mundo se encerró en sus casas, por culpa de la pandemia Covid19, no hubo quien detuviera el entusiasmo por El infinito en un junco que llega hasta hoy en más de cuarenta idiomas y se escenifica en diferentes encuentros con sus lectores.

Uno de los últimos de 2024 fue en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), de México, donde llenó todas las actividades en las cuales se presentó y atendió a centenares de lectores que le pidieron una firma de su libro. Para recorrer este lustro acordamos una entrevista en Zaragoza, en su casa, por invitación de ella, el martes 17 de diciembre. Pero por motivos personales míos no pude viajar. Dos días después tuvimos la conversación por zoom:

 

Irene Vallejo durante la entrevista por zoom en diciembre de 2024. /WMagazín

 

Winston Manrique Sabogal. En las ferias de libros son centenares de personas las que hacen cola para que les firme un ejemplar. Lleva cinco años atendiendo a millares de lectores de manera muy dedicada. ¿Cómo lo hace? ¿Siente algún cansancio?

Irene Vallejo. En las firmas el mayor desgaste no es físico, sino emocional: cada una de esas personas tiene una historia y unas emociones que quiere compartir conmigo y debo ver cómo consigo, en la breve fracción de tiempo que puedo dedicar a cada uno, devolverles algo que haga que merezca la pena haber estado esperando tres, cuatro o, incluso, cinco horas para esa firma. Algunos me abrazan, otros lloran, se emocionan y a cada una de esas personas hay que darles una respuesta que no sea simplemente indiferente o mecánica. No se trata de dejar el garabato en el libro, sino de escucharlos con intensidad, estar presente con cada cual, y eso durante tantas horas sin moverse y siempre, además, con la prisa y la urgencia de que cierran la feria o el evento en que esté, de que no tenemos tiempo, de que todo el mundo tenga su instante. Tan ponto se forma la fila, Enrique hace una cuenta aproximada de cuántas personas hay, el tiempo que tenemos disponible, divide y me dice cuánto puedo dedicar a cada persona: treinta segundos, cuarenta, cincuenta…

W. Manrique Sabogal. Es que parte del éxito de su libro, aparte de la investigación, el rigor, el estilo, la clave es haber hallado el cómo, al igual que en las demás artes, y transmitir su emoción a los lectores, ha humanizado la historia del libro para que cada lector se identifique en él y lo toque con la emoción de la aventura y el conocimiento.

Irene Vallejo. Sí. Siempre había estado contra esa idea de que el ensayo tiene que ser necesariamente frío, distanciado, cerebral y de que el pensamiento solo se pueda abordar de esa forma. Creo que es el influjo de María Zambrano y su razón poética. Cuando yo estaba estudiando en la universidad, y preparando mi tesis doctoral, recuerdo que mi director siempre me decía que no podía utilizar metáforas, que tenía que ser consciente de que estaba haciendo ciencia y que la ciencia se basa solo en hechos, en cronologías, en datos, en evidencias, en hipótesis y en teorías; pero que no podía incorporar emociones ni rasgos literarios, porque eso distorsionaba el carácter científico de la investigación. Yo no estaba de acuerdo y sentí que, precisamente, la emoción es la mejor aliada de la memoria, recordamos aquello que nos ha impactado, que nos ha conmovido.

Entonces, sentía que tenía que haber otra posibilidad, otro camino, otra ruta de ensayo que permitiera la síntesis de ambas cosas, de la humanidad, de la cercanía, de la apelación a las vivencias y, sobre todo, de esa idea de representar la historia del libro como una aventura novelesca que, creo, que es la mejor manera de hacerle justicia. Porque la realidad es que los libros parecían condenados a la desaparición, a la extinción y, sin embargo, sorprendentemente, han sobrevivido. Algunos libros han sido capaces de sobrevivir a los siglos y a los milenios y creo que eso solo se puede contar como una gran peripecia plagada de azares, de persecuciones, de búsquedas, de peligros, de incendios, de inundaciones, de censura, de cambios, de hundimientos y naufragios de imperios y, a pesar de eso, los libros, tan frágiles como son, han encontrado su camino y a mí me parecía eso una historia fascinante de supervivencia. Como las novelas de aventuras más apasionantes que yo había leído en mi juventud, y así quise contarlo.

Quizás una puede ser una revisión en clave femenina de lo que tradicionalmente asociamos al ensayo. Lo digo por este influjo de María Zambrano y por esa idea de la emoción que es lo que siempre se ha atribuido a la poesía y a los, digamos, zonas o espacios más asociados a la creación femenina. Entonces, para mí hacer esa fusión entre el ensayo y las ideas que tradicionalmente son el territorio más masculino o en el que parece que encontramos más lectores y menos presencia de mujeres escritoras con todo ese terreno me permitía una forma de entretejer universos que me parecía muy interesante y reivindicarlo, precisamente, también, como una forma de aprendizaje gozoso que no es en definitiva más que volver a Horacio.

 

 

W. Manrique Sabogal. Esa idea de que el ensayo, sobre todo lo que piensan los académicos, de que sea algo riguroso y sin emoción, poco humano en ese sentido, cuando una de las características del ser humano son las emociones, esa es una idea de los últimos cuatro siglos, porque en el Renacimiento o más atrás, incluso en el mundo clásico, hay ensayos híbridos donde lo emocional convive con el conocimiento.

Irene Vallejo. De hecho, los géneros de la prosa en la Antigüedad, de acuerdo a la clasificación de la Biblioteca de Alejandría, son la historia, la oratoria y la filosofía. Los tres eran entendidos como géneros literarios. Y si volvemos a Heródoto encontramos la historia convertida en relato novelesco e, incluso, si nos proyectamos a tiempos algo más cercanos, el inventor del ensayo que es Montaigne, dice que él mismo es la materia de su libro. De manera que está reivindicando el ensayo autobiográfico en su mismo nacimiento, en la génesis del género, en el primer autor que lo bautiza y le da nombre.

Ahora parecería que es una invasión de la autoficción en el ensayo. Pero es que es su nacimiento mismo, su esencia, cuando Montaigne lo entiende como una forma de explorar el mundo a través de sus propias inquietudes, experiencias, recuerdos, de tantísimas facetas humanas. Además, es que a través de mis estudios sobre el mundo de la oralidad y el comienzo de la cultura escrita yo he visto que la humanidad se ha transmitido el conocimiento durante milenios y milenios a través de relatos. En los comienzos de esa cultura escrita, la sabiduría no se transmitía de manera abstracta, sino que era todo lo contrario, la Ilíada y la Odisea son enciclopedias del conocimiento de la época, son historias y son relatos apasionantes; pero, además, son la forma de aprender el arte de la guerra, la navegación, la agricultura, incluso la ética, cómo tratar con un superior, qué significa la ética, qué debemos a los muertos, qué debemos a los padres, cuáles son las responsabilidades de cada persona, cómo se ejerce el poder…

W. Manrique Sabogal. Ventanas al pasado, retratos de esos momentos de la época a través de la lectura, conocimiento sobre nuestro propio ser y de la sociedad. Esto me lleva a preguntarle, ¿qué opina de algunos sectores de la mal llamada corrección política que intentan un poco censurar o que se cambien, ya no solo términos, sino expresiones de otros momentos frente al presente?

Irene Vallejo. Hablé de eso en El infinito en un junco porque en aquel momento nos estaban diciendo que los libros eran intrascendentes, casi que habían quedado obsoletos y pertenecían a otra época, que ya no contaban para el mundo que estamos construyendo con la revolución tecnológica y las pantallas y las nuevas formas de transmitir el conocimiento.

Toda esta cuestión que se ha ido recrudeciendo con el paso de estos cinco años acerca de la censura de los libros, me parece que en primer lugar demuestra que los libros siguen siendo importantes. No es cierto que sean obsoletos e intrascendentes. No se persigue aquello que es intrascendente, solo se persiguen los libros porque los libros siguen teniendo poder, y por eso el afán de cambiarlos, el afán de reescribirlos, el afán de sacarlos de las bibliotecas públicas o de prohibir el préstamo de ciertos libros en colegios y centros educativos. Las guerras culturales del presente tienen a los libros en el centro y eso es una demostración de que el libro sigue siendo un vehículo poderoso. Los dos discursos no pueden convivir. No podemos estar diciendo al mismo tiempo que son intrascendentes y no cuentan y que hay que retirarlos de las bibliotecas y de la educación de nuestros hijos. Esa es mi primera constatación optimista, porque me parece que esta es la mejor forma de reconocer el poder transformador de la lectura.

En segundo lugar, es que, aunque respecto a los clásicos, sobre todo, que es mi terreno de estudio, siempre se ha tomado una postura, sobre todo desde el siglo XVIII en adelante, de gran admiración y colocándolos como modelos y mirándolos con veneración y casi convirtiéndolos en inatacables e inobjetables, creo que la historia nos enseña más lecciones por contraste que por modelo. Precisamente lo que aprendemos del pasado es todos los errores, todas las tragedias, toda la destrucción, todas las consecuencias de la persecución de las ideas y creo que para eso es importante que los libros se mantengan intactos, porque nos interesa saber, incluso, cómo se justificaron las ideas más terribles, cómo avanzaron, por qué en otros momentos las creyeron y cuáles fueron las consecuencias. Si las borramos, si convertimos el pasado en una especie de territorio edulcorado al que le hemos extirpado todas las ideas inquietantes, peligrosas, dañinas, entonces lo que queda es la nostalgia, simplemente, no aprendemos de un pasado totalmente saneado y profiláctico. La historia, si aprendemos de ella, es precisamente entendiendo todas sus turbulencias y su oscuridad. Por eso creo que, por ejemplo, si hacemos desaparecer todo el racismo de la historia de la literatura dejamos de entender las luchas que nos han traído hasta aquí y el sentido que ha tenido oponerse a esas ideas y muchas veces las consecuencias; estamos, incluso, siendo desleales con quienes nos trajeron hasta aquí y pusieron los cimientos de las democracias en las que vivimos y de los derechos humanos. Hay que reconocer esas luchas, saber el esfuerzo que costó llegar hasta donde estamos y el trayecto terrible que nos ha conducido hasta ese presente.

Lo que hay que decir es que los libros los leemos con sentido crítico y no creyéndonos todo lo que dicen y no aceptando las palabras o las burlas o las ideas o los conceptos de los personajes ni siquiera de los autores. Esto me parece importante porque es que, si les pasamos la cirugía estética a los libros y los convertimos en una especie de catecismo de ideas correctas, creo que lo que pasará es que dejaremos de leer y los jóvenes, que tanto parecen preocuparnos, se irán a otros territorios como los videojuegos o los móviles o celulares donde tienen acceso sin restricciones a toda la violencia, a todas las ideas terribles que se supone que estamos intentando eliminar de los libros. Y, de todas maneras, soy optimista. Tengo un poco la sensación de que, a lo mejor, si se ponen las autoridades y las familias a prohibir libros, va a ser el impulso que necesitábamos para la promoción de la lectura, porque no hay estímulo más grande para un joven que le digas que no puede leer porque le va a perjudicar profundamente y va a corromper su mente. Entonces es cuando irá a por ese libro sin lugar a dudas. De hecho, yo no sé cómo ha sobrevivido la lectura a tantos años de hacer tanto moralismo sobre la lectura, y decir que nos hace mejores personas y todas estas cosas. A lo mejor es el camino para que lo comprueben todavía más. Y ojo porque se suele decir que los jóvenes no leen y esto es un lugar común; pero cuando se publican las encuestas de hábitos lectores, al menos en España, que son las que yo reviso todos los años, el sector infantil y juvenil es el que dedica más horas al día al leer. Es decir que lo que los adultos estamos diciendo, que los jóvenes no leen, la verdad es que leemos menos que ellos. Y habría que reconocérselo.

 

 

W. Manrique Sabogal. Irene, mencionaba una expresión que me parece muy acertada: todas estas cuestiones hasta donde nos han traído; en dos o tres momentos ha mencionado esta idea de las lecturas, de los libros, de no olvidar las ideas porque es lo que nos ha traído hasta aquí. El infinito en un junco es eso en gran medida. Sus artículos de opinión, sus charlas, sus conferencias. Hay tres puntos en común, y es que nos está recordando que, como decía John Donne, “no somos una isla”. Hay un mestizaje, una pluralidad, una mezcla en todo, en la comida, en las propias razas, en las ideas, por supuesto. En un artículo recordó su libro El silbido del arquero, donde es el migrante que llega a Occidente, a Roma. Y, sin embargo, le estamos cerrando la puerta y nos recuerda el olvido de nuestros orígenes y la falta de hospitalidad y que nos llenamos de prejuicios. Y si alguien de nosotros viaja es un valiente, pero si alguien llega no lo recibimos bien. Parece que no aprendemos y en este momento está todo como colapsado.

Irene Vallejo. Creo que hay una lógica detrás de lo que está sucediendo que se manifiesta en muchas esferas y que es importante detenerse y dedicar tiempo a analizarla. Para mí los artículos son actividad literaria. De hecho, yo los escribo ya muy conscientemente para que formen parte de un libro y, entonces, son un proyecto que temáticamente está concebido y desarrollado desde el principio para convertirse en libros futuros.

Hablábamos de la juventud y sé que una parte importante del trabajo en escuelas, en institutos de secundaria, en liceos, es el análisis de textos periodísticos y allí es importante también ese debate de ideas; así que también tengo muy presente la enseñanza cuando escribo los artículos, y en El infinito en un junco. En El silbido del arquero me pareció interesante recordarlo en este momento en que Europa está cerrando sus puertas y se está volviendo cada vez un continente más xenófobo. Recordar que nuestra historia fundacional, nuestro mito y nuestra leyenda originarias son la glorificación de un migrante, de un refugiado que es Eneas. Y así es como los romanos quisieron pensarse a sí mismos. Evidentemente, no estamos hablando de acontecimientos históricos comprobables, pero sí de cómo quisieron representarse, de cómo se contaron su propia historia, lo que simbólicamente es más importante casi que cómo sucedieron realmente los acontecimientos a efecto de modelar mentalidades. Entonces, claro, hay una distinta perspectiva cuando deja de ser la historia de un imperio triunfante, que es el del Imperio romano, y se convierte en la historia del frágil fundador, que es alguien que huye de una guerra y que llega a un territorio desconocido y es a través del mestizaje entre la población italiana y los troyanos como se construyen los cimientos de esa prosperidad futura. Me parecería interesante recuperar esa historia….

Hemos sido culturas colonizadoras e imperialistas y en esa ocasión fuimos nosotros los que nos proyectamos hacia otros territorios. Los que llegamos a otras costas y a otros horizontes y para eso siempre hemos encontrado toda la justificación, incluso cuando eran desembarcos bélicos y violentos.

  • Próxima entrega: Enseñanzas de su periplo por el mundo, su próximo libro y cómo devuelve a los lectores el cariño recibido.

 

La escritora española Irene Vallejo y varias de las 40 ediciones en que ha sido traducido su libro ‘El infinito en un junco’ (Siruela). /WMagazín 

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