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Isabel Coixet: Cuatro cosas

Por azares del destino, he tenido que escribir una serie de lecciones que destilaran todos los conocimientos que he ido adquiriendo en mi vida de cineasta y eso me ha empujado a preguntarme a mí misma qué es lo que realmente he aprendido en la vida en general. Cada equis tiempo me da por estas cosas: quién soy, qué he aprendido, adónde voy, qué quiero, qué olvidé que quería, qué tengo que cambiar antes de que sea demasiado tarde, por qué tragos ya no quiero pasar… Lo cierto es que, si soy honesta conmigo misma, tampoco es que haya para tirar cohetes. En todo este tiempo vivido, me parece que tendría que tener las cosas más claras, las ideas menos difusas. No creo que estas cuatro cosas sean pilares de sabiduría ni oráculos ni nada y doy por supuesto que mucha gente habrá aprendido –por su propio bien– muchas más de cuatro.

Ingenuamente pensé que a estas alturas tendría todo mucho más claro: me equivoqué. Una de las cosas que considero importantes (y que, por desgracia, no aplico lo suficiente) es no demorarse demasiado en pedir disculpas o perdón cuando has hecho daño a alguien. Y añado a esto: da igual si no querías herir; da igual si has sido malinterpretado; si a alguien le ha herido algo que hayas dicho o hecho. No tardes en decir que lo sientes. Si me apuras, hasta da lo mismo que no lo sientas. Creo que muchos conflictos podrían evitarse si el tiempo de reacción de las personas al tragarse el orgullo se acortara. Que tragarse el orgullo no es indigesto, sino pragmático.

 

Recuerda que eres mortal en más de un sentido: para arriesgarte, ser generoso, meter la pata, reírte de ti, no tener miedo a hacer el ridículo y decir ‘¿por qué no?’ en vez de ‘no’

 

La segunda cosa importante: recuerda que eres mortal. Y recuérdalo en más de un sentido: para arriesgarte, para ser generoso (y evitar ser el más rico del cementerio), para meter la pata, para reírte de ti mismo, para no tener miedo a hacer el ridículo, para decir ‘¿por qué no?’ en vez de ‘no’. Y recuerda que todos somos mortales. Todos. Hasta Mozart. Hasta Nick Cave.

Una tercera cosa: casi todo está sobrevalorado. El esfuerzo, el trabajo, el amor, la pizza... Las hipérboles a la hora de calificar las cosas (‘estupendo’, ‘fabuloso’, ‘fenomenal’, ‘genial’) nos dejan siempre con una extraña sensación de vacío. Como si todo fuera un simulacro que nos decepciona indefectiblemente. Vivir sin expectativas o sin demasiadas expectativas no es fácil, pero a la larga compensa, diría yo. Se evitan muchas desilusiones.

Y la última cosa va del olvido. He olvidado muchas cosas y a muchas personas, y es mejor así. ¿Cómo pude convencerme alguna vez de que saberme la filmografía o la bibliografía de determinados autores me iba a servir para algo? ¿A santo de qué? Toda esa sopa de nombres raros que han pululado por mi cabeza tanto tiempo. Esas cronologías que en su momento me parecieron fundamentales (¿el orden de la publicación de los libros de Patrick Modiano le importa a alguien?). O ¿tiene algún sentido recordar los nombres de personas que no hicieron sino fastidiarme, todo lo que pudieron, la vida?

Olvidar puede ser sanísimo, a ver si me acuerdo.

 

 

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