Isabel Coixet: Germaine Tailleferre, la olvidada de Los Seis
Nunca había escuchado ni su nombre ni sus composiciones hasta hace unos meses, cuando una melodía penetrante, agridulce, sabia me llegó en una emisión de France Culture que oí por pura casualidad. Se llamaba Images y nunca un título me pareció más adecuado: escuchando Images, una catarata de estampas variopintas se me apareció en la pantalla de mi mente. Caballos, sirenas, praderas, tormentas, atardeceres sobre el mar, amaneceres nubosos, una mujer pensativa apenas entrevista a través de la cristalera de un café… Era una música que parecía salida de un corazón sabio y sensible, de alguien conocedor de los vaivenes del mundo y de la fragilidad del alma. Busqué enseguida más temas de la compositora de Images y descubrí a Germaine Tailleferre, una mujer que formó parte del grupo de Les Six junto con Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud y Francis Poulenc. Pero así como sus camaradas de Les Six encontraron en vida fama y prestigio, Germaine Tailleferre, que los sobrevivió a todos, no obtuvo nunca el reconocimiento que merecía.
Jean Cocteau describió su música como «Marie Laurencin para el oído», y esa descripción probablemente no favoreció a la compositora. Adjetivos como ‘femenino’ y ‘fresco’ se aplicaron a su trabajo muy a menudo. Y su abundante producción no ha sido a veces ni siquiera grabada. Existe la idea, muy extendida en el mundo musical, de que ella solo estuvo activa entre los años 20 y 30, escribiendo encantadoras obras para piano y que paró al final de la Segunda Guerra Mundial. La realidad es que escribió hasta el momento de su muerte, en 1983, y que compuso una obra ingente, entre óperas largas, cortas, sinfonías, conciertos y estudios para piano y orquesta.
Para mantener a su hija y a su nieta, tuvo que aceptar a los 80 años un trabajo de profesora de música en una escuela para niños
Nació en un suburbio de París en 1892 y, desde muy pequeña, manifestó una decidida inclinación hacia la música. Su padre no aprobó nunca esta vocación, a pesar de que en el conservatorio ganaba año tras año el primer premio de su promoción. Fue en el conservatorio donde conoció en 1912 a Milhaud, Auric y Honegger y donde se empezó a gestar el famoso grupo de Les Six. El grupo también incluía a artistas de otras disciplinas como Cocteau, Léger y Picasso. Maurice Ravel fue un decidido admirador de su trabajo. Sus primeras obras datan de ese periodo. En 1925, Germaine Tailleferre conoció al caricaturista americano Ralph Barton, con el que se casó y se trasladó a vivir a Manhattan. Allí compuso una de sus piezas más conocidas, el Concertino for harp. Pero su marido nunca aprobó ni apoyó su trabajo y empezó a manifestar síntomas de una enfermedad mental que lo llevó al suicidio en 1929.
En 1931, de vuelta a Francia, compuso la ópera Zulaina, que nunca se ha representado y de la que sólo existe el manuscrito. Volvió a casarse con un abogado francés que la cortejó admirando su talento musical… para criticarlo incesantemente una vez casados. Germaine compuso en ese periodo innumerables (e inencontrables) bandas sonoras, más conciertos, obras para la radio, aunque para mantenerse a ella misma, a su hija y a su nieta tuvo que aceptar a los 80 años un trabajo de profesora de música en una escuela para niños. A los 89 años recibió un encargo del Ministerio de Cultura francés, el Concert para la fidelité, fue su última obra, murió cuatro años después.
Una de las pocas entrevistas que se conservan de ella data de 1982 y la concedió a The New York Times. En ella, cuando la periodista Laura Mitgang, que escribió su tesis doctoral sobre ella, le pregunta qué tiene que decir a los que califican de ‘femenina’ su obra, dice: «Pero ¿qué diferencia hay? Lo esencial es la música y no veo por qué no debería escribir cómo me siento. Si a algunos les da la impresión de que soy femenina, pues estupendo. Nunca me atormentaron las explicaciones, siempre he intentado componer de la mejor manera que he sabido, sin atormentarme si lo que escribo es femenino o no. Si es música, es música».
Hay muchas, demasiadas, artistas que han quedado arrinconadas en el gueto que la posteridad ha reservado para las mujeres. Y es un deber ineludible, y un inmenso placer, descubrirlas y compartirlas.